sábado, 9 de enero de 2010

"Nicholas" cap 4,, MM 1/3


Capítulo 4
Miley consiguió meterse el camisón de satén plateado, pero mareada como estaba por los efectos del alcohol, no acertaba a meter los botones del delantero en los ojales. Frustrada, alzó la vista hacia el espejo, y la sorprendió el aire tan sexy y sofisticado que le otorgaba el camisón abierto, dejan¬do parte de sus senos sonrosados al descubierto. Pare¬cía mucho más madura así. Se rio ante su ridícula fas¬cinación, y se dejó caer sobre la colcha rosa pálido de la cama con dosel, dejando uno de sus senos totalmen¬te al descubierto. La joven cerró los ojos despreocupa¬da. ¿Qué importaba?, se dijo dejándose arrastrar por el sueño, no iba a entrar nadie a verla.
Nadie... excepto Nick, que abrió la puerta muy despacio y entró con sigilo para casi caerse de espal¬das ante lo que vio. Se quedó sin aliento.
Miley respiraba tranquila, se había quedado dormi¬da, Nick suspiró aliviado. Mejor así. No habría sido capaz de decir nada coherente. Nunca había pen¬sado en Miley como una mujer, pero, en ese momento, viéndola allí echada, con ese camisón plateado, y un delicioso seno totalmente expuesto a la vista, lo excitó tremendamente.
Se había quedado paralizado junto a la puerta, asi¬milando por primera vez el hecho de que Miley ya no era una chiquilla. Lo que tenía frente a sí lo declaraba a gritos. Y entonces comprendió cuál era el motivo por el cual se había sentido tan raro últimamente, por qué había estado sobreprotegiéndola, por qué andaba todo el día haciéndola enfurecer deliberadamente... Porque la deseaba.
Cerró sin hacer ruido la puerta tras de sí, y se acercó a la cama. ¡Dios, era tan preciosa! Los músculos de su rostro se contrajeron. Se daba asco a sí mismo por estar devorándola con la mirada, pero no podía evitarlo.
Se preguntó si habría permitido que alguno de los chicos con los que había salido le viese los senos. El solo pensamiento lo puso furioso, y todo su cuerpo se tensó. La idea de imaginar a otro hombre mirándola, acariciándola, abriendo la boca sobre aquellos suaves montículos y estimulando sus cumbres para endure¬cerlas... Sacudió la cabeza para apartar esos horribles pensamientos.
—Miley —la llamó con voz ronca.
La joven se revolvió en sueños, haciendo que el frontal del camisón se abriera por completo. Nick se estremeció ante la increíble visión que se le ofrecía de los dos senos perfectos, maravillosos.
Masculló una palabrota entre dientes y se obligó a inclinarse sobre ella para abrocharle el camisón. No podía creerse lo nervioso que estaba. ¡Si hasta le tem-blaban las manos! Gracias a Dios que Miley no estaba despierta para verlo tan vulnerable.
La joven gimió sensualmente cuando los duros nudillos de Nick rozaron su piel, y se arqueó hacia él aún dormida, como un gatito mimoso.
Nick contuvo la respiración. El tacto de la piel de Miley tenía la suavidad de la seda, y era además tremendamente cálido. Apretó los dientes y abrochó cada botón, hasta el último. A continuación, la tomó en brazos y la levantó, para retirar la colcha y meterla de nuevo en la cama.
En ese instante, los ojos de la joven se abrieron pe¬rezosos. Observó los duros rasgos de él en la oscuri¬dad y sonrió suavemente.
—Estoy dormida, Nick —murmuró acurrucán¬dose contra su cuello. El dulce aroma que emanaba de ella y la presión del frágil cuerpo femenino estuvieron a punto de hacerle perder el control.
—¿De veras? —murmuró, de nuevo con voz ronca por la excitación. La colocó sobre el colchón, acunán¬dole la mejilla contra su mano antes de depositarla en la almohada, sus labios a unos centímetros de los de ella.
Miley le echó los brazos al cuello, pero él los reti¬ró metiéndolos bajo la colcha y la sábana.
—Nunca me habías arropado antes —murmuró la joven soñolienta.
—Pues no esperes que te cuente una historia — contesto él con sentido del humor—, eres demasiado joven para oír las que me sé.
—Supongo que sí. Soy demasiado joven para todo... Demasiado joven —murmuró Miley bostezan¬do y cerrando los ojos de nuevo—. Oh, Nick, ojalá fuera rubia…
—¿A qué viene eso ahora? —inquirió él perplejo. Pero la joven se había vuelto a quedar dormida, Nick se quedó observándola pensativo un buen rato y volvió a salir tan sigilosamente como ha¬bía entrado.
Kevin salía del salón cuando Nick llegaba al pie de las escaleras.
—¿La has traído a casa? —le preguntó.
—Sí, está en la cama, borracha como una cuba —añadió con una media sonrisa.
Kevin lo miró con los ojos entornados y el ceño fruncido.
—¿Qué te ha pasado? Te sangra el labio. Nick se llevó la mano a la boca.
—Un pequeño altercado en ese local nuevo —con¬testó Nick con ironía. Fue junto al mueble bar y se sirvió un buen lingotazo de brandy—. ¿Quieres uno?
Kevin meneó la cabeza y encendió un cigarrillo bajo la mirada desaprobadora de Nick. Les había prometido a él y a Miley que iba a dejarlo, pero siem¬pre recaía.
—¿Cuál fue el motivo de la pelea? Nick tomó un sorbo de su vaso.
—Miley.
—¿Miley? —repitió Kevin enarcando las cejas.
—Selena Gómez, la había llevado a ese sitio y la es¬taba dejando emborracharse. Cuando la encontré la había dejado sola y un tipo estaba intentando propa¬sarse con ella.
—El otro día fue al striptease, y hoy se va a un club nocturno a emborracharse... —murmuró Kevin pensativo—. Algo le pasa a nuestra chica.
—Lo sé —asintió Nick—. Solo que no tengo ni idea de cuál pueda ser el problema. En cualquier caso no me gusta nada lo que esa Selena está tratando de hacer, pero tampoco puedo explicárselo a Miley.
—Está tratando vengarse de ti a través de Miley, ¿no es cierto? —adivinó Kevin.
—Bingo —asintió Nick levantando el vaso como para brindar por él y apurando la bebida—. Estaba obsesionada conmigo, y la rechacé. ¿Qué espera¬ba? Es amiga de Miley. No puedo salir con una amiga de Miley.
—¿Y Miley?, ¿está bien?
—Sí, sí, no le ha pasado nada —lo tranquilizó Nick. Sin embargo, prefirió omitir que la había metido en la cama, y que estaba bebiendo porque estaba preo-cupado por ella, cosa que raramente hacía —. Ese per¬vertido solo la asustó un poco.
—¿Y qué hiciste?
—Le di su merecido, claro está.
—Bien hecho. En fin, lo único evidente en todo este asunto es que Miley sigue necesitando de alguien que la vigile de cerca.
—Amén. ¿Quieres que la echemos a cara o cruz?
—¿Por qué iba a querer interferir cuando tú lo ha¬ces tan bien? —repaso Kevin con una sonrisa burlona. Sin embargo, la sonrisa se desvaneció de sus labios al observar la seriedad en los ajos de su hermano— . Nick... Recuerdas que Miley cumple los veintiuno dentro de tres meses, ¿verdad? Y creo que ya está bus¬cando un apartamento con Selena.
El rostro de Nick se endureció.
—Esa «amiga» suya la corromperá, y no quiero que Miley terminé pasando de mano en mano entre los ex novios de Selena como si fuera unas entremeses.
Kevin enarcó las cejas. La voz de Nick sonaba agitada. Bien pensado, lo cierto era que estaba bastan¬te rara...
—Solo somos los tutores legales de Miley —le recor¬dó—, no tenemos derecho a tomar decisiones por ella. Nick le lanzó una mirada furiosa.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede cruza¬do de brazos, esperando a que aparezca un vaquero borracho y la desflore? ¡Y una mierda!
Se giró sobre los talones y salió como un torbelli¬no de la habitación. Kevin apretó los labios y esbozó una sonrisa divertida.
Miley se despertó a la mañana siguiente con dolor de cabeza y la sensación de que le esperaba un día di¬fícil. Se incorporó hasta quedarse sentada, agarrándo¬se las sienes. Eran las siete de la mañana, y tenía que estar en la oficina a las ocho y media. Seguramente Kevin y Nick estarían desayunando ya. Al pensar en la comida le sobrevino una náusea.
Se bajó de la cama tambaleándose y fue al cuarto de baño para lavarse un poco. Cuando fue a quitarse el camisón, la extrañó encontrarse con que lo tenía abro¬chado. ¡Qué curioso!, hubiera jurado que la noche an¬terior no había sido capaz de hacerlo... Seguramente se habría despertado en un momento dado, abrochado, metido bajo la ropa de la cama, y vuelto a dormir.
Era sábado, pero aún en fin de semana se trabajaba en la nave, porque no se podía descuidar al ganado, y también había que hacer el papeleo. Miley se había he-cho ya a la idea, y se había convertido en rutina el tra¬bajar también en sábado. Podía tomarse la tarde libre si quería, pero en los últimos meses no lo había hecho, porque así podía ver a Nick más tiempo.
Se puso un traje de falda y chaqueta gris claro con una camisa de seda azul y se recogió el cabello con una pinza. Se maquilló un poco, y se calzó unos zapa¬tos de tacón. No era una gran belleza, se dijo mirándo¬se en el espejo, pero no iba a presentarse ante Nick, que seguramente estaría furioso, pálida como un fantasma y hecha un adefesio.
Cuando bajó, encontró a los dos hermanos desayu¬nando. Nick la miró muy serio cuando se sentó.
—Ya era hora —le dijo con aspereza—, tienes un aspecto horrible, y lo tienes bien merecido. ¡No quiero volver a verte en un bar con esa Selena Gómez!.
—Por favor, Nick... Ahora no —murmuró Miley—, tengo la cabeza como un bombo.
—No me extraña —repuso él.
—¿No puede uno desayunar siquiera en paz? —in¬tervino Kevin.
—Cállate —le espetó Nick.
—Estupendo —masculló Kevin tomando una de las galletas de María.
Miley se sirvió un café bien cargado.
—Será mejor que te tomes unas aspirinas antes de irte, Miley —le dijo Kevin amablemente.
—Lo haré —respondió la joven esbozando una sonrisa agradecida—. En fin, está visto que la ginebra no me sienta bien.
—Ninguna bebida alcohólica es buena —la alec¬cionó Nick.
—¿Y entonces por qué te tomaste casi entera mi botella de brandy anoche? —preguntó Kevin enarcan¬do una ceja. Pero Nick no le contestó; se puso de pie y arrojó la servilleta sobre la mesa.
— Me marcho.
—¿Por qué no te llevas a Miley en tu coche? —su¬girió Kevin con una expresión extraña—. El suyo si¬gue en Tisdaleville.
—No voy a ir directamente a la nave —repuso Nick. No quería estar a solas con Miely, no des¬pués de cómo la había visto la noche anterior. Apenas podía mirarla sin recordar...
—No he acabado de desayunar —contestó Miley, molesta de que Nick no quisiera su compañía—. ¿Puedo tomar prestada otra vez tu camioneta? —le dijo a Kevin—. Puedo conducir. Tampoco bebí tanto.
—Claro, por eso anoche caíste en la cama nada más acostarte —contestó Nick con ironía. Miley se había quedado sin respiración. Por fortuna Kevin estaba sirviéndose una taza de café y no los miró, pero Miley alzó los ojos hacia Nick, y supo al instante por el modo en que sus facciones se tensa¬ron, que la había visto con el camisón desabrochado. Se puso roja como un tomate, y sintió que las piernas le temblaban.
De pronto, Nick la agarró por el brazo y la hizo levantarse.
—Olvídate del desayuno, ya tomarás algo en la ca¬fetería. Te llevaré. No estás en condiciones de condu¬cir.
Kevin sí estaba mirándolos en ese momento, y sus ojos pasaron perplejos de las mejillas encendidas de Miley a la expresión tirante de Nick.
La joven comprendió que irse con Nick era lo mejor. La azoraba la idea de estar a solas con él tras lo ocurrido, pero mucho menos quería quedarse con Kevin, porque estaba segura de que le haría contárselo. Nick debía haber pensado lo mismo.
La arrastró fuera sin que pudiera darle tiempo si¬quiera a decirle adiós a Kevin.
—¿Te importaría aminorar el paso? —le pidió ja¬deante mientras se dirigían al coche—. Mis piernas no son tan largas como las tuyas, y siento como si la ca¬beza me fuera a estallar.
—Tal vez el dolor de cabeza te venga bien después de todo —le dijo Nick—, te quitará las ganas de volver a irte a la aventura.
Miley lo miró airada, pero no dijo una palabra. En¬traron en el Jaguar de Nick y este arrancó, pero no se dirigió a la nave, sino que tomó una pista asfaltada, deteniéndose en medio del campo.
Se quedó callado, observando pensativo sus manas sobre el volante, mientras Miley recobraba el aliento y reunía el valor necesario para reclamarle:
—¿Cómo te atreviste a entrar en mi habitación sin llamar?
—Sí que llamé, lo que pasa es que no me oíste.
La joven se mordió el labio inferior y giró la cabe¬za hacia los pastos.
—Miley, por amor de Dios, no hagas un drama de esta —le dijo él—. ¿Preferirías que te hubiera dejado como estabas? ¿Y si esta mañana hubieran entrado Kevin o López a despertarte?
Miley tragó saliva. Tras un minuto largo, con las mejillas encendidas, se volvió hacia él insegura.
—Nick... No tenía todo el pecho al aire... ¿ver¬dad?
Él la miró a los ojos, y de pronto sintió que no po¬día apartar la vista. Estaba tan bonita... Sin darse cuenta de lo que hacía, extendió el brazo y le acarició el cuello.
—No —mintió. Al ver la expresión de alivio en el rostro de ella, supo que había hecho lo correcto—. Solo te abroché los botones y te tapé con la colcha y la sábana,
—Gracias —musitó Miley.
Las dedos de Nick subieron hacia la mejilla de la joven.
—Miley, ¿has dejado alguna vez a un hombre ver tus senos? —le preguntó de improvisa.
La pobre Miley balbuceó algo incomprensible y bajó la vista nerviosa.
—Déjalo, no importa —replicó él suavemente—. Imagino que no...
—No vuelvas a hacerme esa clase de preguntas.
—¿Por qué no? —murmuró él alzándole la barbilla para que lo mirara a los ojos—. Si quieres que te trate como a una persona adulta...
Miley se removió inquieta en su asiento. La hacía sentir tan ingenua que quería llorar.
—Déjame, Nick, por favor —le rogó cerrando los ojos con fuerza.
—¿Tan asustada estás de mí? —le preguntó él con voz acariciadora.
Le acarició los labios con el índice, y Miley se es¬tremeció, abriendo los ojos al instante, todo el deseo y el temor reflejado en ellos. Fue entonces cuando Nick perdió el control. ¡Ella también lo deseaba! ¡Tanto como él a ella! ¿Era esa la razón por la que ha¬bía estado tan inquieta últimamente, porque estaba sintiéndose atraída por él y quería ocultárselo por to¬dos los medios? Tenía que saberlo.
Miley no acertaba a pronunciar palabra. Se sentía como si él estuviese tratando de leer en su mente. —No estoy asustada. ¿Podemos irnos ya? —¿Estás tratando de negar lo que sientes, Miley?, ¿vas a decirme que no quieres que te bese?
El pulso de la joven se aceleró ante aquellas pre¬guntas. ¡La había descubierto! Si no paraba pronto aquello, tendría que hacerlo ella. Tal vez le pareciese muy divertido, pero no quería que la hiriese. Trató de apartarlo, empujándolo por el hombro, pero sus ojos volvieron a encontrarse, y se notó estremecer de arriba abajo.
Aquel contacto visual fue distinto de cualquier otro que hubiera experimentado antes. Era muy adul¬to, muy revelador. Los dedos de Nick subían y bajaban por su garganta, y la boca entreabierta descen¬dió hacia la de ella, deteniéndose a unos centímetros, entremezclándose el aliento de los dos.
—Ni... ck —susurró Miley ansiosa.
Lo escuchó contener el aliento, y tomarla por la nuca para hacer que inclinara la cabeza.
—Hace mucho tiempo que quiero hacer esto —¬murmuró Nick mientras se acercaba más—. Lo deseo tanto como tú...
Sin embargo, justo antes de que su boca llegara a fundirse con la de ella, el sonido de un vehículo que se aproximaba lo; hizo separarse.
Nick se sentía desorientado. Miró en el espejo retrovisor, para comprobar que un pequeño camión se acercaba por detrás. Le costaba respirar, y se notaba los músculos tensos.
Giró la cabeza hacia la joven. Se había apartado, quedándose al borde del asiento, junto a la puerta, como un animalillo asustado, y estaba temblando. Al verla así. Nick se avergonzó de lo que había estado a punto de hacer, Demonios, nunca había querido complicaciones, y Miley era la mayor de todas las que había tenido que afrontar hasta entonces.
—Será mejor que nos vayamos. Hay mucho traba¬jo por hacer —le dijo arrancando el Jaguar. Siguió ha¬cia delante para poder dar la vuelta en una curva y unos minutos más tarde estaban en la nave—. Ve a la oficina —le indicó a la joven—. Yo tengo que ir a Tisdaleville para tratar unos asuntos con nuestro abogado —añadió en un tono desprovisto de emoción. En reali¬dad no era cierto, pero necesitaba pasar unos momen¬tos a solas para tranquilizarse. Aquello era absurdo. Se sentía tan tenso como un chico joven la primera vez, y estaba perdiendo su sentido del humor. No que¬ría que Kevin lo viera así y empezara a hacerle pre¬guntas embarazosas.
—Está bien —respondió Miley con la voz quebra¬da.
Nick la miró inseguro. Parecía tan agitada, que si los empleados la veían así querrían saber qué le ha¬bía sucedido.
—No ha pasado nada —le dijo—, y no pasará si dejas de mirarme como un ternero enamorado.
Miley dejó escapar un gemido de indignación. Le lanzó una mirada dolida, se bajó del coche, y se enca¬minó a la oficina sin volverse.
Nick estuvo a punto de ir tras ella. No había querido decirle eso, pero estaba perdiendo el control sobre sí mismo, y le aterraba pensar lo que podía lle¬gar a hacer si seguía mirándolo con ojitos tiernos. No podía hacerle el amor, era solo una adolescente, y él era su tutor. Sin embargo, por mucho que se repitió eso una y otra vez en su mente, la imagen de Miley medio desnuda en la cama volvía a asaltarlo. Gimió con enorme frustración y pisó el acelerador para ale¬jarse de allí.
Miley no creía que pudiera sobrevivir a la jornada, pero, increíblemente, lo logró. En un principio le ha¬bía parecido imposible actuar como si nada hubiese pasado, pero por suerte, como Kevin sabía que tenía resaca, debió atribuir a ello su palidez y su comporta¬miento taciturno. Además, Nick no apareció en todo el día, y así al menos no tendría que soportar la humillación de tener que dirigirle la palabra después de lo que había dicho,
—Creo que necesitas desconectar un poco, Miley —le dijo Kevin acercándose cuando estaba recogiendo sus cosas después del almuerzo—. ¿Te apetece venir a cenar conmigo a Houston? Tengo una cena de nego¬cios con un hombre y su esposa, y no me apetece nada ir solo.
Kevin estaba sonriendo, y su amabilidad y dulce preocupación le llegó al alma a la joven. No era el hombre frío y sin sentimientos que la gente creía. Solo era un hombre triste y solitario, que debería haberse casado hacía tiempo y haber tenido un montón de, ni¬ños a los que malcriar.
—Me encantaría —le dijo. Sí, sería un cambio agradable cenar fuera, sobre todo porque así no ten¬dría que ver a Nick. Claro que era sábado por la noche, y los sábados Nick casi siempre salía.
—Estupendo. Iremos a casa a cambiarnos y saldre¬mos a las seis.
Miley se puso para la ocasión un vestido de tercio¬pelo color borgoña. Le llegaba hasta la rodilla, y tenía tirantes y el escote en forma de uve. No era muy sexy, pero sí elegante.
—Muy guapa, sí, señor —aprobó Kevin cuando se encontraron al pie de la escalera. Miley sonrió, pero miró inquieta hacia el pasillo, temiéndose que apareciera Nick—. Me dijo que no vendría hasta tarde —la tranquilizó adivinándole el pensamiento—. ¿Ha¬béis vuelto a tener un encontronazo?
—El peor que puedo recordar —asintió ella sin querer entrar en detalles—. Nick actúa últimamen¬te como si me odiara.
Alzó la vista hacia Kevin y vio que tenía una ex¬presión extraña en el rostro.
—Y tú no sabes por qué... —murmuró este—. Bueno, dale tiempo, Miley, Roma no se hizo en un día.
—No te comprendo —replicó ella parpadeando perpleja.
Kevin se rio suavemente y la tomó por el brazo.
—No importa. Anda, vamos.
Kevin aparcó frente a un discreto restaurante, don¬de los esperaban ya los Trevor, el matrimonio con el que se había citado. Clara y Henry Trevor poseían un pequeño rancho en Montana, y se dedicaban a la cría de ganado vacuno. Rondarían casi los cincuenta, pero eran muy joviales y agradables, y Miley hizo migas in-mediatamente con la mujer, mientras el marido y Kevin hablaban de negocios.
La joven lo estaba pasando francamente bien... hasta que alzó la mirada hacia la pista y vio un rostro Familiar. Nick estaba allí, bailando con una rubia despampanante. Tenía las manos en torno a su cintura, y se sonreían el uno al otro como si fueran amantes.
Miley se estaba sintiendo enferma, y se notó de pronto las manos frías y sudosas. Después del hiriente comentario de aquella mañana, esa visión era como la estocada final. Aquella era la clase de mujer que le gustaba: esbelta, hermosa, sofisticada… Aquella debía ser una de sus amantes, una de esas mujeres a las que no llevaba a casa.
—¿Te ocurre algo, Miley? —inquirió Kevin de re¬pente. Sin embargo, al momento siguió su mirada en dirección a la pista y comprendió.
—¿No es ese Nick? —inquirió el señor Trrevor sonriendo—. ¡Qué casualidad! Le diremos que se acer¬que para ver qué opina de mi propuesta —y antes de que los otros pudieran detenerlo, se dirigió a la pista.
—Señora Trevor, ¿le importaría acompañarme al aseo un momento? —le pidió Miley a la mujer con una sonrisa débil pero convincente.
—¿Cómo no, querida? Discúlpanos, Kevin —dijo Clara poniéndose de pie y yendo delante.
Cuando Miley pasó, junto a la silla de Kevin, este la retuvo un momento por el brazo.
—Tranquila —le susurró— te sacaré de aquí en cuanto pueda. ¿Quieres algo de beber?
Miley bajó la vista hacia él, al borde de las lágri¬mas ante la inesperada comprensión de Kevin.
—¿Podría tomar piña colada con un poco de ron? —inquirió.
—Por supuesto, creo que lo necesitas. Anima esa cara y mantén la cabeza bien alta.
—Gracias, «hermano mayor» —dijo Miley son¬riéndole con cariño.
—No hay de qué —respondió él sonriendo tam¬bién—. Vamos, vete.
Justo en ese momento se aproximaba Nick con el señor Trevor, Miley inspiró profundamente, lo saludó con un gesto de la cabeza, y se marchó hacia los lava¬bos sin prisa aparente.
Diez minutos después, la señora Trevor y ella regre¬saban a la mesa. Nick se levantaba en ese instante con la rubia colgada de su brazo. Miley hizo un esfuer¬zo enorme por no mostrar sus celos. ¡Cara de ternero enamorado, había dicho! ¡Se iba a enterar!
—¡Hola, Nick! —lo saludó sonriendo y sentán¬dose junto a Kevin—. Que restaurante tan estupendo, ¿verdad? Kevin me invitó porque le pareció que me vendría bien salir un poco. ¿No te parece que ha sido muy considerado? —tomó su vaso de piña colada y bebió un buen sorbo, aliviada al notar que no sabía de¬masiado a ron, y de ver que su mano no había tembla¬do.
—Claro, ya es una chica mayor —le dijo Kevin a su hermano. Se recostó contra el respaldo del asiento, como desafiándolo a decir algo.
A Nick no parecía hacerle mucha gracia la idea de que su propio hermano quisiera fastidiarlo, y cuan¬do Kevin le pasó un brazo por los hombros a Miley, lo miró de un modo que dio la impresión de que fuera a saltarle a la yugular como un león.
—Estoy cansada, Nick —suspiró la rubia acurru¬cando la cabeza en el hueco del cuello de él—. Nece¬sito dormir... después de otras cosas —le dijo sugeren¬te con una mirada pícara.
Miley alzó la barbilla, mirando a Nick directa¬mente a los ojos.
—Pásalo bien, «hermanito» —le dijo con fingida despreocupación. Incluso logró esbozar una sonrisa. Levantó su vaso, tomó un sorbo y le hizo un guiño a la rubia, quien le devolvió la sonrisa.
Nick parecía estar tratando de encontrar su voz. Ver a Miley can su hermano lo estaba volviendo loco. Nunca había considerada esa posibilidad. Kevin no era un playboy, pero era un hombre maduro, muy masculino, y después de todo había atraído a una be¬lleza como Ashley Tisdale.
Nick no había tenido intención de salir aquella noche, pero la cita había surgido a pesar de todo, y ha¬bía pensado que sería un buen modo de quitarse a Miley de la cabeza unas horas. Lo cierto era que ni si¬quiera le gustaba demasiado, pero era alguien con quien pasar el rato sin que supusiera una amenaza para sus emociones. Lo que no esperaba en ningún caso era que se encontraran con Miley. Se había senti¬do realmente avergonzado, como si le estuviera siendo infiel a una esposa.
Y sin embargo... ¿Estaba Miley molesta con él? Por mucho que escudriñara sus facciones, no lograba ver el más mínimo rastro de celos. Iba más maquillada que de costumbre y aquel vestido le sentaba como un guante. Estaba preciosa. ¿Se habría dado cuenta Kevin?
—Nick...—lo instó de nuevo la rubia—. Estoy can¬sada. He tenido un día muy largo, el desfile de esta tarde ha sido agotador, y los pies están matándome. ¿Nos vamos ya?
—Enseguida —asintió Nick quedamente—. Os veré después —le dijo a Kevin.
—Bien —contestó Kevin entre divertido e incrédu¬lo por lo acartonado que parecía su hermano—. Por cierto, tal vez volvamos a casa un poco tarde, así que no te preocupes si llegas y no nos encuentras allí. He pensado en llevar a Miley a bailar —añadió con la sonrisa arrogante que Nick detestaba.
—¿De veras? —dijo Miley tratando de mostrarse lo más emocionada posible.
El rostro de Nick se contrajo, y esbozó a duras penas una sonrisa.
—Buenas noches entonces —dijo con tirantez. Y casi no escuchó lo que le decían los otros mientras sa¬lía del restaurante con su acompañante.
—Lo has hecho muy bien —le susurró Kevin a Miley mientras se alejaban.
—¡Oh, Henry, mira la hora que es! —exclamó de pronto la señora Trevor—. Deberíamos irnos nosotros también. Mimi ya estará echándome de menos.
—Es nuestra perrita —aclaró su marido—. Clara la mima de un modo terrible —dijo meneando la cabeza. Se pusieron en pie, y tras despedirse de Kevin y Miley se marcharon también, dejándolos solos.
Las lágrimas que la joven había estado contenien¬do rodaron por sus mejillas.
—Lo sabes, ¿verdad, Kevin? —inquirió sin atre¬verse a mirarlo.
—¿Te refieres a cómo te sientes? —le preguntó él con suavidad. Ella asintió con la cabeza—. Tienes que procurar que él no se dé cuenta. Es muy cabezota y aunque sienta lo mismo por ti se negará a aceptarlo una y otra vez. Dale tiempo y no lo agobies.
—Vaya, sabes mucho de hombres —murmuró Miley hipando entre risas.
—Bueno, tal vez sea porque yo soy un hombre — contestó él con una sonrisa—. Anda, sécate las lágri¬mas y vámonos a casa —le dijo ofreciéndole su pa¬ñuelo—. Creo que ya hemos mortificado a Nick bastante. La idea de que salgamos juntos debe haberlo puesto furioso.
—¿Tú crees?
—Pues claro —asintió él con una sonrisa—. Va¬mos, Miley, no es el fin del mundo. Eres joven y tienes mucho tiempo por delante.
—Sí, pero, ¿qué voy, a hacer hasta que llegue el fu¬turo? Me está volviendo loca.
—Tal vez deberías ponerte a buscar en seria un apartamento —le aconsejó Kevin—. La casa estará muy vacía sin ti, pero me temo que es la única solu¬ción posible... por el momento.
—Ya lo había pensado yo también —le confesó Miley—, pero es que Nick no me dejará jamás irme a vivir con Selena.
—Miley... —¿cómo decírselo sin contarle que su amiga estaba despechada con Nick?—. A mí esa chica también me parece bastante alocada. Creo que lo mejor sería que alquilases una habitación en una casa de huéspedes, pero eso es decisión tuya —añadió con voz queda—. No voy a decirte lo que tienes que hacer. Ya eres mayor para decidir por tu cuenta y riesgo.
—Gracias, Kevin —dijo ella suavemente—. La mujer que se case contigo será muy afortunada.
De pronto la expresión de Kevin se endureció, y el humor que había brillado antes en sus ojos se esfumó.
—Ese es un error que no cometeré —le contestó—. Ya hice el idiota una vez.
—Pero Nick dice que no dejaste a Ashley ex¬plicarte su versión de la historia ——repuso Miley—. que no la escuchaste.
—El hecho de que me devolviera el anillo lo decía todo —respondió él secamente—. Y no quiero hablar más de eso, Miley —advirtió con una mirada peligrosa.
—Lo siento —se disculpó ella—. No hurgaré más en la herida.
—Vámonos —le dijo Kevin extendiendo la mano para alcanzar la nota y pagar en la barra—. Tardaremos unas dos horas en llegar a casa. Seguro que para enton-ces Nick estará esperándonos y echando chispas.
—Lo dudo —murmuró Miley pesimista—. La mu¬jer con la que estaba era muy guapa.
—A la hora de la verdad a los hombres no nos im¬porta tanto el aspecto como se suele decir —le confió Kevin—. Además, ¿no te fijaste en lo avergonzado que estaba de que los encontráramos aquí?
—Me da igual, voy a olvidarme de él —repuso la joven, queriendo sonar resuelta—. Gracias por llevar¬me contigo, Kevin, la cena ha sido maravillosa.
—No me des las gracias —replicó él enarcando una ceja—. Debería dártelas yo a ti. Lo he pasado muy bien, y es mucho mejor que quedarse en casa viendo una película —añadió riéndose.
Miley querría haberle preguntado por qué no había vuelto a quedar con nadie, y si todavía, después de seis años, seguía enamorado de Ashley. Nick ase¬guraba que sí, pero a Kevin era imposible sacarle una palabra al respecto, y Miley no quería molestarlo abriendo viejas heridas.

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