sábado, 9 de enero de 2010

"Nicholas" cap 5,, MM 2/3


Capítulo 5
Miley se sentía muy deprimida cuando llegaron a casa; ya que, durante todo el camino no había podido dejar de pensar en Nick y la mode¬lo.
Kevin aparcó su elegante Thunderbird negro en el baraje, y a Miley la sorprendió ver que el Jaguar de Nick ya estaba allí también.
—Vaya, vaya... Mira quién está en casa —murmu¬ró Kevin lanzando una mirada significativa a Miley—. Parece que esta noche no tenía ganas de estar por ahí hasta el amanecer.
—Tal vez se ha venido pronto de lo exhausto que lo ha dejado esa rubia —repuso Miley en un tono géli¬do.
Kevin no hizo ningún comentario al respecto, pero parecía muy divertido. Encontraron a Nick en el salón con la botella de brandy en la mano y una copa en la otra. Solo se había quitado la chaqueta y la cor¬bata, y tenía las mangas de la camisa enrolladas hasta los codos, y el frontal casi desabrochado por comple¬to. Miley tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no quedarse mirando el masculino torso. Nick se le¬vantó al verlos y fue hacia ellos.
—Así que al fin te has decidido a traerla a casa —le gritó Nick a su hermano—. ¿Sabes la hora que es?
—Las... dos y cuarto de la madrugada —contestó Kevin imperturbable mirando su reloj de pulsera.
—¿Qué diablos habéis estado haciendo?
—Oh, pasarlo bien, ir aquí y allá... Esa clase de cosas —respondió Kevin enarcando una ceja—. Bue¬nas noches, Miley —dijo a la joven, le guiñó un ojo y subió las escaleras.
Miley se sentía como si la hubieran arrojado a los lobos. ¿Por qué había hecho eso Kevin? Nick pare¬cía aún más furioso... si es que eso era posible. Ca¬rraspeó un poco.
—Bueno, creo que me voy a dormir yo también — dijo girando sobre los talones. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, Nick la retuvo por el bra¬zo y la llevó al salón, cerrando la puerta tras de sí. Los ojos negros brillaban peligrosamente y los sensuales labios estaban apretados en una delgada línea.
—¿Dónde habéis estado? —exigió saber—. ¿Y qué habéis estado haciendo? Kevin tiene treinta y siete años, Miley, no es un adolescente.
La joven se quedó mirándolo sin lograr articular una palabra, pero la ira que se había alojado en su in¬terior la salvó de la situación:
—La rubia con la que tú estabas tampoco era nin¬guna colegiala —le espetó con tanta calma como pudo, a pesar de que las rodillas le temblaban. Se apo¬yó en la puerta.
—Mi vida privada es cosa mía —repuso Nick a la defensiva, frunciendo las cejas.
—Por supuesto —asintió ella—. Ya me he entera¬do de que no quieres que mariposee a tu alrededor con ojos de ternero enamorado, y eso es lo que estoy tra-tando de hacer —añadió.
Su respuesta pareció incomodar a Nick.
—Kevin es demasiado mayor para ti —insistió. Miley dejó escapar una risotada irónica.
—Le has puesto pegas a todos los hombres con los que he querido salir, pero no puedes ponérselas a tu propio hermano. Kevin jamás me haría daño y lo sabes.
Nick sabía que era cierto, pero aquello no hacía nada por disminuir sus celos.
—¡Oh, por amor de Dios! —exclamó al no encon¬trar otras palabras.
Miley inspiró profundamente, tratando de controlar los agitados latidos de su corazón.
—¿Qué te importa lo que yo haga? —le espetó de¬safiante—. ¡Como si tú fueras el más indicado para juz¬gar a nadie! ¡Todo el mundo sabe que eres un playboy!
Nick la miró furibundo, intentando contener su creciente ira.
—Yo no soy un playboy —masculló entre dien¬tes—. Solo salgo con alguna que otra mujer de vez en cuando.
—Casi cada noche —corrigió Miley—. No es que a mí me importe —mintió con una fría sonrisa—, por¬que me da igual con quien salgas o entres... siempre y cuando tú no metas las narices en mis asuntos. A par¬tir de hoy pienso salir con quien me venga en gana. Y si no te gusta, ¡ya sabes lo que tienes que hacer! —y salió del salón dirigiéndose hacia las escaleras.
—¡Ni se te ocurra volver a llegar a las dos de la mañana, con o sin Kevin! —le gritó Nick desde abajo mientras ella subía.
—Haré lo que me dé la gana —repuso la joven volviéndose un momento y subiendo el resto de escalones de dos en dos.
Nick dejó escapar un improperio y regresó al salón dando un portazo. ¡Maldita Miley!, ¡malditas mujeres! Sentía deseos de aullar. Estaba arruinando su vida amorosa y su vida laboral. Lo único en lo que po¬día pensar era en aquellos malditos preciosos senos...
Miley lloró hasta quedarse dormida. Había sido un día horrible, y cada vez que se imaginaba a Nick besando a la modelo se ponía enferma. Lo odiaba, lo odiaba con todas sus fuerzas. Tenía que encontrar pronto un apartamento y salir de allí. Después de lo ocurrido esa noche sería un infierno tener que seguir viviendo bajo el mismo techo que Nick hasta que llegara el día de su cumpleaños.
A la mañana siguiente, Miley se despertó bastante tarde. Solía levantarse relativamente temprano para arreglarse e ir a misa, pero le pareció que por un día que no fuera, no pasaría nada. Bajó a la hora del al¬muerzo, vestida con unos vaqueros, un suéter de pun¬to beige y el cabello recogido en una coleta. Parecía que Nick no andaba por allí. Gracias a Dios.
—Buenos días —la saludó Kevin desde la cabece¬ra de la mesa cuando entró al comedor—. ¿Cómo fue anoche?
—No preguntes —gimió Miley. Se sentó y miró nerviosa hacia la puerta del salón—. ¿Nick está...? Kevin negó con la cabeza mientras se servía un poco de agua.
—Está todavía durmiendo —le dijo. Aquello sí que era sorprendente. Nick no acostumbraba a levantarse tarde, ni aunque hubiera trasnochado¬— ¿Qué ocurrió?
—Me dijo que tenía que estar en casa antes de las dos —explicó Miley calmadamente— y que tú eres de¬masiado mayor para mí —añadió con una sonrisa in¬crédula. Kevin se rio—. Se está volviendo loco. No sé qué le pasa últimamente... El problema no puede ser su vida amorosa, la mujer rubia de ayer parecía más que dispuesta a complacerlo —añadió con retintín.
Kevin la miró pero no dijo nada, sino que siguió comiendo el estofado con verduras que María les había preparado.
—Oh, casi lo olvido —dijo de pronto—, llamó Selena hace un rato. Me dijo algo de unos apartamen¬tos que quería que fueses a ver con ella hoy.
—Creo que lo haré —murmuró Miley mirando en dirección a las escaleras.
—Ya sabes lo que pienso respecto a que compartas piso con ella, pero la decisión es tuya —le dijo Kevin. La joven asintió y, tras comer algo, llamó a Selena para decirle que sí iría con ella.
Subió a su habitación para buscar una chaqueta, pero no pudo salir porque, al darse la vuelta, se encon¬tró con Nick allí de pie, mirándola malhumorado y bloqueando la puerta.
Acababa de ducharse, tenía el torso desnudo y el cabello húmedo. Miley no pudo evitar quedarse miran¬do la extensa masa de músculos que tenía ante sí, pero rápidamente subió la mirada, solo para ver que Nick estaba bastante ojeroso. Parecía que había pasa¬do tan mala noche como ella.
—¿Adónde vas ahora? —le preguntó fríamente.
—Voy a buscar un apartamento —respondió ella sin dejarse amilanar—, dentro de un par de meses y medio me hará falta.
—¿Y qué piensa Kevin de eso? —inquirió Nick entornando los ojos.
—Kevin no es el que trata de tenerme encerrada en una jaula dorada —repuso Miley. Estaba cansada de todo aquello, de la ira irrazonable de Nick, y hasta de que Kevin tratara de hacer de Cupido—. Escucha, Kevin solo me dejó que lo acompañara a esa cena de negocios para que no tuviera que quedarme en casa. No aparcó el coche en un lugar apartado para hacerme el amor. No es esa clase de hombre, y debería darte vergüenza haber pensado mal de él. Kevin es como un hermano para mí... lo mismo que tú —añadió apartan¬do los ojos de los de él—. No siento absolutamente nada por ti.
—Eso es una condenada mentira y lo sabes, Miley —le espetó él en un tono gélido. Cerró la puerta tras de sí, y empezó a avanzar despacio hacia ella.
La joven dio un par de pasos atrás, se tropezó can una silla, y la rodeó pegándose a la pared. Nick parecía más peligroso que nunca.
—Pues eso es lo que parece que quieres que sea, tu hermanita pequeña, para que puedas tenerme siempre atada, pero que no me interponga en tu camino ni te mire con ojos de...
—¡Cállate, ya no sé lo que quiero! —bramó él to¬cándose las sienes.
Estaba demasiado cerca de ella, tan cerca que po¬día sentir el calor de su cuerpo y el olor a gel de baño.
—Nick, tengo que irme... —le dijo con la voz quebrada.
Ignorando su ruego, él seguía acercándose a ella, con el pecho subiendo y bajando, como si le costara trabajo respirar. Miley tenía la misma sensación. No quería estar allí ni un segundo más. Pronto se dejaría llevar por su debilidad, y no quería que él volviera a burlarse de ella como lo había hecho.
—Déjame salir, Nick,.. —murmuró temblando.
Pero Nick estaba ya frente a ella, y había toma¬do sus labios en un beso nada suave, dejándola sin aliento. Tenía tal ansia de ella, que se inclinó más aún hacia delante, pegándose a su cuerpo por completo. La chaqueta de Miley le estaba estorbando, quería sen¬tir sus senos contra su tórax desnudo, así que la desa¬botonó y la atrajo hacia sí. Miley gimió al notar el tor¬so de Nick a través del fino suéter de punto.
Nick gruñó extasiado e hizo que abriera la boca, para masajear sensualmente el labio inferior con los suyos. Le introdujo la lengua, enredándola con la de ella, y dejó que todo su peso se apoyara en la jo¬ven, aplastándola contra la pared.
Miley estaba asustada. No había esperado un beso tan adulto, y nunca la había besado alguien con expe¬riencia. Aquella intimidad era demasiado nueva para ella, y también bastante turbadora. Lo empujó para apartarlo.
—¡No! —gimoteó.
Nick apenas la oyó. La cabeza le daba vueltas por la excitación y su cuerpo estaba atormentado por la interrupción. Jadeante, abrió los ojos, y le horrorizó ver temor en los de ella. Estaba llorando.
—Miley —susurró—, cariño...
—Déjame... —gimió la joven—. Suéltame... —lo empujó con más fuerza.
Nick se apartó, y Miley lo rodeó, poniendo una buena distancia de por medio entre ellos. ¡De modo que aquello era la pasión!, se dijo aún aturdida por lo que acababa de experimentar. Le dolía la boca por el ardoroso beso, y también los senos por la presión de su tórax. Podía haber sido un poco más delicado. Lo miró con ojos acusadores, se secó las lágrimas con el dorso de la mano y cerró la chaqueta. Estaba temblando. Nick se sentía como si lo hubieran golpeado en la cabeza con un martillo. No se habría esperado ja¬más una reacción así. La macana anterior, en el coche, parecía haber estado deseosa de que la besara, y en cambio en ese momento lo estaba mirando con verda¬dero odio.
—Me has hecho daño —murmuró Miley.
Nick no sabía qué decir. Preocupado, sus ojos oscuros escudriñaron los de ella. Había salido con va¬rias chicos, no podía creer que...
—¿No te habían besado antes? —le preguntó sua¬vemente.
—Por supuesto que sí —contestó ella a la defensi¬va—, pero nunca..., ¡no de ese modo!
Nick enarcó las cejas. Estaba empezando a comprender.
— ¡Por Dios, Miley, así es como se besan los adul¬tos! —le explicó.
—¡Pues entonces no quiero ser adulta! —le espetó la joven—, no me gusta que me traten con esa brusquedad.
Nick la vio girarse sobre los talones y salir he¬cha una furia de la habitación, pero no hizo siquiera ademán de detenerla. Su reacción lo había dejado to¬talmente fuera de juego. Había imaginado que no sabría mucho de sexo, pero parecía totalmente ingenua.
Aquello debería haberle agradado, pero le resulta¬ba por el contrario muy irritante que pensara que la había tratada con brusquedad. ¡Por Dios, tendría que haberla dejado salir con Gaston!, así se habría enterado de lo que era un tipo sin delicadeza.
Maldijo entre dientes y le dio un puñetazo a la ba¬randilla. Su respiración todavía era trabajosa, y los la¬tidos de su corazón aún no se habían normalizado. Se sentía acalorado y frustrado. Estaba furioso. ¡Conde¬nada chiquilla, lo estaba volviendo loco!
Necesitaba otra ducha. Regresó al cuarto de baño, se desnudó y abrió la ducha. Al menos era una suerte que la desagradaran sus besos, porque no volvería a besarla hasta que las ranas criaran pelo.
Entretanto, Miley estaba subiendo al coche de su amiga. Las manos todavía le temblaban un poco. ¿Cómo podía haberla tratado de ese modo si la que¬ría? Eso probaba lo poco que le importaba en realidad. Solo había querido obtener placer para sí, no darle placer a ella. ¡Que se quedara con sus estúpidas ru¬bias! Lo odiaba. A pesar de todo, trató de recobrar la compostura. No quería que Selena la notara rara y em¬pezara a hacerle preguntas que no quería contestar.
Aparcaron en la ciudad, y se dirigieron a la primera dirección que tenía Selena en su lista. El apartamento estaba justo sobre una confitería y frente a un banco. A Selena no le gustó porque solo había un dormitorio, y quería tener privacidad. Miley prefirió no hacer ningún comentario, pero estuvo de acuerdo porque estaba en pleno centro, y seguramente habría mucho tráfico por las noches.
Visitaron varios sitios más, pero solo hubo otro que les pareció aceptable. Era una casa de huéspedes, y la habitación que alquilaban estaba en el piso de arriba. La dueña era una tal señora Simpson, que las recibió amistosamente, pero daba toda la impresión de ser una de esas caseras demasiado maternales y coti¬llas. Aquello no le gustó un pelo a Selena. No quería a una mujer mayor controlándolas y dándoles la lata.
Sin embargo, Miley estaba empezando a sacar sus propias conclusiones. Seguramente tenía intención de dar fiestas en el apartamento y llevar hombres allí, y eso sacaría de quicio a Kevin y Nick.
—Creo que yo sí alquilaré la habitación —le dijo a la señora Simpson—. Espero que pueda guardármela, no me mudaré hasta dentro de unas semanas...
Selena miró a Miley extrañada, pero no se entrome¬tió en su decisión.
—No hay problema, querida —le aseguró la mujer.
Cuando salieron, Miley le preguntó a su amiga:
—¿Qué te parece?, ¿por qué no alquilas tú el apartamento que había en el centro? Así cada una tendría su privacidad y podríamos ir a visitarnos.
—Bueno... —respondió Selena enarcando una ceja—, no me parece mal, pero yo creía que íbamos a vivir juntas.
—Seré honesta contigo, Selena —repuso Miley—: tú quieres llevar hombres al apartamento, y Nick y Kevin no me dejarían respirar si se enteraran.
Sele a se encogió de hombros.
—Como quieras —respondió—. Estoy agotada de tanto andar. Vamos a tomar un café.
Caminando por la calle en busca de una cafetería agradable, se toparon con Joe Tisdale y su hermana Ashley al torcer la esquina.
—¡Vaya, hola, Joe, hola Ashley! —los saludó Selena.
—Hola —los saludó Miley a su vez—, ¿cómo es¬táis?
—No muy bien, pero gracias por preguntar —sus¬piró Ashley, esbozando una sonrisa a pesar de todo. Era una mujer realmente preciosa de rasgos deli¬cados, cabello rubio y largo, y los ojos de un verde muy peculiar. Tenía una boca perfecta y era bastante esbelta. Miley siempre pensaba al verla que podía haber ganado una fortuna como modelo, pero Nick le había contado que los Tisdale jamás habrían permitido que su única hija se dedicara a semejante profesión.
Joe tenía el cabello muy oscuro, casi ne¬gro, los mismos ojos verdes, y la tez aceitunada. Era tan grande como Nick, pero no tenía sus músculos. Por el contrario, su cuerpo era flexible como el de un gran felino, y por sus andares resultaba igual de ame¬nazador. Era atractivo, pero tenía carácter, y las mujeres solían encontrarlo irresistible.
—¿Qué hacéis en la ciudad un domingo? —inqui¬rió Joe.
—Estábamos buscando un apartamento que com¬partir, pero al final hemos decidido que cada una alquilaremos uno por nuestra cuenta —explicó Miley.
—Íbamos a tomar un café, ¿queréis uniros a noso¬tras? —los invitó Selena.
—Gracias, creo a Joe le vendrá bien —les dijo Ashley—, necesita animarse un poco. Ayer tuvimos un golpe terrible, y hoy otro aún peor.
Miley alzó la mirada hacia él. Desde luego parecía bastante preocupado, lo cuál no era en absoluto usual en él.
—Lo siento —les dijo—. ¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó.
—Me temo que no, pero gracias por ofrecerte — murmuró él.
Calle abajo encontraron una cafetería y, en cuanto se hubieron sentado, acudió una camarera a atender¬les. Una vez hicieron el pedido, la chica se retiró.
—Joe me ha contado lo que ocurrió la otra no¬che, en ese local nuevo —le dijo Ashley a Miley. —Sí, espero que Nick no te tratara con dema¬siada dureza de vuelta a casa —intervino su hermano. —No, la regañina de siempre nada más —mintió Miley. Logró esbozar una media sonrisa con esfuerzo.
—Eres un diablillo, Miley —le dijo Ashley con una sonrisa pícara—, siempre haciendo cosas que te están prohibidas..,
—Solo quería saber lo que me estaba perdiendo — suspiró Miley con comicidad.
—Y yo hice lo que pude por ayudarla —intervino Selena—, pero después de todo tuviste suerte de que fuera Nick quien viniera a recogerte y no Kevin. Nick es más tolerante.
—No lo creas —repuso Miley con tirantez—, últi¬mamente no.
A la mención de Kevin, Ashley se sonrojó y se quedó muy callada. Miley se sentía mal por ella. Kevin no había superado aún su rechazo, y probablemente jamás lo haría, algo de lo que Ashley sin duda debía ser consciente.
—Y hablando de Kevin... ¿Cómo está? —inquirió Joe en un tono despreocupado, demasiado despreo¬cupado para resultar convincente.
—Pues va del trabajo a casa, de casa al trabajo... —respondió Miley.
En ese momento regresó la camarera y tras servir¬les lo que habían pedido se retiró de nuevo.
—En fin —prosiguió Miley—, la verdad es que de un tiempo a esta parte no sale mucho, se ha vuelto bastante solitario.
—Yo conozco un caso muy parecida —apuntó Joe lanzando una mirada significativa a su hermana. Ashley se removió incómoda en su asiento.
—¿Y cómo va vuestro negocio? —inquirió Selena para romper el silencio que se produjo.
—Tal como está la situación se acabará yendo al diablo —confesó Joe con pesimismo—. Nuestro pa¬dre hizo algunas malas inversiones antes de morir, y hasta la fecha solo hemos ganado para pagar las deudas, pero este mes las cosas han empeorado y... —los rasgos de su rostro se endurecieron—. Me temo que tendremos que vender a Jerónimo.
—Oh, Joe, ¡cuánto lo siento! —murmuró Selena contrayendo el rostro—. Es tu caballo favorito.
—Y el mío también —dijo Ashley con un suspi¬ro—, pero no tenemos otro remedio que venderlo. Aun así, nos gustaría que se lo quedara alguien de nuestra confianza.
—Tal vez pueda convencer a Kevin para que lo compremos nosotros —propuso Miley.
—No creo que sea una buena idea —repuso Ashley—, si le pidieras eso se subiría por las paredes.
—Cierto —asintió Joe sonriendo a Miley—. No te preocupes, a mí también me gustaría saber que lo dejo en buenas manos, pero a veces las cosas son como son.
—Yo tengo una prima aquí en el estado de Texas que está intentando sacar adelante sola un rancho de caballos, si queréis podría preguntarle —se ofreció Selena.
—Te lo agradeceríamos muchísimo —le dijo Joe con una sonrisa.
Siguieron charlando sobre cosas sin importancia y, mientras hablaban, Miley no pudo evitar quedarse mi¬rando a Ashley intrigada. Era una mujer tan singular-mente hermosa que parecía increíble que se hubiera sentido alguna vez atraída por alguien como Kevin, que no era, atractivo. Pero entonces Miley recordó la noche ante¬rior en Houston, cómo Kevin la había apoyado, y ya no le pareció tan sorprendente. Lo verdaderamente sorprendente era que Kevin hubiera dejado escapar a Ashley, que no hubiera luchado por ella. Era terrible la idea de que dos personas se hubiesen amado tanto para convertirse un día en enemigos acérrimos. Pare¬cía que, después de todo, el amor no era muy durade¬ro, se dijo la joven.
Ashley consultó la hora en su reloj de pulsera. —Joe, deberíamos irnos ya. Tengo que llamar a Barry Holman sobre esos bonos y acciones que vamos a venderle —le dijo a su hermano—. Disculpadnos, chicas, nos encantaría quedarnos más rato. Me ha en¬cantado volver a verte, Miley. Últimamente casi no nos vemos, ¿verdad? En fin, supongo que si tratara de poner un pie en el umbral para visitarte, Kevin sería capaz de quemar la casa...
—En mi vida he conocido a nadie tan rencoroso... —murmuró Joe airado—. Y sin llevar razón, ade¬más.
—Déjalo, Joe —le suplicó Ashley—. No quiero que discutamos eso delante de Miley. Su lealtad, lo quiera o no, siempre estará de parte de Kevin, y es na¬tural, porque él, junto con Nick, la ha cuidado y criado.
—Lo siento —se disculpó Joe con los ojos bri¬llantes por la rabia contenida. Dirigió una sonrisa amable a Miley—. El viernes que viene hay un baile de cuadrilla, ¿te gustaría ser mi pareja?
La joven se quedó dudando un instante. Nick se pondría furioso si iba con Joe, pero, por otra par¬te, si aceptaba, aquello le demostraría que no era el único hombre en el mundo.
—¡Joe, no! —le rogó Ashley a su hermano—. ¿No ves que si haces eso solo conseguirás empeorar más las cosas?
—¿Para quién? —repuso Joe—. ¿Podrían empeo¬rar acaso más para ti? ¡Por Dios, si llevas una vida casi monástica!
Ashley dejó la servilleta con calma sobre la mesa.
—Mi forma de vida no es cosa de nadie excepto mía —le dijo poniéndose de pie—. Miley, si vas con Joe a ese baile, Kevin se pondrá hecho un energúme¬no y saldrás pagando tú el pato. Ya no es el hombre que era, y yo me sentiría fatal si te hiriese a ti el fuego cruzado.
—No le tengo miedo, Ashley —contestó Miley—, bueno, no demasiado. En realidad es Nick quien me tiene asfixiada. Creo que ir con Joe a ese baile podría ayudarme a demostrarle que ya no soy una niña.
—¿Lo ves? —le dijo Joe a su hermana—. ¡Y tú pensando que lo hacía solo por irritar a tu ex prometi¬do!
—¿Y no es así? —inquirió Ashley desafiante. —Tal vez —concedió Joe alzando la barbilla con arrogancia.
Cuando salieron de la cafetería, Joe iba delante, charlando con Selena, mientras que Miley y Ashley los seguían a paso tranquilo.
—Tú también debes haber notado el cambio en Kevin, Miley —le dijo Ashley—, antes se reía más, no se mostraba tan frío e inflexible... no hasta que le de¬volví el anillo de compromiso. Eso hizo que me detes¬tara —murmuró. De pronto detuvo a Miley, agarrán¬dola por el brazo—. Miley, no vayas con Joe al baile, por favor, no hagas más daño a Kevin. En reali¬dad es muy vulnerable, por mucho que quiera ocultar¬lo...
—Lo sé —le dijo Miley poniendo una mano sobre la de la otra mujer. Le daba la impresión de que aún estaba enamorada de Kevin—. Siento que las cosas te estén yendo tan mal, Ashley. De todos modos, quiero que sepas que Kevin no ha vuelto a salir con nadie más, no ha habido nadie más para él.
Los labios de Ashley temblaban. Apartó la mirada. y alzó la cabeza para evitar que escaparan las lágrimas de sus ojos.
—Gracias —murmuró con la voz ronca par la emoción.
Miley querría haberle dicho algo más, pero los otros estaban esperándolas impacientes. Se despidie¬ron al llegar a un cruce.
—Te recogeré el viernes a las seis, Miley, ponte algo sexy —le dijo Joe guiñándole un ojo.
—Pues tú deberías ponerte ropa de rugby, con el casco y las protecciones... por si Kevin se pone violen¬to —le aconsejó ella riéndose.
Selena llevó en coche a Miley hasta el lugar donde esta había dejado el suyo la noche del striptense. Al fin podría recogerlo... Lo había echada mucho de me¬nos. Cuando llegaron allí, antes de que Miley se baja¬ra, su amiga le dijo:
—No me gustaría estar en tu pelleja. No creo que le haga mucha gracia a Kevin...
—Tranquila, no crea que llegue la sangre al río— repuso Miley.
—¿Y qué dirá Nick? —inquirió Selena incli¬nándose para ver el rostro de su amiga.
Miley se había puesto pálida como una sábana. De pronto había acudido a su mente el recuerdo del violento beso de aquella mañana. Tragó saliva con difi¬cultad.
—No creo que le imparte en absoluto.
—Yo no estaría tan segura... —murmuró Selena—. En fin, te recordaré en mis oraciones.

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