martes, 29 de diciembre de 2009

"Nicholas" cap1


oola aki
el primer cap..
8 comments para el sigiente...
los kieroo


xoxo♥

Capítulo 1
Miley miró inquieta una vez más por encima del hombro mientras aguardaba su turno en la cola de la taquilla. Había logrado salir de casa diciéndole a Kevin que iba a ver una exposición de arte, y Nick, gracias a Dios, estaba fuera comprando ganado y regresaría tarde. Cuando descubriera dónde había estado se pondría furioso, se dijo Miley sin poder reprimir que una sonrisa de satisfacción por su astucia.
Y desde luego hacía falta una gran dosis de astucia para engañar a Nicholas Jonas. Kevin, su hermano mayor, y él se habían convertido en sus tutores legales cuando ella solo tenía quince años. Iban a haber sido sus hermanastros, pero un desgraciado accidente de coche había segado la vida del padre de ellos y de la madre de Miley solo dos días antes de la boda.
Miley no tenía más familia, así que Nick había propuesto que Kevin y él podían ocuparse de la inconsolable adolescente, Miley Cyrus. Y así lo hicieron. Miley, naturalmente, se sentía muy agradecida hacia ambos, pero la irritaba sobremanera el hecho de que Nick fuese incapaz de darse cuenta de que se había convertido en una mujer.
La joven dejó escapar un profundo suspiro. Sí, aquel era el problema. Eso, y que se había obsesionado con protegerla del mundo exterior, hasta tal punto, que durante los últimos cuatro meses había sido casi una odisea para ella acudir a una simple cita.
Estaba llegando a extremos tan surrealistas, que incluso a Kevin, que raramente se reía, se le veía reprimir una sonrisa. A Miley, sin embargo, no le hacía ninguna gracia, porque, para mayor desgracia suya, se había enamorado perdidamente de Nick, y el fuerte y castaño vaquero solo la veía como a una chiquilla.
Sus intentos por demostrarle que había madurado, que ya era una mujer, habían resultado infructuosos: era imposible atravesar la dura coraza que lo rodeaba. Miley suspiró de nuevo. ¿Y cómo iba a hacer que se fijara en ella si ni siquiera sabía de qué modo podía atraerlo? Ya no era tan juerguista como había sido años atrás, pero Miley sabía que con frecuencia era visto en los clubes nocturnos de San Antonio con alguna belleza sofisticada. Y ella muriendo de amor por él... ¡Qué cruel era la vida! Lo tenía bastante difícil, porque ella no era ni una belleza, ni tampoco sofisticada. Era solo una chica provinciana, una chica normal y corriente, por mucho que su figura fuera mejor que la de muchas otras jóvenes de su edad.
Por eso, tras darle muchas vueltas al asunto, había llegado a la conclusión de que, si quería que se diera cuenta de que existía, tendría que convertirse en una mujer sofisticada. Tal vez ir a un espectáculo de striptease masculino no fuera lo más indicado como primer paso a la sofisticación, pero en un lugar como Tisdaleville no había muchas más opciones. Ser vista allí le demostraría a Nick que no era la adolescente puritana que él quería que fuera. Miley volvió a esbozar una sonrisa de satisfacción al pensar en la cara que pondría cuando se lo contase algún vecino.
Se alisó la falda de tablas gris y la blusa color hueso que llevaba, observando su reflejo en el escaparate de la tienda que había junto a la taquilla. Se había recogido el largo y castaño cabello como solía hacer, pero si lo dejaba suelto, era uno de sus mayores encantos, ya que era ondulado, suave y abundante. Sus ojos, grandes y de un azul grisáceo, tampoco estaban mal; su piel tenía un tono cremoso; y sus labios no podían ser más perfectos. Sin embargo, si no se maquillaba con esmero, era simplemente una chica del montón. De hecho, sus senos eran más grandes de lo que le gustaría que fueran, y en su opinión sus piernas eran demasiado largas. En contraste con muchas de sus amigas, bajitas y de constitución delicada y femenina, se sentía tremendamente desgarbada.
Al menos la chaqueta de terciopelo burdeos le daba un aspecto algo mayor, y los ojos le brillaban de un modo inusual, probablemente por la pequeña travesura que estaba a punto de cometer. Una sonrisa sarcástica acudió a sus labios ante la palabra «travesura». En realidad no creía que hubiera nada de malo en ver un striptease masculino. De algún modo tenía que aprender ciertas cosas, y Nick desde luego no la ayudaba ahuyentando a los chicos con los que se citaba. Era muy estricto en ese sentido: solo le permitía salir con jóvenes de su edad, y encima se encargaba de hacerles los pertinentes comentarios acerca de la frecuencia con que limpiaba sus pistolas y rifles, y lo que pensaba de «divertirse» antes del matrimonio. Con un tutor así no era de extrañar que muchos de aquellos chicos no volvieran a pedirle salir.
El fresco aire de la noche hizo estremecer a Miley. Aunque se encontraban al sur de Texas, era febrero y hacía bastante frío. Se arrebujó en su chaqueta y dirigió una sonrisa a otra joven que también tiritaba de frío en la cola del Grand Theater. Era el único teatro de Tisdaleville, y lógicamente había habido ciertas reticencias por parte de los más conservadores del lugar ante la idea de permitir que un espectáculo así se celebrase allí, pero finalmente se había hecho, y había una larga cola de mujeres esperando para comprar su entrada y averiguar si aquellos hombres eran tan increíbles como se mostraban en los anuncios que habían colocado por todas partes.
Nick se moriría cuando se enterase de dónde había estado. Se le pondrían los pelos de punta y querría fulminarla con la mirada. Kevin, en cambio, haría lo que siempre hacía, no decir nada ni a favor ni en contra, y esperar tranquilamente a que a su hermano se le pasara el enfado.
Los dos tenían un gran parecido físico, ambos altos, musculosos y de ojos oscuros, aunque Kevin tenía el cabello casi negro, y Nick era mucho más guapo. De hecho Kevin tenía unos rasgos más duros, una personalidad muy reservada y, aunque se mostraba cortés con las damas, no salía con ninguna. Claro que todo el mundo sabía por qué: Ashley Tisdale había rechazado su proposición de matrimonio años atrás.
Por aquel entonces, sin embargo, antes de que el buen hacer de Kevin y la intuición de Nick para el comercio los catapultara al éxito con una nave para engorde de ganado; los Jonas eran bastante pobres. La familia de Ashley, por el contrario, era muy rica, y se extendió el rumor de que Ashley lo había rechazado porque lo consideraba inferior a ella. Cierto o no, aquello había herido tremendamente a Kevin en su pundonor. Miley no acababa de comprenderlo. Parecía una mujer tan agradable... Y su hermano Joe también.
Las dos mujeres que iban delante de ella en la cola se retiraban ya, y Miley se apresuró a sacar el monedero de la chaqueta, pero justo antes de que pudiera llegar a la taquilla, alguien la agarró con fuerza de la muñeca y la arrastró a un lado.
—¡Eh!
—Ya me había parecido a mí que conocía esta chaqueta... —murmuró una voz profunda.
Miley alzó la mirada incrédula al reconocerla. ¡Nick! ¿Por qué estaba allí? Había un sutil brillo de ira en sus ojos.
—Hice bien en pasar por aquí de camino a casa. ¿Dónde está Kevin? ¿Sabe que estás aquí?
—Le dije que iba a una exposición de arte —contestó Miley. Al ver que Nick enarcaba una ceja incrédulo, añadió con picardía—: Bueno, en cierto modo es una exposición de arte, solo que las estatuas masculinas están vivas...
—Por amor de Dios... —fue la respuesta de Nick. Se quedó mirando un momento a las mujeres que hacían cola y tiró de la muñeca de Miley hacia su Jaguar blanco—. Vamos.
—No pienso irme a casa —replicó ella parándose en seco y luchando por zafarse de su agarrón. Le encantaba desafiarlo—. Voy a comprar un ticket y voy a entrar ahí —le aseguró soltándose y girándose.
Nick, sin embargo, no estaba de humor para seguir con aquella discusión, y la tomó en brazos para llevarla al coche.
—¡Nicholas! —chilló Miley al sentirse alzada en volandas.
—Es increíble que no pueda salir del estado ni un día sin que hagas una locura —murmuró él—. Recuerdo que la última vez que tuve que ausentarme por negocios te encontré a mi regreso a punto de marcharte al lago Tahoe con esa Selena Gomez.
—Oh, sí, y me encantó: echaste a perder mi fin de semana esquiando. Muchas gracias —masculló ella ásperamente.
Enfurruñada como estaba, no lo admitiría ni aunque le pusieran una pistola en la sien, pero lo cierto era que estar en sus brazos era como estar en el séptimo cielo. Además, la calidez de su aliento en el rostro le estaba provocando un cosquilleo por todo el cuerpo que nunca antes había experimentado.
—Si no recuerdo mal... os acompañaban dos universitarios —apuntó Nick con sarcasmo.
—¿Y qué pasa con mi coche? —replicó Miley—. Lo tengo aparcado calle abajo. ¿No querrás que lo deje aquí?
—¿Por qué no? Dudo mucho que nadie vaya a intentar robar esa birria —contestó él. Su rostro permaneció impasible, pero el ligero peso y calor corporal de Miley empezaban a resultarle algo turbadores.
—No te metas con mi coche —protestó Miley. Estaba comenzando a sentirse mareada por el olor de su colonia—. Puede que sea pequeño, pero es un buen coche.
—Si hubiera ido yo contigo al concesionario en vez de Kevin te aseguro que no te habrías comprado ese coche —le contestó él al momento—. Es increíble lo consentida que te tiene. Tenía que haberse casado con Ashley y haber tenido un montón de niños para malcriarlos como le viniera en gana. Ese condenado coche tuyo deportivo no es nada seguro.
—Pues es mío y me gusta, y además estoy pagándolo a plazos —repuso ella.
Nick buscó los ojos de Miley.
—Disfrutas haciendo cosas que me fastidian, ¿verdad? —murmuró bajando deliberadamente la mirada hacia los labios de la joven.
Miley apenas podía respirar, pero no iba a dejarse amilanar, no por él. No podía permitir que se diera cuenta del efecto que tenía sobre ella.
—Tengo casi veintiún años —le recordó. Nick la miró otra vez, con cierto sarcasmo. —No haces más que decirme eso —le contestó con aspereza—, y luego en cambio estás haciendo siempre chiquilladas como la de hoy.
—¿Qué tiene de malo que quiera hacer cosas de adultos? —farfulló ella—. A este paso nunca me enteraré de cómo va el mundo. Parece que quisieras que fuera virgen toda mi vida.
—Oh, se trata de eso... Pues si insistes en venir a este tipo de locales, desde luego no te durará mucho esa condición beatífica —replicó él enfadado.
Lo ponía nervioso cuando hablaba de ese modo. Además, llevaba meses con la misma cantinela, y no le parecía que el problema estuviera solucionándose, sino todo lo contrario. Apretó el paso, pisando furibundo los adoquines de la acera.
A Miley le divertía verlo así. Llevaba puesto un traje oscuro, y su viejo e inseparable sombrero texano. ¿Podía existir un hombre más perfecto?, se dijo la joven, ¿más masculino? Así, enfurruñado, le parecía todavía más sexy. Sin embargo, se había propuesto no dejarle entrever sus sentimientos, por lo que, como de costumbre, recurrió a las pullas para despistarlo.
—Estás de mal humor, ¿eh? —lo picó con voz dulce. La expresión de Nick se endureció, pero Miley esbozó una nueva sonrisa de satisfacción. Le encantaba hacerlo rabiar. Aunque probablemente llevaba años haciéndolo de un modo inconsciente, no se había dado cuenta de ello hasta las últimas semanas. Sí, se divertía pinchándolo y observando sus reacciones.
—Ya soy mayor. Me gradué en la escuela de comercio el año pasado y estoy trabajando como secretaria en las oficinas de la nave de engorde...
—No he sufrido un ataque repentino de amnesia, Miley fui yo quien te pagó todos los cursos y también fui yo quien te dio el trabajo —le respondió Nick calmadamente.
Había llegado junto al coche. Nick la dejó en el suelo, abrió la portezuela e hizo un gesto para que entrara y se sentara
—Es verdad, fuiste tú —asintió Miley, sonriéndole con malicia mientras tomaba asiento.
Nick le cerró la puerta de un golpe y rodeó el vehículo. Cuando se sentó junto a ella, hubo una muda violencia en el modo en que rugió el coche blanco al arrancarlo, en cómo se alejó de un volantazo de la acera, y en cómo bajó la calle principal a toda velocidad.
—Miley, no puedo creer que estuvieras dispuesta a pagar dinero por ver a unos cuantos tíos quitarse la ropa —masculló.
—Me parece más divertido que dejarles que me quiten la mía —contestó ella con humor—. Y creo que tú debes opinar lo mismo cuando te pones histérico cada vez que intento tener una cita con un hombre con un mínimo de experiencia.
Nick frunció el ceño. Era verdad. Le ponía furioso la idea de que un hombre pudiera aprovecharse de Miley. No quería que la tocaran.
—Ya puedes jurarlo. Si un hombre tratara de desabrocharte un solo botón, le daría una paliza.
—¡Mi pobre futuro marido! —suspiró Miley—. No quiero ni pensarlo. Imagínatelo, llamando a la policía en nuestra noche de bodas...
—Eres demasiado joven como para hablar siquiera de casarte —repuso Nick.
—Dentro de tres meses cumpliré los veintiuno. Esa es la edad que tenía mi madre cuando me tuvo a mí —le recordó la joven.
—Pues yo tengo treinta y dos y aún no me he casado —contestó él—. Tienes mucho tiempo por delante. No tienes que precipitarte a dar ese paso. ¡Apenas has visto el mundo por un agujero!
—¿Y cómo puedo ver nada si tú no me dejas ni respirar? —exclamó ella airada.
Nick le lanzó una mirada furibunda.
—Lo que no me gusta es la parte del mundo a la que te tratas de asomar: ¡Un striptease masculino!, por amor de Dios!
—¿Qué tiene de malo? Ni siquiera se lo quitan todo... —le aseguró ella—. Solo la mayor parte de la ropa.
—Dime una cosa: ¿Qué interés tienes en ver eso?
—No tenía nada mejor que hacer —suspiró ella—. Y además, Selena ya ha ido a verlo.
— Selena Gomez... —murmuró Nick entre dientes—. Siempre Selena Gomez... Ya te he dicho que no apruebo tu amistad con esa cabeza hueca. Es mayor que tú, y se da esos aires de chica sofisticada...
—«Es» sofisticada. ¿Y sabes por qué? Porque no tiene a un perro guardián pendiente de ella todo el día. —Pues no le vendría mal. Una mujer que se comporta de ese modo no atrae a los hombres que buscan una relación seria.
—Eso es lo que tú dices... Además, al menos ella no se desmayará del susto cuando su marido se desnude la noche de bodas. Yo en mi vida he visto a un hombre sin ropa... Bueno, excepto en esa revista que tenía Selena de...
—¡Por todos los santos! No quiero que vuelvas a leer esa clase de revistas —ordenó Nick.
—¿Por qué no? —inquirió Miley enarcando las cejas y abriendo los ojos como platos.
—Porque... Porque... ¡Porque no y ya está!
—Pues a los hombres les encanta mirar las fotos de mujeres que salen esa clase de revistas —le espetó ella—. Si a nosotras pueden explotarnos... ¿Por qué a los hombres no?
—¿Es que no puedes mantener la boca cerrada ni un segundo? —rugió Nick dejándose llevar finalmente por su arrebato de mal humor.
—¿Eso es lo que quieres? Muy bien, pues me callaré —dijo ella cruzándose de brazos y fingiendo una rabieta. Sin embargo, lo miró por el rabillo del ojo, sonriendo por la facilidad con que lograba irritarlo. Tal vez no estuviera enamorado de ella, pero no había duda de que no le resultaba indiferente.
—Toda esta estúpida obsesión repentina con ver a un hombre desnudo... —farfulló Nick para sí—. No sé qué es lo que te ha dado.
—Frustración —contestó Miley—, por la cantidad de noches que me he quedado en casa... sola.
—Yo nunca te he prohibido tener citas —repuso él.
—Oh, no... Ya lo creo que no... Simplemente te sientas con los chicos con los que quiero salir, y les empiezas a soltar toda esa bravuconada de la frecuencia con que limpias tus pistolas, y les aburres con tus arcaicas ideas sobre el sexo prematrimonial.
—No son arcaicas —respondió él con aspereza—. Hay un montón de hombres que piensan de ese modo.
—¿De veras? ¿A cuántos conoces? —dijo ella con sarcasmo, enarcando una ceja—. ¿Tú eres virgen?
Los ojos oscuros de él la miraron de soslayo, advirtiéndole que no siguiera por ese camino.
—¿Tú qué crees?
Miley se notó sonrojar. El tono sugerente de su voz y la sombra de arrogancia en la mirada la hicieron sentirse increíblemente estúpida y joven. Por supuesto que no era virgen. Apartó los ojos de él, turbada.
—¡Qué ingenua por mi parte! —murmuró con suavidad.
Nick pisó el acelerador. Por alguna razón le resultaba incómodo el haber sugerido siquiera a Miley cómo era su vida privada. Probablemente sabía más de lo que creía, sobre todo con una amiga como Selena Gomez.
Selena solía frecuentar los mismos locales de moda que él en la ciudad, y lo había visto un par de veces con acompañantes ocasionales. Esperaba que no le hubiera contado nada a Miley, pero no podía estar seguro.
Aquel repentino silencio no agradó a la joven, del mismo modo que le ponía enferma pensar en las mujeres con las que habría salido y salía.
—¿Cómo has sabido dónde estaba? —le preguntó por hablar de algo.
—No lo sabía, cariño —le contestó Nick. «Cariño». Aquel término le habría irritado viniendo de otro, por las connotaciones machistas, pero de sus labios sonaba tan natural, que a Miley no le molestaba jamás.
—¿Y entonces...?
—Como te dije, volvía a casa pasando por Tisdaleville, y de repente, ¿a quién vi delante de esos ridículos posters sino a ti?
—Es mi destino —suspiró Miley con comicidad—, no puedo escapar de él.
Nick giró para tomar la carretera que llevaba a la casa donde vivían. Pasaron el hogar de los Tisdale, una enorme construcción de estilo colonial, en cuyos vastos campos salpicados de robles, se podían ver varios caballos árabes purasangre. Sin embargo, no había demasiada hierba, ya que todavía hacía frío. De hecho, el día anterior, unas pequeñas ráfagas de nieve habían provocado la excitación general de los niños del lugar. En varios puntos del rancho se habían colocado no obstante grandes balizas de heno para que los animales pudieran comer.
—He oído que los Tisdale tienen problemas financieros —comentó Miley distraídamente. Nick giró la cabeza hacia ella.
—Desde que el viejo murió el verano pasado están casi en la bancarrota. Es más, según parece había hecho tratos que Joe desconocía por completo, y ha dejado a la familia endeudada hasta las cejas. Si pierden el rancho será un duro golpe para su honor.
—Y también para Ashley —apuntó Miley.
—Por Dios, no la menciones, ¿quieres? —dijo Nick con una mueca de desagrado.
—Si Kevin no está aquí... —repuso ella.
—Sí, bueno, ahora no está, pero cuando sí está tampoco te acuerdas nunca de lo mal que le sienta que se hable de ella.
—¿Verdad que es gracioso como se pone?
—Yo no llamaría «gracioso» a que le entren ganas de pegarle un puñetazo a alguien.
—Pues yo te he visto a ti pegar uno o dos puñetazos —dijo Miley.
En ese momento estaba recordando un día, no hacía mucho, en que uno de los nuevos peones del rancho había golpeado a un caballo. Nick le había pegado tal puñetazo que lo había tirado al suelo, y lo había despedido en el acto, con una voz tan fría y aparentemente calmada, que un escalofrío le había recorrido la espalda a la joven. Ni a Nick ni a Kevin les hacía falta elevar el tono de voz para imponerse, y cuando perdían la paciencia, la sola mirada en sus ojos hacía las palabras innecesarias.
¡Qué contradicción tan curiosa era Nick!, pensó Miley mirándolo, estudiándolo. Podía mostrarse tan tierno que, tras haber tenido que sacrificar un ternero, o cuando a uno de sus hombres le había ocurrido algo, desaparecía durante varias horas para estar solo. Y, otras veces, actuaba de un modo tan impetuoso, que los peones del rancho procuraban no cruzarse en su camino para escapar de su ira... igual que Kevin. Sí, ambos hombres tenían un carácter muy fuerte, pero en el fondo subyacía esa ternura, esa vulnerabilidad que poca gente llegaba a ver. Miley, sin embargo, habiendo vivido con ellos tantos años, los conocía mejor que nadie.
—¿Y cómo es que volviste tan pronto? —le preguntó en un nuevo intento de romper el silencio. Nick se encogió de hombros.
—Supongo que he desarrollado una especie de radar de peligro —murmuró sonriendo levemente—. De algún modo intuí que no estarías en casa con Kevin viendo películas en blanco y negro.
—Yo pensaba que no volverías hasta mañana por la mañana.
—Ya, y por eso decidiste irte a ver a unos cuantos musculitos desnudarse y menearse sobre un escenario.
—Al menos lo intenté —repuso ella suspirando trágicamente—. En fin, por tu culpa ahora moriré ignorante a pesar de todo.
Nick se echó a reír ante aquella respuesta. Siempre acababa haciéndolo reír, algo que no le había sucedido jamás con otra mujer. Lo cierto era que últimamente estaba pensando en ella más de lo que debería, reflexionó. Llevaba demasiado tiempo solo, se dijo. Los ligues ocasionales que tenía no lo satisfacían realmente. Pero no podía hacerle aquello a Miley, no sería justo. Miley le importaba, la había protegido y cuidado durante años. Era la clase de chica que merecía respeto, la clase de chica que debía encontrar un buen hombre y casarse, no alguien para pasar el rato. Tenía que controlarse.
Cuando llegaron a la casa, encontraron a Kevin sentado en uno de los sillones del salón, inclinado sobre la mesa baja, repasando el libro de cuentas con el ceño fruncido. Al entrar ellos, alzó la vista inexpresivo, pero sus ojos oscuros centellearon cuando leyó la irritación en el rostro de Nick y la frustración en el de Miley.
—¿Qué tal la exposición de arte?
—No era una exposición de arte —intervino Nick, arrojando el sombrero sobre la mesa—. Era un striptease masculino.
Kevin miró a Miley espantado, y la joven se sintió incómoda, porque era todavía más anticuado y reaccionario que Nick a ese respecto. De hecho, jamás hablaba de nada que fuera un poco personal, ni siquiera con ellos.
—¡Miley! —exclamó en tono de reproche y asombro.
—¿Qué? Tengo casi veintiún años —replicó ella—. Conduzco, estoy trabajando, y podría estar ya casada y con hijos. Si quiero puedo ir a ver un striptease masculino. No tengo que pedir permiso.
Kevin cerró el libro de cuentas y encendió un cigarrillo.
—Eso suena a declaración de guerra —dijo.
—Porque eso es lo que es —contestó Miley alzando la barbilla. Se volvió hacia Nick —. Si no dejas de avergonzarme delante de todo el mundo, me iré a vivir con Selena.
La paciencia de Nick se esfumó.
—¡Eso ni hablar! —gritó—. No pienso dejar que te vayas a vivir con esa mujer.
—¡Haré lo que me dé la gana!
—¿Les importaría...? —comenzó Kevin calmadamente. Pero Nick y Miley no le estaban escuchando.
—¡Por encima de mi cadáver! —bramó su hermano acercándose a la joven—. ¡Celebra fiestas que duran días!
—¿Y qué tiene eso de malo? —exclamó Miley sin escucharlo—. Le gusta la gente, no es una persona asocial como tú —acusó a Nick con los ojos entornados y los brazos en jarras.
—Oye, ¿por qué no...? —intervino una vez más Kevin.
—¡Tiene el cerebro de un mosquito y es una excéntrica! —repuso Nick sin hacerle ningún caso.
—¿Podríais escucharme un momento? —rugió Kevin levantándose del sillón.
Nick y Miley se quedaron paralizados. Nunca antes le habían oído alzar la voz, ni siquiera en las ocasiones en que lo habían visto más enfadado.
—Maldita sea, hasta a mí me duelen los oídos del grito que os he pegado —murmuró Kevin—. Muy bien, escuchadme: Así no vamos a ninguna parte. Además, seguro que de un momento a otro aparecerán María y López corriendo pensando que estamos matándonos... —y, antes de que terminara la frase se asomaron a la puerta un hombre y una mujer mayor en bata con expresión entre preocupada y aprensiva—. ¿Lo ven?
—¿A qué viene todo este jaleo? —preguntó María peinándose el cabello entrecano y mirando en derredor—. Pensamos que había ocurrido algo malo.
—¡Ay, Diosito! ¿Otra regañina? —dijo López sacudiendo la cabeza y sonriendo a Miley—. ¿Qué has hecho esta vez, niña?
La joven lo miró con aire de no haber roto un plato en su vida.
—No he hecho nada —respondió muy tranquila—. Absolutamente na...
—Ha ido a un striptease masculino —intervino Nick.
—¡No es cierto! —protestó Miley enrojeciendo.
—Pero, hija, ¿cómo se te ocurren esas ideas? —inquirió María llevándose las manos a la cabeza y farfullando por lo bajo algo en español. López se rio.
La pareja, casada desde hacía más de treinta años llevaba trabajando mucho tiempo para los Jonas, y eran como de la familia, no solo la cocinera y el encargado de los arneses y la remonta.
—¡Pero si no llegué a entrar! —exclamó Miley. Le lanzó una mirada acusadora a Nick, que estaba apoyado imperturbable en el brazo de uno de los sillones—. ¡Mira lo que has hecho!
—¿Yo? —dijo Nick sarcástico— ¡Eres tú la que tienes una curiosidad mala por ver a un hombre desnudo!
—¿Mala? —repitió ella incrédula—. Y seguro que tú no has ido nunca un striptease femenino...
—Eso es distinto —replicó Nick.
—¡Oh, por favor! Así que una mujer puede ser un objeto sexual y un hombre no, ¿verdad?
—Te ha pillado —dijo Kevin.
Nick los miró furibundo a los dos, se levantó y salió de la habitación. Miley lo observó con cierta satisfacción, sintiendo que al menos había ganado esa batalla. Sin embargo, aquel triunfo no era un gran consuelo. Nick era cada día más difícil de manejar. Tenía que hacer algo. No sabía muy bien qué o cómo, pero tenía que hacer algo... y pronto.

lunes, 28 de diciembre de 2009

IMPORTANTE!!

oola!!
ee visto los comentarios...
pero esk miren...
no puedo hacer los tres de miley..
pork es una serie...
les dire un poco de k se trata..
nick y kevin son hermanos...
su padre se hiba a casar con la madre de miley...
peroo dos dias antes de la boda sus padres tienen un accidente
donde mueren...
miley no tiene mas familia asi k
nick y kevin deciden ser sus tutores legales...
((esk son mucho mas mayores k ella))
pero miley se enamora de miley,, k es mui celoso
y posesivo,, el empieza a descubrir sus sentimientos por ella..
en la segunda novela se narra la relacion del solitario kevin...
el estubo comprometido con ashles tisdale... pero ella le regreso el anillo
y le rompio el corazon
desde entonces la familia jonas no se relaciona con la familia tisdale...
pero nick y miley le hablan a joe tisdale el hermano de ashley..
k es un soltero empedernido...
pero por varias circunstancias del destino
la vida les da la oportunidad.. para k ese amor k estubo guardado
desde hace tiempo.. vuelva a tener lugar en sus vidas...
pero el lo aceptara??
y el tercero es la historia de joe...
el puede conquistar a cualquier chica...
peroo todo cambia cuando conoce a demi...
pero ella tiene miedo a enamorarse..
sera joe capaz de despertar en demi ese sentimiento??


como veran las historias se enlazan por eso
tienen k ser de diferentes parejas...
peroo si no la kieren diganme..
ok...
speroo sus comentarios...







xoxo♥

domingo, 27 de diciembre de 2009

IMPORTANTE!!




oola
les kiero pedir su opinion
para acer una serie de 3 novelas
la primera novela seria de niley...
la segunda de kevin y ashley...
y la tercera de jemi...

((NILEY))

Nicholas

¿Cuándo se daría cuenta el ranchero de que los sentimientos que Miley despertaba en él eran la prueba indiscutible de que se había convertido en toda una mujer?



((KEVIN Y ASHLEY))

Kevin

Aquel ranchero estaba resentido por cosas del pasado y había soñado miles de veces con que Ashley le pedía que la ayudara... pero cuando por fin ella lo necesitaba... ¿sería capaz de negarle su ayuda?



((JEMI))

Joe

Con sus dulces palabras, el encantador Joe conquistaba a todas las mujeres que se cruzaban en su camino... hasta que conoció a la sincera e irresistible Demi.



Diganme si las kieren..
el orden no se puede cambiarr...
spero sus coments...



byebye



xoxo♥

"Amor en Rosa" cap 10 FINAL




oola...
aki el cap finalll...
mmm la otra nove la subo el martess
sii hay 10 commentss...
okk
al ratoo les subo la sinopsis...



xoxo♥



Al día siguiente, a las cinco de la tarde y tras un día increíblemente ocupado, Miley admiraba la magia de los muelles y el agua bajo el balcón de un hotel veneciano.
Un grupo de hombres y mujeres con máscaras y disfra¬ces medievales estaba embarcando en una lancha frente al palazzo. En el muelle, tres niños vestidos de payasos grita¬ban admirados por el despliegue de fuegos artificiales que iluminaban el cielo sobre los tejados. El carnaval de Vene¬cia: ruidoso, colorido, lleno de vida, emoción y misterio.
-¿Te alegras de estar aquí con nosotros? -le preguntó la madre de Nick, Denise Miller, una mujer de unos sesenta años con gran vitalidad y simpatía.
-Ha sido un día maravilloso -reconoció Miley-. No puedo darte las gracias lo suficiente por la bienvenida tan fantástica que nos has dado.
Miley no había esperado conocer a solas a su suegra, pero un negocio urgente había obligado a Nick a tomar un vuelo posterior. Tras recibirla en el aeropuerto junto al padrastro de Nick, Kevin, le habían dado una vuelta en su lancha motora por la ciudad. Luego la habían lle¬vado a su hotel, uno de los muchos de la cadena hotelera internacional que dirigían, famosa por su majestuosidad y el exquisito trato a los clientes.
Nada más verlas, Denise y Kevin habían tratado a Miley y Aleida como si ya fueran integrantes queridos de la familia. Por la mañana las habían llevado a presen¬ciar la inauguración oficial del carnaval y por la tarde, Denise había acompañado a Miley a un salón de novias con una variedad de vestidos de ensueño.
-El placer es mío, Miley. Tú me has devuelto a mi hijo y ahora estás consiguiendo que vuelva a sonreír -contestó Denise emocionada-. Cuando Nick me vi-sitó el año pasado, no me dijo nada, pero noté que se sen¬tía muy desgraciado. Puede que haya heredado la planta y la inteligencia para los negocios de su padre, pero en el fondo es un hombre mucho más sensible. Bueno, ¿te pon¬drás este vestido esta tarde para darle una sorpresa a mi hijo?
-Es precioso -susurró Miley mientras acariciaba la seda de aquel diseño del siglo dieciocho.
Más tarde, a solas en su suite, dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas mientras se relajaba en la ba¬ñera. A un par de días de su boda, debería sentirse la mu¬jer más feliz del mundo. Al fin y al cabo, estaba a punto de casarse con el hombre al que amaba... pero que no se habría casado con ella de no ser por el nacimiento de Aleida. Nick adoraba a su hija y sería un padre estu¬pendo. No debía ser egoísta y pensar tanto en sí misma.
Lo que más le pesaba era no haberse atrevido a ense¬ñarle sus sentimientos leyendo juntos la carta. Él le había confesado lo atraído que se sentía por ella, la rabia que le había dado pensar que Cody Linley podía haberles ro¬bado la oportunidad de ser felices... ¿Y qué había hecho ella? Dejar que Nick siguiera creyendo que la tarjeta de San Valentín había sido una broma.
Mientras Miley se mortificaba con sus pecados de omisión, Nick, que acababa de instalarse en la suite de al lado, estaba repasando los suyos. Necesitaba olvidarse de esa idea estúpida de que se merecía una mujer cuyo mundo girase en torno a él, como si fuera el sol. Miley no estaba enamorada de él, pero eso no significaba que no pudiera llegar a estarlo. Tenía que olvidarse de su ego y reconocer que Miley había hecho lo razonable al impe¬dirle leer la carta, no fuera a perjudicar la relación que compartían en esos momentos.
No le fue fácil colocarse el maravilloso tocado sobre aquel cabello de rizos tan rebeldes. Denise y Kevin la habían invitado a cenar con ellos y la doncella estaba a punto de subir para cuidar de Aleida. Miley se puso un antifaz reluciente sobre los ojos y se miró al espejo. El vestido esmeralda realzaba sus curvas de tal modo que se sonrojó. Aunque, por otra parte, tenía la sensación de que no debía avergonzarse de nada, pues así vestida no la ha¬bría reconocido ni su propia madre, pensó dolida tras ha¬ber decidido que no informaría a su familia del matrimo¬nio hasta después de haberse celebrado la boda. Con tan poco margen de antelación, sabía que sus padres no ha¬brían podido reservar billete para asistir a aquel día tan especial. Pero, en el fondo, también le había dado miedo que se mostraran indiferentes.
Nada más oír que llamaban a la puerta, corrió a abrir para evitar que insistieran y Aleida se despertase.
Al encontrarse frente a Nick, cuya llegada no espe¬raba hasta medianoche, retrocedió un paso. Este mur¬muró algo seductor e incomprensible en italiano al tiempo que esbozaba una sonrisa arrebatadora. Se le paró el corazón, sintió un revoloteo de mariposas en el estó¬mago, pero mantuvo la cabeza alta, convencida de que no la reconocería con el antifaz.
-Miley... -dijo Nick sin dudar un instante.
-¡Creía que no sabrías que era yo! -protestó decepcio¬nada.
-Te reconocería en cualquier parte del mundo, de no¬che y con cualquier disfraz -aseguró él al tiempo que ce¬rraba la puerta.
-Llegas a tiempo para cenar con tu madre y tu padras¬tro -comentó entonces Miley mientras se quitaba el anti¬faz.
-No, los he llamado desde el aeropuerto para presen¬tarles disculpas en nombre de los dos -dijo Nick mi¬rándola de pronto con expresión seria-. Necesitamos es¬tar solos para hablar.
Miley se puso tensa. Era como si le hubieran apretado el botón del pánico. De repente, le dio miedo que quisiera cancelar la boda.
-Nick...
-No, déjame a mí primero -se adelantó él-. No he sido franco contigo. Ni siquiera he sido justo...
-Me estás robando las palabras de la boca -Miley fue por su bolso, sacó la carta y se la entregó desesperada-. No pensé la impresión que te llevarías cuando te pedí que no la leyeras, pero es tu carta...
-Olvídate de la carta, no importa -contestó Nick-. Lo que importa es que te diga lo que siento... aunque no creo que te sorprenda saber que estoy enamorado de ti.
Estaba sacando la carta del sobre cuando frenó en seco, levantó la cabeza hacia Nick y lo miró con incre¬dulidad. ¿Había oído bien? No era posible. De hecho, te¬nía que estar soñando.
-Al principio no sabía por qué bajaba todos los días al departamento de marketing -continuó Nick-. No en¬tendía por qué se me alegraba el día cuando te veía, por qué me gustabas, por qué empezaba a parecerme que el resto de mujeres no estaban a tu altura... En tu primer día, cuando te pillaste el dedo y te acompañé al hospital, po¬días habérselo contado a los compañeros, pero fuiste dis¬creta. Y luego me enfadé cuando el jefe de marketing se excedió por esa estúpida taza de café. Cuando saliste so¬llozando de la fiesta, me entraron ganas de arrancarle la cabeza a Linley por reírse de ti. Quería protegerte... Y al quedamos a solas en el despacho, no pude resistir la ten¬tación...
-Tenía la sensación de que me había tirado encima de ti -dijo Miley con timidez.
-¿Quién te besó?, ¿quién tomó la iniciativa?
Sólo entonces advirtió Miley que el primer paso lo había dado él.
-Pero habías bebido...
-Eso no era más que una excusa -gruñó Nick-. Sa¬bía perfectamente lo que estaba haciendo, pero al día si¬guiente me sentí culpable por haberte seducido...
-Yo me escapé porque pensaba que había sido culpa mía.
-Y me puse hecho una furia. Fui a buscarte a tu estu¬dio esa misma tarde...
-¡Dios!, ¡nos cruzamos en el camino!
-Entonces tuve que llamar a media Australia hasta lo¬calizar a tu cuñada, Karrie, y averiguar dónde estabas. ¿No te comentó que había llamado?
-Sí... -Miley palideció-. Pero creía que era porque te preocupaba que estuviera embarazada. Entonces todavía pensaba... que estabas prometido a Selena. Nick... lee la carta o empezaré a chillar hasta volverme loca.
Pero Nick tenía otros planes. Hacía día y medio que no la tocaba, de modo que la pegó a su potente y muscu¬loso torso y le dio un beso apasionado y eterno que la convenció de que la amaba.
-Antes o después, encontraré la fórmula mágica para que tú también me quieras -dijo Nick-. Cuando desa¬pareciste de Londres, comprendí lo mucho que te quería. No me había dado cuenta hasta ese día.
-Yo siempre supe lo que sentía por ti -Miley le devol¬vió la carta.
Empezó a leerla a regañadientes, pero al cabo de un par de líneas su rostro pasó del asombro a la felicidad. De pronto, no pudo despegarse hasta terminar todas las ho¬jas.
-Es... es una carta de amor -elijo maravillado Nick.
-Cuando me enteré de que estaba embarazada, sentí que no podía seguir dejándote creer que la tarjeta de San Valentín había sido una broma.
-Debería despellejarte viva por haberme mentido, amore -dijo Nick, mirándola con adoración.
Acto seguido sacó del bolsillo un precioso anillo de zafiros que la dejó sin respiración. Después miró a Aleida y sonrió al verla dormida con su carita angelical.
El día de la boda amaneció despejado.
Había olvidado que era el día de San Valentín, pero Miley recibió una enorme cesta con flores y una tarjeta cubierta de rosas con una tarjeta en la que Nick le de¬claraba su amor.
Luego, nada más terminar de desayunar y dar de ma¬mar a Aleida, alguien llamó a la puerta y apareció toda su familia en tropel: su madre, su padre, Peter, Karrie y su sobrinito Sam. Nick les había pagado un billete a los cinco y se alojaban en el mismo hotel. Lo había organi¬zado en secreto para darle una sorpresa y no podía estarle más agradecida. Ver a su madre emocionada mientras acariciaba a Aleida y sentir el abrazo de su padre era el mejor regalo que podía hacerle.
Su madre y su cuñada la ayudaron a ponerse el ves¬tido. Luego llegó una diadema magnífica y unos pendien¬tes. Mecida por el agua camino de la iglesia en góndola, Miley se sintió como una princesa. Pero no fue hasta ver a Nick en el altar cuando el corazón terminó de rebo¬sarle de felicidad.
El banquete se celebró en una sala de baile majestuosa y acudieron multitudes de invitados. Todos veían a los novios tan enamorados que no podían evitar sonreír y co¬mentar lo buena pareja que hacían. Hasta que los despi¬dieron para desearles una feliz luna de miel.
Esa noche, en el refugio que Nick tenía en el bos¬que de la Toscana, se divirtieron recordando lo que ha¬bían sufrido hasta darse cuenta de que estaban mutua¬mente enamorados, comprobaron que Aleida estaba bien y se felicitaron por haber concebido a una niña tan maravillosa. Luego se fundieron en un abrazo y se besa¬ron como si fueran la primera pareja del mundo que des¬cubría el poder del amor.

sábado, 26 de diciembre de 2009

"Amor en Rosa" cap 8 y 9


CAPITULO 8

Después de una noche sin pegar ojo, esperando que el teléfono junto a su cama sonara o la irrup¬ción de Nick en la habitación, Miley llamó a la puerta de su jefa y entró.
-Jones dice que querías verme.
-Sí -contestó Taylor, tumbada todavía en la cama-. Es una pena lo del uniforme. No creo que le siente bien a la siguiente niñera.
-¿Cómo dices?, ¿la siguiente niñera?
-Nick estuvo hablando conmigo anoche -dijo Taylor-. ¿No te ha dicho nada?
-No -respondió ruborizada Miley.
-No puedes seguir trabajando para nosotros, corazón. Después de saber que la pequeña Ale es hija suya es nor¬mal que no quiera que andes cuidando a mis hijos -ex¬plicó Taylor.
-¿No quiere? -Miley estaba roja por la falta de dis¬creción.
-Nosotros también nos sentiríamos incómodos -conti¬nuó Taylor-. Joe y Nick tienen negocios juntos. Tú eres la madre de la hija de Nick. No puedes trabajar para nosotros.
Era evidente que la mujer ya había tomado la decisión.
-¿No quieres que siga hasta que encuentres a otra ni¬ñera al menos?
-No. Nick ya ha llamado a una agencia para que empiece este mismo fin de semana. Es un buen hombre, Miley -dijo Taylor de pronto-. No entiendo por qué te enfadas con él por querer hacer lo que debe y cuidar de ti y del bebé.
Un minuto después, Miley recorrió el pasillo y bajó las escaleras furiosa. Llegó en un instante al vestíbulo principal, donde se encontró con Nick.
-Buenos días -la saludó.
-¡Buenísimos! -espetó ella-. ¡Sobre todo después de enterarme de que has hecho que me despidan!
Nick se acercó, le agarró una mano y tiró de ella con suavidad hacia la habitación de la que acababa de salir.
-No hace falta tener esta discusión en público, cara.
-¿Ahora te importa? ¡Anoche te dio igual contarle mi mayor secreto a Taylor!
-¿Por qué va a ser Aleida un secreto? Estoy orgu¬lloso de ser su padre y no tengo intención de ocultarlo -afirmó Nick con aplomo-. Y no me digas que te parte el corazón tener que despedirte de ese ridículo uniforme.
-Era un buen trabajo -se resistió Miley-. Estaba bien pagado...
-Pero no hay niñera que aguante en esa familia. ¿Y sa¬bes por qué? -se adelantó Nick-. Por Taylor. Nor¬malmente es muy amable, pero tiene mucho genio y a ve¬ces se comporta como una auténtica tirana. ¿Todavía no la has hecho enfadar? No es muy difícil.
Miley recordó la acidez con que la mujer le había re¬prochado haber bajado las maletas cinco minutos tarde el día anterior.
-Claro que apenas llevas unas semanas con ellos -continuó Nick-. Pero te aseguro que si hubieras se¬guido más tiempo, habrías acabado conociendo lo afilada que tiene la lengua. Es famosa.
-Aun así, no tenías derecho a interferir -contestó Miley-. Puedo cuidar de mí misma.
-Pero, por desgracia, no eres la única persona impli¬cada. Quiero lo mejor para los tres -dijo Nick lanzán¬dole una mirada a los ojos con la que la conminaba a que lo escuchara-. No creo que seguir intercambiándonos re¬proches conduzca a nada bueno. La vida es demasiado corta. Yo también quiero compartir la vida de Aleida. Así que estoy dispuesto a pedirte que te cases conmigo.
Miley estaba asombrada, pero el modo en que le ha¬bía propuesto el matrimonio le hería el orgullo. ¿Cómo que estaba dispuesto a pedirle que se casara con él? Era la primera petición de mano que recibía y le llegaba cuando estaba roja de ira y con el único fin de poder controlarla. Primero le había quitado el puesto de trabajo y luego le ofrecía la seguridad de convertirse en su esposa.
-Me parece que no me he expresado bien -reconoció Nick después de unos segundos de tenso silencio-. Quiero casarme contigo.
-Nuestra relación ha sido una sucesión de catástrofes -dijo entre dientes.
-Yo no la describiría así...
-Tú mismo viniste a decirlo en casa de tía Tilly -le re¬cordó Miley-. Terminamos en el sofá porque habías be¬bido mucho y te arrepentías. No me parece que sea una base sólida para el matrimonio. Además, no quiero ca¬sarme con un hombre que se siente obligado a ponerme un anillo en el dedo.
-No es ninguna obligación -contestó exasperado Nick-. Hicimos el amor porque no podía contenerme. Me basta mirarte para que me suba la temperatura, cara... Y eso no es una catástrofe: es atracción. Si no hubieras tra¬bajado para mí, habríamos intimado mucho antes.
-No me lo creo -contestó ella, por más que le habría gustado hacerlo.
Nick le quitó el sombrero del uniforme, el mandil, luego le desabrochó los botones superiores del vestido.
-¿Qué haces?
-¿Quieres que te demuestre cuánto me excitas? -pre¬guntó Nick esbozando esa sonrisa luminosa que tanto había temido no volver a ver.
-No... -dijo Miley con voz trémula.
-¿No qué? –Nick posó los labios sobre el cuello de Miley, provocándole una descarga eléctrica de deseo.
-No me hagas esto...
Nick localizó un punto erógeno debajo de la oreja y se demoró allí. Miley tembló, se oyó gemir. Luego se agarró a la chaqueta de Nick y se abandonó al calor de ese cuerpo que tanto había luchado por olvidar. Hasta que notó sus labios sobre la boca en un beso ardiente y fugaz que la dejó con ganas de mucho más.
-¿Te crees ya que te deseo? -susurró él con la respira¬ción entrecortada.
-No... no funcionaría -Miley dio un paso atrás.
-¿Porqué?
-¿Es que no puedes aceptar un no por respuesta? -pre¬guntó desde la puerta Miley.
-Lo hice la última vez. Y me costó perderme los tres primeros meses de la vida de mi hija -replicó Nick un segundo antes de que Miley saliera de la habitación en la que se hallaban, aliviada porque no la siguiese.
Se cambió de ropa, se puso unos vaqueros y un jersey, puso a Aleida en el cochecito y salió a dar un paseo. Se le ocurrió que siempre había pensado mal de Nick y que no había hecho más que huir de él. Para empezar, se habrían ahorrado muchos malentendidos si no hubiera desaparecido después de la noche de la fiesta. Había reac¬cionado como una chiquilla con miedo a enfrentarse a la realidad. Había dado por supuesto que todo cuanto había pasado había sido culpa de ella y les había negado a am¬bos la posibilidad de explorar lo que sentían el uno por el otro.
Miley se sentó sobre un tronco caído. Luego había aceptado que Nick se había prometido a Selena Gómez y, en vez de enfrentarse a él, se había refugiado en su or¬gullo herido. Pero lo que más le pesaba era haber tomado a Nick por un mentiroso cuando siempre había sido sincero y franco con ella. Le había dejado bien claro que si llegaba a tener el bebé, estaría a su lado. Si en vez de escribirle una carta lo hubiera llamado por teléfono, ha¬bría formado parte de la vida de Aleida desde su primer día. Y cuando sus caminos habían vuelto a cruzarse, no había dudado en pedirle matrimonio...
Nick se paró a unos cincuenta metros para ver a Miley sentada sobre el tronco mientras mecía el cochecito de Aleida. No parecía contenta. La petición de mano no había tenido éxito. Y, aunque no quería pensar que había promovido el despido de Miley como niñera, lo cierto era que la idea de verla desaparecer en una de las limusinas de los Swift y no volver a verla lo había he¬cho perder los nervios. Si era totalmente sincero, debía reconocer que había sido una maniobra para colocarla en una situación más vulnerable.
Miley giró el cuello. Como siempre que lo veía, sintió que se derretía. Tragó saliva. ¿Se habría precipitado al re¬chazar su oferta?
-¿No te echarán de menos los invitados? -preguntó ella mientras Nick se agachaba para mirar a Aleida.
-Seguro que se las arreglan solos. Además, la mayoría está durmiendo. Mientras aparezca para la cena, nadie se ofenderá -dijo sin apartar la vista de la niña-. Es pre¬ciosa, ¿verdad?
Dejándose llevar por un impulso, Miley sacó a Aleida del cochechito y la puso en brazos de Nick.
-Nunca he tenido un bebé en brazos -dijo nervioso¬- ¿Y si la asusto?
-Es muy tranquila. Tú sujétale la cabeza para que se sienta segura.
Nick meció a la pequeña con sumo cuidado. Miró los grandes ojos azules de su hija y esbozó una sonrisa orgullosa, tierna, casi tímida, que humedeció los ojos de Miley
-No llora. ¿Crees que sabe quién soy?
-Puede... -dijo Miley con la voz quebrada.
-Y puede que no, pero puede enterarse -Nick la miró con seriedad-. Ojalá que Aleida no me haga nunca lo que yo le hice a mi madre. Te estoy en deuda por lo que dijiste la noche de la fiesta de que me puse del lado de mi padre cuando se divorciaron.
-¿Cómo en deuda? -Miley pestañeó.
-Fui a Italia a ver a mi madre y me di cuenta de lo idiota que he sido -admitió Nick con una sonrisa agri¬dulce-. La culpé por el divorcio y ella no quiso dañar mi relación con mi padre diciéndome que él había tenido un montón de amantes durante el matrimonio.
-Lo siento -dijo Miley, sabedora de lo cerca que se había sentido Nick de su padre toda la vida.
-No lo hagas -Nick sonrió-. Gracias a lo que di¬jiste, mi madre y yo vamos a tener la oportunidad de vol¬ver a conocernos.
-¡Qué bien! -exclamó encantada.
-Yo nunca te sería infiel -le aseguró Nick acto se¬guido-. Hasta estoy planteándome mis criterios en rela¬ción con los gráficos rosas -bromeó.
-¿Eras tú? -Miley se quedó helada-. ¿Fuiste tú quien me escribió por el correo electrónico?
-¿Quién si no? -contestó Nick al tiempo que se in¬clinaba para devolver a la niña al carrito.
Saber que había sido él quien había velado por su se¬guridad, aconsejándole que tuviera cuidado para no reci¬bir un tercer aviso, le llenó el corazón de un sentimiento desbordante. Tanto que no pudo contenerse y Miley se lanzó en brazos de Nick.
-Creo que quizá sí me apetezca casarme contigo, des¬pués de todo. ¿La oferta sigue en pie?
-Por supuesto -Nick la miró entusiasmado-. ¿Qué te parece si nos casamos la semana que viene en Italia? -añadió, temeroso de darle tiempo, no fuera a cambiar de idea otra vez.
-¿Tan... tan pronto?
-No soy partidario de los noviazgos largos -dijo él con solemnidad.
-Yo tampoco -convino Miley con idéntica convic¬ción, con el corazón trinando de alegría. Al fin y al cabo, resultaba significativo que un hombre estuviese tan an-sioso por llegar al altar.


CAPITULO 9


-Me sentiré mucho mejor cuando te sientes esta noche a cenar con mis invitados -dijo Nick satisfecho mientras regresaban al priorato.
-No puedo hacer eso -vaciló Miley-. He venido como la niñera de los Swift. ¿Qué pensará la gente si de pronto...?
-Que eres mi futura esposa y tienes más derecho que nadie a embellecer la mesa con tu presencia -atajó con orgullo Nick.
-Pero no me he traído nada elegante. Sólo tengo unos vaqueros.
-Si ese es el único problema, vamos a comprarte algo ahora mismo, cara.
Nada complacía más a Nick que resolver proble¬mas con acción y dinamismo. El pueblo más próximo, si¬tuado a unos pocos kilómetros, contaba con una boutique con muy buenos diseños. Le bastaron veinte minutos para acercarla a la tienda, hacerla entrar, elegir un vestido azul cortito y acompañarla al vestuario, sin prestar atención a las protestas de Miley.
Dentro del probador, Miley se miró al espejo, pregun¬tándose cómo habría hecho Nick para acertar con la ta¬lla y el tono exacto de azul que mejor combinaba con su pelo. Luego miró el precio y casi le dio un infarto.
-¿Miley? -la llamó desde fuera Nick.
Miley salió. Nick tenía a Aleida apoyada sobre un hombro con naturalidad, como si llevara cuidando be¬bés toda la vida. Ajeno a las miradas coquetas de la ven¬dedora, la examinó de arriba abajo hasta hacerla rubori¬zarse y desbocarle el corazón.
-Nos lo llevamos -aseguró Nick-. ¿Tienes zapa¬tos?
Sin darle ocasión de responder, estudió los modelos que había en exposición y, un par de minutos después, ya estaba probándose un par. Cuando salió con sus vaqueros, dos mujeres rodeaban a Nick y admiraban la mano que tenía con Aleida. Por lo que pudo oír, estaba como loco presumiendo de hija. De nuevo, comprobó cómo le sen¬taba el calzado y entregó la tarjeta de crédito a la depen¬dienta.
-¿Tienes idea de cuánto cuestan estas dos prendas? –susurro Miley escandalizada mientras se acomodaban de vuelta en la limusina.
-No -contestó sin inmutarse Nick y ella lo informó del precio-. No está mal.
-¡Es una fortuna! -exclamó Miley.
-Déjame que te cuente un secreto -dijo él con buen humor-. No soy pobre.
De vuelta en el priorato, se llevó una nueva sorpresa al descubrir que habían trasladado sus pertenencias a una lujosa suite de invitados situada en la primera planta.
-¿Está seguro de que debo instalarme aquí? -le pre¬guntó al mayordomo.
-Por supuesto -respondió Jenkins sin resuello. Miley lo instó a que tomara asiento para que se recuperara-. No se lo diga al señor Nick, por favor.
-Yo... –Miley pensó que el hombre era demasiado mayor para seguir trabajando de mayordomo.
Entonces Jenkins le explicó que se había jubilado cinco años atrás y, como vivía solo, echaba de menos el priorato y su profesión. Así que le había pedido a Nick que le permitiera volver para revivir lo que él denomi¬naba los buenos tiempos algún que otro fin de semana, y que disfrutaba mucho haciéndolo. Conmovida por la ex¬plicación y por la comprensión de Nick, Miley no dijo nada más.
La cena no fue tan tensa como había temido. Claro que ella siempre había disfrutado conociendo gente nueva y, desde que había entrado en el salón, nada más notar la mirada intensa y halagadora de Nick, se había sentido la mujer más segura del mundo. Más tarde, ha¬bían subido juntos a mirar cómo dormía Aleida.
-Es increíble cuánto la quiero ya -aseguró Nick sonriente.
Miley sintió una pequeña punzada de envidia. Pero, ¿cómo podía envidiar a Aleida por el hueco que se ha¬bía hecho en el corazón de su padre? Al fin y al cabo, ella era el motivo por el que se casarían. Pero no quería tortu¬rarse con esa realidad dolorosa.
-La verdad, no se me ocurre cómo vamos a poder ca¬sarnos la semana que viene -comentó Miley-. Se nece¬sita mucho tiempo hasta para la boda más íntima.
-Los preparativos ya están en buenas manos, cara -contestó él con una sonrisa que le hizo la boca agua-. El lunes por la mañana tomaremos un avión a Venecia, donde te espera una colección de vestidos de novia para que elijas el que más te guste. No tienes que preocuparte por nada. Sólo quiero que te relajes y disfrutes.
-Suena a bendición del cielo -reconoció Miley, pen¬sando en todas las decisiones y responsabilidades que ha¬bía soportado el año anterior sin nadie en quien apoyarse.
-Tengo que hacerte una pregunta -dijo entonces Nick-. ¿Cuándo me escribiste exactamente para decirme que estabas embarazada?
-¿Qué? -Miley frunció el ceño, incapaz de ver la re¬levancia de tal información después de tanto tiempo.
-Da igual -se encogió de hombros Nick.
Miley, muy susceptible al respecto, se puso roja. Es¬taba convencida de que creía que no le había mandado di¬cha carta y de que sólo lo decía para intentar aliviar su conciencia. ¿Cómo podría demostrarle lo contrario?
-Estoy cansada -murmuró.
Resuelto a averiguar qué habría sido de aquella carta, Nick arrugó el entrecejo. No sabía qué había dicho para tensar el ambiente, pero la intuición le aconsejaba no insistir. Una vez que estuviesen casados, quizá pudiera presionarla un poco más, pero no quería arriesgarse hasta después de la boda. Le dio las buenas noches como si hu¬biese despedido de su abuela y se alejó.
Desconcertada, Miley se quedó mirándolo con los ojos al borde de las lágrimas. El hombre apasionado que había jurado encontrarla irresistible ese mismo día ni siquiera la había besado. ¿Habría sido todo una estrategia para persua¬dirla para que se casara y mantener de ese modo el con¬tacto con Aleida?, ¿o sólo estaría disgustado ante la idea de que tal vez lo estuviese engañando con la carta? Y en tal caso, ¿cómo convencerlo de lo contrario?
Los nervios le impidieron descansar y al día siguiente, después de darle el pecho a Aleida, volvió a la cama y durmió hasta tarde. Cuando por fin se despertó de nuevo, bajó las escaleras y se encontró a Nick rodeado de sus invitados. Siguió una comida distendida, tras la cual em¬pezaron las despedidas de los visitantes. Entonces cayó en la cuenta de que tenía que recoger sus pertenencias de la casa de los Swift y decidió hablar con Taylor para decirle que lo más sencillo sería volver con ellos y ocu¬parse del asunto ella misma.
-Me acerco a casa de los Swift por mis cosas -in¬formó a Nick en el último momento.
-Puedo acercarte yo -ofreció este sorprendido.
-No, había pensado que sería mejor si dejaba a Aleida contigo -lo desafió ella.
Nick se sintió feliz de tener un rehén que le asegu¬raba el regreso de Miley, así como por la confianza que esta le mostraba dejando a la niña a su cuidado. De he¬cho, después de haber llamado a su secretaria a casa por un asunto que no dejaba de rondarle la cabeza, sabía exactamente lo que haría durante la ausencia de Miley.
Tres horas después, Nick corrió el mueble bar del despacho y recogió con satisfacción el sobre polvoriento que yacía sobre la moqueta. Contuvo la urgencia de abrir la carta allí mismo. Quizá de ese modo consiguiera sentir menos rencor hacia Cody Linley por aquel gesto tan ma¬licioso.
Cuando regresó a la limusina, empujando del coche¬cito de Aleida, la niña estaba casi dormida. Nick es¬taba orgulloso de sí mismo. Tenía madera de padre. La pequeña no había llorado ni una vez, ni siquiera al cam¬biarle los pañales, para lo que había necesitado el consejo del chófer, padre con experiencia en esa clase de labores. Cenaron en el Ritz, donde le dio un biberón de leche que concluyó con un pequeño eructo que nadie oyó.
-Somos un equipo -dijo Nick de vuelta a casa. En¬tonces se preguntó cómo habría pensado Miley regresar al priorato. Llamó a los Swift y descubrió que ya había salido.
Justo hasta meter las maletas en un taxi, había espe¬rado la llamada de Nick ofreciéndose a recogerla. Pero había tenido que acabar tomando el tren. Aun así, cuando lo vio esperándolo en el andén de la estación de llegada, sus labios dibujaron una sonrisa brillante de perdón.
-Perdona -se disculpó de todos modos-. No se me pasó por la cabeza que no tuvieras cómo venir.
-Espero que hayas estado cuidando a Aleida -con¬testó Miley.
-Hemos estado ocupados toda la tarde -dijo él-. Y tengo una sorpresa para ti cuando volvamos al priorato.
Lo último que esperaba era encontrarse con su carta como si fuera un regalo.
-¿De dónde ha salido? -preguntó asombrada.
-Esta mañana llamé a mi secretaria. Recordaba haber recibido tu carta el día anterior a marcharse de vacaciones el año pasado, porque se fijó en el nombre del remitente. Esa semana yo estaba en Italia reconciliándome con mi madre -explicó Nick-. Y era el último día de trabajo de Linley en Sistemas Jonas...
-¿Cody? -Miley seguía estupefacta ante la visión de la carta, la cual le habría arrebatado para volver a escon¬derla si hubiera tenido la ocasión. Por una parte, no sabía qué habría hecho Nick para recuperar una carta extra¬viada hacía un año; por otra, le daba vergüenza recordar cómo había abierto su corazón en aquellas líneas.
-Sí, Linley. Lo he llamado a su apartamento esta tarde. No imaginas la sorpresa que se ha llevado cuando me he presentado en su casa con Aleida.
-¿Te has llevado a Aleida a casa de Cody?
-No iba a dejarla habiéndote prometido que cuidaría de ella -respondió él-. Nada más mencionarle la carta y ponerme firme, Linley confesó lo que había hecho. La había escondido detrás del mueble bar y estaba ahí desde entonces.
-¡Qué rastrero! -exclamó Miley. Luego agarró el so¬bre-. Me alegra que se haya resuelto el misterio, pero el tiempo hace que la carta ya no tenga importancia.
-Aun así, quiero leerla -dijo Nick extendiendo una mano.
-No... no quiero que la leas ahora -Miley se mordió el labio inferior.
-¿Por qué? -preguntó tenso Nick-. Está bien, no la abriré, pero sigue siendo mía -añadió al ver que Miley no respondía.
Intimidada por el tono de su resolución, le devolvió el sobre.
-¿Qué le dijiste a Cody? -preguntó cambiando de tema.
-Nada que deba repetir, pero no le pegué. Lo habría estrangulado... pero no delante de Aleida -murmuró Nick-. Podía habernos robado la oportunidad de ser felices -añadió apretando los dientes.
Había tantas cosas que deseaba preguntarle sobre to¬dos esos meses que había pasado sin ella. Y el hecho de que no quisiera ser sincera sobre lo que había sentido y le impidiese leer la carta lo enfurecía.
-Tenemos que rellenar unos papeles para formalizar los trámites de la boda -continuó de todos modos-. Luego tengo que hacer un par de llamadas.
-¿Todavía estás seguro de que quieres... casarte con¬migo? -le preguntó antes de que fuera a realizar esas lla¬madas.
-Por supuesto -Nick le devolvió la carta-. Quédatela. Como tú misma has dicho, con el paso del tiempo no tiene importancia.
Miley se encerró en su suite y rompió a llorar sobre la cama. ¿Qué había pasado?, ¿a qué se debía la tensión re¬pentina que los ahogaba? Aunque, en el fondo, sabía que se había equivocado. Por más vergüenza que le diera, de¬bería haberle dejado que leyese la carta.

jueves, 24 de diciembre de 2009

"Amor en Rosa" cap 7




oola!!
aki el capp!!
8 comments para el sig..!!
mañana no podre subir
peroon el sabado doble
okok

byebye


aaa!!!
iii FELIZ NAVIDAD!!



CAPITULO 7

Un uniforme estupendo, sí. ¿Date la vuelta? – Taylor Swift sonrió a Miley-. Ahora sí que pareces una niñera. La gente no te tomará por una canguro de esas que trabajan por dos duros. ¿A ti qué te parece, Joe?
-¿De verdad te parece necesario que las niñeras lleven uniforme? -contestó el marido en tono de disculpa.
-Miley llevará uniforme, ¿está claro? -sentenció la mujer, plantando las manos en las caderas.
Joe asintió con sumisión y agarró el periódico. Miley, que no estaba muy convencida de la convenien¬cia de ir con sombrero y mandil blanco, optó por no ex-presar sus dudas. Taylor tenía un genio terrible y, por mucho que Joe fuese un hombre de negocios respe¬tado, le tenía pánico a su esposa y sabía cuándo callarse. Miley se recordó que estaba ganando un dineral. Si te¬nía que llevar uniforme para complacer a Taylor, lo llevaría y no había más que discutir. Al fin y al cabo, la mujer había tenido la suficiente amplitud de miras como para contratar a una niñera joven y con una hija propia a cuestas, lo que había supuesto una pega insalvable para otras familias.
-Muy bien, los niños tienen que estar listos a las dos -le ordenó Taylor-. Pasaremos el fin de semana en el priorato de Torrisbrooke. Seguro que te gusta.
Miley salió del salón. Tres niños esperaban sentados en las escaleras: Jones, de diez años, Emily Jane, de ocho, y Robert, de cinco, todos rubios, de ojos azules, obe¬dientes y educados. En definitiva, no parecían niños. Taylor Swift era una mujer muy dominante y tendría que acostumbrarse a su carácter y sentido de la disciplina, pensó, resuelta a integrarse lo mejor posible en la familia.
-¿Ha visto mamá la pinta que tienes? -le preguntó Jones-. No pienso dejar que me vean contigo mientras lle¬ves ese disfraz.
-No es nada sofisticado -comentó Emily Jane con ai¬res de grandeza.
-¡Estás muy rara! -Robert rió-. Me gusta el sombrero.
Miley se limitó a sonreír y agarró el cochecito de bebé que había junto a las escaleras. Aleida estaba des¬pierta, con los ojazos azules relucientes bajo unos ricitos negros. Miley se agachó, levantó en brazos a la niña y empezó a subir las escaleras. Aleida tenía tres meses y era el centro del universo de su madre.
-¿Quién vive en Torrisbrooke? -preguntó a mitad de las escaleras.
-No sé, pero mamá está encantada con la invitación, así que será alguien noble con un título -refunfuñó Jones-. Ojalá pudiéramos quedarnos en casa. Cada vez que va a algún lado se pone en ridículo.
-No hables así de tu madre.
-Es que no me gusta que la gente se ría de ella -dijo Jones a la defensiva.
Finalmente, a las cuatro de la tarde, una caravana de limusinas partió hacia el priorato de Torrisbrooke. Al do¬blar una esquina, apareció un edificio amplio y antiguo, de amplios ventanales iluminados por el sol. Ya había seis coches aparcados frente a la puerta.
Un mayordomo de edad venerable los esperaba con diligencia. Taylor y Joe bajaron de la primera limu¬sina. Miley, con Aleida en los brazos y cubierta con una gabardina a juego con el uniforme, bajó de la se¬gunda limusina seguida de los niños. La tercera era sólo para el equipaje.
Entonces apareció un hombre alto y a perlado y Miley se quedó de piedra. No era posible. Pero, después de re¬pasar las apuestas facciones de aquella cara que todavía la perseguía en sueños, no le quedó más remedio que reconocer que era... ¡Nick Jonas! Sintió pánico. ¿Se¬ría el anfitrión?, ¿por qué si no iba a estar estrechándole la mano a Joe?, ¿significaba entonces que el priorato pertenecía a Nick?
Daphne llamó a sus hijos para proceder a las presenta¬ciones. Miley permaneció quieta al fondo. No tenía donde ir, no tenía donde esconderse. Cuando registró su presencia, Nick se quedó desconcertado.
-Y esta es la niñera, Miley -dijo Taylor con entu¬siasmo-. Y la pequeña Ale.
Miley alzó la barbilla con actitud desafiante. ¿De qué tenía que avergonzarse? ¡Era Nick, quien debería sen¬tirse abochornado! De hecho, ni siquiera le había dirigido la mirada a su propia hija.
-Conozco a Miley. Trabajaba en Sistemas Jonas comentó con calma - Nick-. Vamos dentro, hace frío.
Mientras Taylor comentaba alegremente lo pequeño que era el mundo, Nick se negaba a aceptar el estado de perplejidad en que se hallaba. No era más que una coincidencia, se dijo. Miley era la niñera de los Swift y estaría ocupada todo el fin de semana con los niños. Había pasado casi un año desde... No, por nada del mundo recordaría aquellos momentos. Oyó el llanto de un bebé. No había reparado en ningún bebé. Giró la ca¬beza confundido y lo vio en brazos de Miley.
-No sabía que hubieras tenido otra niña -le comentó sonriente a Taylor, forzándose a cumplir con sus obliga¬ciones de anfitrión.
-No es nuestra -Taylor sonrió halagada, pues andaba cerca de los cincuenta-. Con tres ya tengo bastante. Ale es la niña de Miley.
A los pies de las escaleras donde el mayordomo la es¬peraba para enseñarle las habitaciones, Miley miró a Nick con ojos de asombro. ¿A qué estaba jugando?, ¿por qué se hacía el sorprendido? ¿Acaso no sabía que los embarazos solían acabar con el parto de un bebé?
-Se llama Aleida-dijo Tris-. Es mamá la que la llama Ale.
-Aleida... -repitió Nick.
-Es italiano -comentó Taylor.
Nick examinó el bebé. Demasiada información. ¿Sería Aleida su hija?, ¿qué edad tendría? Estaba en¬vuelta en un chal y, por el modo en que la sujetaban, ape-nas podía verla. Podía ser de otro hombre. ¡No podía ser su hija! Miley se lo habría dicho, ¿no?
Nick retiró la vista de la niña. Al encontrarse ante la mirada curiosa de Taylor Swift, condujo a sus invita¬dos al salón.
Miley subió las escaleras como en una nebulosa. Nick se había quedado estupefacto cuando Taylor le ha¬bía dicho que el bebé era de la niñera. Se había quedado mirando a Aleida como si fuese una caja de Pandora a punto de abrirse y provocar una tormenta de catástrofes. Sintió un escalofrío por el cuerpo y se apretó a la niña contra el pecho. ¿Por qué se negaba a asumir la explica¬ción más lógica? Estaba claro que la incredulidad de Nick se debía a que había dado por sentado que no segui¬ría adelante con el embarazo. ¿Cómo si no debía interpretar su asombro?
¿Estaría Selena esperándolos en el salón abajo?, ¿se habrían casado en aquel último año? Sólo de pensarlo se le revolvió el estómago. Por primera vez, lamentó no ha¬ber comprobado si la boda había tenido lugar o no. Pero se había obligado a olvidarse de cualquier información relacionada con Nick como mecanismo de defensa. Había pasado página y se había disciplinado para cen¬trarse en el presente.
-¿La casa es del señor Jonas? -le preguntó al ma¬yordomo, Jenkins, que subía cada escalón más despacio que el anterior.
-Sí, señorita -contestó sin entrar en más detalles.
Tres horas más tarde, después de supervisar que los niños cenaran en un salón de la planta baja, Miley metió a Aleida en su cunita y la preparó para la noche. Miley estaba cansada. Los días empezaban a las seis, cuando la niña se despertaba. Era una suerte que fuese su noche libre. Le había costado llegar a aquel acuerdo con Taylor, pero sabía que las niñeras internas tenían que establecer ciertos límites si no querían acabar de servicio las veinti¬cuatro horas al día.
El priorato era una casa enorme. Quizá pudiera pasar el fin de semana sin volver a cruzarse con Nick. Aunque otra parte de ella estaba deseando hacerle frente y decirle lo canalla que era. Se quitó el uniforme con un suspiro de alivio, se llenó la bañera del cuarto de baño situado frente a la habitación de Aleida y se metió a relajarse.
Abajo, en la biblioteca, tras pretextar que tenía que ha¬cer una llamada urgente, Nick hojeaba con frustración un libro sobre bebés. Sólo quería saber el peso normal de un bebé al nacer. Una vez que tuviese ese dato, quizá pudiera arreglárselas para sostener a Aleida en sus brazos un mo¬mento y calcular si cabía la posibilidad de que fuese su hija. ¿Por qué no se lo preguntaba directamente a Miley? Corría el riesgo de equivocarse y la situación sería muy violenta.
Convencido de que Miley estaría en la piscina con los chicos de los Swift, Nick se coló en la habitación de Aleida. Respiró profundo y avanzó con tanto sigilo como pudo hacia la niña. Lo primero que vio fue un me¬chón de rizos negros y un par de ojos azules que se fija¬ron en él. Se sorprendió pensando que, para ser un bebé, Aleida era muy guapa.
Pero no fue lo que más le llamó la atención. Nick siempre había creído que los niños pequeños sólo realiza¬ban dos actividades: llorar o dormir. Había supuesto que encontraría a Aleida dormida, pero tenía los ojos bien abiertos, como si fuesen un detector de intrusos, y empe¬zaba a arrugar la nariz y abría la boquita.
Nick retrocedió. Por suerte, aunque ya se había re¬signado a lo inevitable, la niña no rompió a llorar. Aleida giró la cabecita para mirarlo, pero cuando Nick hizo ademán de aproximarse de nuevo, volvió a ponerse tensa. No podría sostenerla en brazos. Era una chica lista, dispuesta a chillar como una alarma en cuanto un desco¬nocido se acercaba más de la cuenta, y no quería asustarla.
Envuelta en una toalla y descalza, Miley echó un vis¬tazo a la habitación de Aleida para asegurarse de que estaba bien antes de vestirse. No pudo creer lo que vio. Quiso pedirle a Nick que le explicara qué hacía, pero el modo en que la niña lo mantenía cautivado resultaba realmente divertido. Pero la diversión apenas le duró diez segundos. Luego la invadió una emoción profunda. Padre e hija nunca conocerían el vínculo que los unía. Nick habría entrado a verla por curiosidad, pero eso no signifi¬caba que hubiese cambiado de actitud respecto a ella.
Al oír un leve suspiro a sus espaldas, Nick se giró a tiempo de ver a Miley echar a correr hacia su habitación y encerrarse en ella. Se desplomó sobre la cama y hundió la cabeza entre los brazos. Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma. Pensó en todas las experiencias desagradables que había sufrido en los últimos meses, en lo sola que se había sentido en el hospital sin recibir una sola visita des¬pués de dar a luz a Aleida, en el rechazo inicial de sus padres al enterarse de aquella nieta concebida fuera de matrimonio. Aunque las relaciones se habían suavizado poco a poco y le habían enviado algún regalo para la niña, Miley no podía evitar sentir que había vuelto a de¬fraudar a su familia.
En ningún momento imaginó que Nick abriría la puerta de la habitación y se arriesgaría a tener una discu¬sión en su propia casa. Pero ahí estaba, ciento noventa centímetros de masculinidad, con la cabeza alta y sin el menor asomo de arrepentimiento. Durante unos segundos eternos, se limitó a disfrutar de lo atractivo que seguía siendo, reconoció a su pesar.
-Sólo tengo una pregunta -dijo él, rompiendo el silen¬cio-. ¿Aleida es hija mía?
-¿Estás loco o qué? -replicó Miley. ¿Qué pretendía?, ¿hacerla pasar por una mujer de vida disoluta, incapaz de determinar la paternidad de su hija? ¿Cómo podía caer tan bajo como para insinuarle semejante ofensa?-. ¡Sabes de sobra que es hija tuya!, ¡así que no te atrevas a pregun¬tármelo! -exclamó furiosa.
Se quedó tan anonadado por la acusación que, durante unos segundos, en los que ni siquiera reparó en la exqui¬sita figura de Miley bajo la toalla, no halló respuesta al¬guna. Era padre. Tenía una hija. Su madre era abuela. La madre de su hija lo odiaba tanto que ni siquiera había aceptado su ayuda, económica o de cualquier otro tipo...
-No sabes qué decir, ¿verdad? -dijo entonces Miley.
-No... -reconoció con voz rugosa Nick.
-¿Está Selena abajo? -quiso saber ella, dando por su¬puesto lo que estaría pensando.
-¿Selena? -Nick frunció el ceño-. ¿Qué Selena?
Miley agarró lo primero que encontró a mano y se lo lanzó. El zapato izquierdo le golpeó en el pecho; el se¬gundo, en la oreja.
-¿Qué Selena? ¡Selena Gómez!, ¡tu prometida!, ¡la que decías que sólo era una amiga, mentiroso!
Los ojos de Nick parecieron salirse de sus órbitas.
-No estoy prometido. Selena es mi amiga. Estuve en su boda este verano -contestó. Miley lo miró con increduli¬dad y una inquietante sensación de vacío en el estómago. ¿Había ido de invitado a la boda de Selena? Nick había sonado muy sincero-. ¿Se puede saber de dónde te has sacado que estaba prometido a Selena?
-Lo vi... en el periódico... Había una foto. Decía que estabas prometido... aunque no lo leí entero...
Nick se quedó callado unos segundos con el entre¬cejo arrugado.
-Ahora recuerdo que un amigo me llamó para felici¬tarme por mi supuesta pedida -comentó-. En el periódico donde lo había leído salía una foto antigua en la que apa¬recía con Selena y había malinterpretado el pie de foto. En el artículo decía que su prometido era David.
Un silencio envolvente como un manto de nieve cayó sobre la habitación.
Miley se había quedado sin palabras. Tilly sólo le ha¬bía enseñado la foto porque había reconocido a Nick, pero su tía abuela no solía leer el periódico a fondo. Y ella tampoco se había atrevido a hacerlo.
-Dime, ¿cuándo viste ese periódico y decidiste que era un mentiroso?
Contuvo la respiración. Era normal que hubiese adivi¬nado lo que había pensado de él. Se sintió culpable, abo¬chornada, arrastrada por un torbellino de emociones.
-Antes de que vinieras a Gales -reconoció con voz trémula.
Nick soltó una risotada cargada de resentimiento.
-¡Qué maravilla!, ¡menudo concepto tenías de mí! Pensabas que había engañado a otra mujer contigo. No me extraña que te sorprendiera verme en Gales, pero no tuviste valor de enfrentarte a mí. No te atreviste a de¬cirme que me tomabas por un canalla sin escrúpulos.
-Lo... lo siento -se disculpó Miley.
-Eso díselo a tu hija. No gastes saliva conmigo.
-No, se lo dices tú -replicó ella, súbitamente envalen¬tonada-. Eres tú quien decidió que no quería saber nada de ella.
-¡Ni siquiera sabía que existía! -exclamó Nick-. ¿Cómo demonios iba a ocuparme de ella si no era cons¬ciente de que había nacido?
-Te escribí una carta diciéndote que estaba embara¬zada -protestó Miley.
-No recibí ninguna carta. Además, ¿por qué la escri¬biste?, ¿por qué dejaste una noticia tan importante al ca¬pricho del correo? ¿Por qué no me llamaste? -replicó Nick, no creyéndose la existencia de dicha carta.
Miley cerró los ojos, tragó saliva mientras intentaba serenarse. Sólo, entonces recordó haber leído que cada año se extraviaban miles de cartas. Pero, ¿por qué preci¬samente esa tan importante, por qué su carta? Se habría echado a llorar.
-Mira, tengo treinta personas abajo esperando para cenar -continuó Nick-. No tengo tiempo para seguir hablando ahora mismo.
-Te escribí -aseguró ella.
-¿Y qué si lo hiciste? -la castigó Nick-. ¿Qué clase de mujer confía el futuro de su bebé a una carta miserable?

miércoles, 23 de diciembre de 2009

"Amor en Rosa" cap 6


oola
aki subiendo cap..
graxx por los comments!!
jejeje
se les keree
pff..
solo faltan 4 caps para k se acabe
se acabaria el sabado pork subo doble!!
i el lunes ago voteo para ver cual kieren okk
bnoo m voii

8 comments para el sig cap


CAPITULO 6


En ese momento, le entraron ganas de llorar y llo¬rar y estrujarse el corazón hasta que no quedara dentro ni una lágrima, pues lo que Nick acababa de decirle arrojaba una luz muy distinta sobre el motivo de su visita.
¿Cómo había podido pensar que estaba tan falto de mujeres dispuestas a compartir su cama que la había ido a buscar a Gales? ¡Era ridículo! De pronto recordó la ten¬sión que había advertido en el rostro de Nick al llegar. ¿Se habría precipitado al besarlo?, ¿había vuelto a meter la pata?
Aunque en realidad daba lo mismo. Nick había ido en su busca por un motivo de peso. Estaba preocupado por si se había quedado embarazada. Era la única razón por la que había tratado de encontrarla. Lo que no dejaba de hablar en favor de su integridad como persona. La ma¬yoría de los hombres, sobre todo estando a punto de ca¬sarse con otra mujer, lo habrían dejado correr con la espe¬ranza de que no sucediera nada. Pero Nick no había esquivado sus responsabilidades.
-La noche de la fiesta... los dos habíamos bebido -co¬mentó él mirándola a los ojos-. Nunca había sido tan irresponsable, aunque no es normal que me comporte de ese modo y sé que fue tu primera vez.
Miley se puso como un tomate. Seguía sorprendida por su ingenuidad, que la había hecho albergar esperan¬zas acerca del motivo por el que se había presentado Nick en casa de su tía abuela. ¿Se habría quedado embara¬zada? Recordó las náuseas y mareos que venía sufriendo en los últimos tiempos y se quedó helada. ¿Sería posible? Nunca había llevado un control sobre su periodo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la fiesta?, ¿un par de semanas, más quizá? El cerebro se negaba a colaborar.
-No sé todavía si... ya sabes -reconoció Miley.
Nick dio un paso al frente. La pobre parecía una adolescente aterrada. Ni siquiera era capaz de pronunciar la palabra embarazo. Quería abrazarla, borrar el miedo que asomaba a sus ojos, decirle que no tenía nada de que preocuparse y que cuidaría de ella. Pero luego recordó que la tarjeta de San Valentín había sido una broma estú¬pida, infantil, y contuvo su primer impulso.
No la entendía. De hecho, cuanto más pensaba en el comportamiento de Miley, menos se lo explicaba. No es¬taba enamorada de él, nunca lo había estado. De haberlo estado, por poco que fuera, no se le habría pasado en tan sólo dos semanas. Quizá se había acostado con él porque había decidido que había llegado el momento de dejar de ser virgen. En cualquier caso, su comportamiento a partir de aquella noche era elocuente: no quería verlo y prefería olvidar lo que había ocurrido. Hasta tal extremo era así que había dejado el trabajo y se había ido de Londres. Y él, ¿por qué se había tomado tantas molestias en locali¬zarla?, ¿acaso era tan arrogante que no era capaz de acep¬tar que una mujer lo rechazara?
-Supongo que sabrás si estás embarazada o no dentro de poco -comentó con voz neutra-. Si lo estás, ponte en contacto conmigo de inmediato, por favor, y lo vemos juntos. Cuentas con todo mi apoyo. Ya sabes dónde loca¬lizarme.
Seguía mirándola, pero Miley notó como si se hubiera alzado un muro de distancia entre los dos. Nick quería irse. ¿Por qué no iba a querer? Para él no habría sido una visita agradable, pensó apenada. Y había sido una pérdida de tiempo, porque ni siquiera se iba con la tranquilidad de que no había ocurrido nada. Obviamente, estaría rezando para que no hubiera consecuencias.
-Cuídate -se despidió Nick entonces, justo antes de echar a andar hacia su coche.
Miley sintió que se estaba muriendo por dentro. Se quedó como una estatua viendo cómo ponía la marcha atrás y le entraron ganas de correr tras él y decirle que, aunque debería odiarlo, seguía queriéndolo. Pero, ¿de qué le serviría a él saberlo? Él estaba enamorado de Selena.
Al cabo de un par de kilómetros, Nick paró el co¬che, bajó la ventanilla y se llenó los pulmones del aire fresco y húmedo por la lluvia. ¿Misión cumplida? Soltó una risotada amarga. Todo lo que a él le había parecido especial y fantástico de aquella noche había carecido de importancia para Miley. Ni siquiera lo había invitado a un café. ¡Había ido hasta Gales para que se libraran de él en diez minutos!
Pensó en la tarjeta de San Valentín que le había com¬prado a Miley y le entraron ganas de romper algo. No queria pensar en ella. De hecho, estaba decidido a no ha¬cerlo. Seguro que no se quedaba embarazada. No necesi¬taba hacer memoria para nombrar tres parejas jóvenes de¬sesperadas por conseguir un bebé. Las posibilidades de concebirlo en una sola noche eran escasas, ¿no?
Nick decidió que buscaría un hotel y comería algo... aunque ya no tenía hambre. Pero, entonces, ¿para qué iba a meterse en un hotel y perder todo el fin de se¬mana? ¡Porque le apetecía! Quería emborracharse. Es¬taba harto de mujeres. Realmente harto.
Tres días después, Miley ya sabía que sí estaba emba¬razada.
Durante el fin de semana, se había tenido que conten¬tar con comprar una prueba de embarazo. Después de ver que daba positivo, apenas había dormido las dos noches siguientes. No estando segura de la fiabilidad de aquel método casero, había pedido cita al ginecólogo. Cuando el médico le había confirmado el embarazo y le había ex¬puesto las opciones que tenía, no había dudado en recha¬zar el aborto. Le encantaban los niños y, aunque no imaginaba ser madre tan pronto, siempre había deseado tener alguno. Toda vez que el bebé de Nick era una realidad inmediata, le tocaba pensarse cómo enfrentarse a la situa¬ción.
Al principio, se había creído capaz de llamar por telé¬fono a Nick e informarlo del embarazo, pero en el úl¬timo momento se había echado atrás. Nick estaba con pro¬metido. Para él era una noticia horrible. Además, ella también tenía su orgullo y no quena romper a llorar por teléfono. De modo que la mejor solución era escribirle una carta para ponerle al corriente de sus intenciones.
Miley se sentó en la cama de la pequeña habitación de invitados de Tilly e intentó escribir las primeras líneas. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía que saliera una sola palabra y acabó hecha un mar de lágrimas des¬consoladas.
Por fin, optó por la sinceridad y dejó fluir sus auténti¬cos sentimientos. Al fin y al cabo, ¿de veras queria que Nick siguiera pensando que la tarjeta de San Valentín no había sido más que una broma estúpida?, ¿que su hijo era el resultado de dicha broma? La idea le chirriaba. Al¬gún día tendría que contarle a su hijo que había amado a su padre, y esa verdad era más importante que su propio orgullo.
Cuando tomó conciencia de que tendría que dirigir la carta a Sistemas Jonas, pues no conocía la dirección privada de Nick y no se encontraba en la guía, escribió PRIVADO Y CONFIDENCIAL en una esquina del sobre. Des¬pués de echarlo al buzón, trató de no pensar al respecto. La pelota estaba en el tejado de Nick. No le quedaba más remedio que esperar y ver qué sucedía.
Durante la siguiente semana, le ofrecieron dos entre¬vistas con sendas familias que necesitaban una niñera con desesperación. Al parecer, era muy difícil encontrar niñe¬ras calificadas. Al mismo tiempo, cada vez que sonaba el teléfono de Tilly, el corazón le martilleaba como un ruido de tambores, convencida de que seria Nick. Pero ni llamaba ni respondía a su carta.
Porque no había llegado a recibirla. Estaba en Italia cuando llegó, coincidiendo con el último día de trabajo de Cody Linley en Sistemas Jonas. Nick se había mostrado distante con él desde la noche de la fiesta y Cody había comprendido que no podría subir en esa em¬presa. Aunque no le había costado encontrar otro trabajo, el resentimiento lo había hecho estar alerta y, al llegar la carta, había visto «M. Cyrus» en el remitente y la había escondido entre el mueble bar y la pared.
Había pasado un mes, Miley se había ido de Gales y había empezado a trabajar como niñera de nuevo. Sor¬prendida al principio por el silencio de Nick, había ter¬minado por comprender que el silencio era en sí una forma de respuesta. Enfrentado al peor de los desenlaces, Nick había decidido que no quería saber nada del bebé. ¿Por qué se había dejado engañar por sus palabre¬ría?, ¿por qué había vuelto a confiar en que, en el fondo, era un hombre decente?
Después de todo, la noche de la fiesta le había men¬tido, diciendo que Selena no era más que una amiga, para acostarse con ella en el sofá. ¿Por qué no iba a mentir de nuevo? Estaba sola y, por el bien del bebé, más valía que fuera haciéndose a la idea.

martes, 22 de diciembre de 2009

"Amor en Rosa" cap 4 y 5

oola!!
lo siento ayer no pude subir cap..
les dejo doble cap!!
8 coments para segirla!!




CAPITULO 4


De repente no podía respirar. Miley levantó la cabeza y hundió la mirada en los profundos ojos marrón dorado de Nick. Este se acercó hasta hallarse a muy escasos centímetros de ella.
-Quiero besarte.
-¿De... de verdad? -preguntó ella sin dejar de mirarlo.
-Quiero llevarte a casa a la cama -confesó Nick-. De hecho, no puedo pensar en nada más.
Miley parpadeó. Fue como si una pequeña alarma se activara en su interior y el cerebro volviera a ponérsele en funcionamiento. Pero lo que acababa de oír no dejaba de ser asombroso. ¿Nick quería besarla? La idea la entu¬siasmaba. Pero la segunda parte era demasiado para ella, pues hasta entonces no había habido hombre alguno que la hubiese persuadido para llevarla a su cama o meterse en la suya.
-Pero me conformaré con el beso... y cenar juntos en un sitio público, cara mia -reaccionó Nick al advertir el rubor que había encarnado las mejillas de Miley. Sen-tía un instinto protector que jamás había experimentado. No sabía lo que estaba haciendo y, por una vez en su vida, le daba igual.
El corazón de Miley golpeaba agitado contra las cos¬tillas. ¿Él también se sentía atraído hacia ella? No podía creérselo. Notaba las manos de Nick sobre las de ella y un sentimiento de felicidad mareante le subía por el pe¬cho.
-Bésame -susurró finalmente y el rostro de Nick se iluminó.
-Sólo un beso -murmuró-. O no podré parar.
-Uno es muy poco -contestó Miley-. He esperado este momento desde hace siglos... ¡Dios!, ¡tu novia está abajo! -exclamó de repente con una expresión cómica de horror.
-Selana sólo es una vieja amiga y ya se ha marchado -le aseguró sonriente Nick justo antes de tirarla de la mano para conducirla de vuelta hacia el extremo de los sofás. Actuaba con tal naturalidad que Miley no pudo evitar quedarse impresionada. Seguía sin aceptar que aquello estaba ocurriendo de verdad. Las piernas le flo¬jeaban sólo de pensar en sentir su boca, grande y sen¬sual, sobre sus labios. Y lo deseaba tanto que le daba ver¬güenza reconocerlo-. ¿En qué piensas? -murmuró con voz sedosa.
-En besarte -aseguró Miley. Pero no era lo único. También estaba entusiasmada con aquel lado más íntimo y tierno que había descubierto en Nick.
-Entonces bésame -la invitó justo antes de que ambos cayeran sobre el sofá. Luego le acarició el pelo de la nuca y le ladeó la cabeza para situar su boca.
-Se te da bien -murmuró ella temblando de anticipa¬ción.
-Espero -Nick esbozó una sonrisa pícara con la que reconocía que no era un hombre inexperto-. Pero nunca había llegado tan lejos con una mujer de la em¬presa.
-¿No?
-Siempre me lo he prohibido... y es fantástico -ronro¬neó Nick.
Un segundo después llevó la boca sobre la de Miley, que respondió al beso con ardor, como si hubiese estado esperándolo toda la vida. Se había apoderado de sus la¬bios y, con una lentitud insoportable, iba recorriendo su perímetro con la lengua. Miley jamás había sentido un calor igual, una impaciencia semejante. No quería que el beso terminara. De vez en cuando, separaban los labios lo justo para respirar, pero en seguida volvían a unirlos con redoblada fogosidad.
-Me dejas sin sentido, cara -susurró boca contra boca.
Se apartó lo justo para despojarse de la chaqueta y aflojarse el nudo de la corbata. Miley se limitó a mirarlo, hundida contra el respaldo del sofá, con la boca hecha agua. Nick dejó caer la chaqueta y la corbata en el suelo, luego tiró de los tobillos de ella hacia arriba de modo que quedara totalmente tumbada. Después se quitó los zapatos. Cuando se colocó encima de ella, Miley em¬pezó a temblar de la emoción.
-Me encanta tu pelo -murmuró Nick-. Y tienes una boca muy, muy sexy.
-Sigue hablando -susurró Miley.
-Si hablo, no puedo besarte -señaló él mientras desli¬zaba la vista por sus curvas con descaro.
-Problema -dijo ella sin apenas aire para pronunciar una palabra.
-No es grave -Nick la desnudó con la mirada-. Se me ocurren muchas más formas de complacerte.
El ambiente se cargó de electricidad. Nick volvió a sonreír y Miley se incorporó, apoyándose en uno de sus hombros, para buscar de nuevo su boca. Al sentir el contacto de su lengua, separó los labios para darle la bienvenida.
-La última vez que estuve con una mujer en un sofá tenía dieciséis años -reconoció Nick con tono diver¬tido. Después la sujetó por la espalda con una mano para bajarle la cremallera del vestido con la otra. Echó a un lado los tirantes y exhaló un suspiro de admiración al desnudar sus pechos erectos-. Magistral... Cada centíme¬tro de tu cuerpo es una obra maestra, cara mia. Sin duda, eres la mejor recompensa después de un día espantoso -añadió mientras se deleitaba con el rubor de las mejillas de Miley.
Después la tocó y la pasión volvió a desbordarla. La destreza de sus caricias y las atenciones de su boca sobre los pezones sonrosados la hicieron perder el control. Miley gimió, se rindió a un mundo de sensaciones salvajes.


CAPITULO 5


Nick despertó al sentir el teléfono móvil. Desorientado, lo que no era normal en él, se incor¬poró, tomó conciencia de que seguía en el despacho y echó mano a la chaqueta para sacar el móvil. Era un guardia de seguridad de la planta baja, que le pedía per¬dón, pero quería asegurarse de si seguía arriba traba¬jando. ¿Trabajando? Nick miró de reojo hacia Miley, dormida bajo su chaqueta. Se sintió incómodo y avergon¬zado.
-Sí, estoy aquí. Todavía tardaré un rato en salir, Wi¬llis.
Después de colgar, consultó la hora en el reloj. Eran más de las cuatro de la mañana. Apretó los dientes mien¬tras trataba de dar con un pretexto para cuando pasara por delante de los guardias con cierta castaña bajita. No que¬ría arruinar la reputación de Miley.
Nick maldijo para sus adentros. ¿Cuánto alcohol había bebido en la fiesta? Había tomado un par de copas antes en la cena con los Delsen, un poco de vino y luego varios coñacs seguidos. Y no estaba acostumbrado. No podía decirse que hubiera estado borracho, pero tampoco sobrio del todo. El alcohol había aflojado sus inhibicio¬nes y había pasado por encima de su código ético, reco¬noció resignado.
Miró a Miley de nuevo. Su maravillosa melena se ex¬tendía sobre el sofá y un hombro pálido asomaba por en¬cima de la chaqueta. Parecía un ángel, totalmente en paz e inocente. Sólo que, como había podido comprobar, ya no era tan inocente como antes de ponerle las manos en¬cima. Nick descubrió con espanto que deseaba agarrarla por la espalda y despertarla a besos. ¿Acaso el alco¬hol no bajaba la libido?
Se mesó el cabello enmarañado y contuvo un gruñido. Estaba enfadado consigo mismo. ¿Cómo podía haberse aprovechado de Miley de ese modo? Trató de analizar cómo había ocurrido. Habían discutido. Él había hecho un comentario hiriente y luego se había disculpado para que no se marchase. De repente, le había resultado abso¬lutamente necesario seguir con ella. Después había dicho lo de que su madre no contestaba a sus cartas y...
Nick sacudió la cabeza. Miley trabajaba para él. En Sistemas Jonas no estaba bien visto que los empleados salieran juntos. ¿Y qué cabeza de chorlito había roto la regla? Para colmo, Miley era virgen. Y no se había to¬mado la molestia de protegerla. La única vez que había estado en un sofá con una mujer era un adolescente, pero había tenido mucho más cuidado que la noche anterior. La había fastidiado. Pero lo que más lo desquiciaba era que, a pesar de aquel acto de irresponsabilidad, encima se preguntaba si todavía habría tarjetas de San Valentín a la venta. Respiró hondo.
Miley despertó al oír el agua de una ducha en alguna parte y se quedó paralizada al abrir los ojos y ver su ves¬tido tirado en la alfombra. Un segundo después, se dio cuenta de que estaba cubierta bajo... ¡la chaqueta de Nick! El corazón le dio un vuelco. Había pasado casi toda la noche en su despacho. En sus brazos. Mientras recor¬daba a cámara rápida los sucesos que habían llevado a aquel inesperado desenlace, saltó del sofá, rezando para que Nick permaneciera en la ducha lo suficiente para que le diera tiempo a vestirse y escapar.
Fue de puntillas hacia la puerta, con los zapatos en la mano, abrió una rendija y corrió hacia el ascensor. ¿Cómo podía haber sido tan descarada con Nick? ¡Ni siquiera había tenido una cita con él! Muerta de ver¬güenza, salió del ascensor y pasó de largo por delante de la mesa de seguridad, donde dos hombres charlaban amigablemente como si, gracias a Dios, fuese invisible.
-Es mona -le comentó el chófer de Nick a Willis, director de seguridad. Una larga noche jugando al póquer había sentado las bases de una relación de camaradería entre los dos empleados.
-Es una chica muy agradable. Es la primera vez que sale sin despedirse -dijo Willis.
-En fin, será mejor que vaya a la limusina y haga como si hubiese estado durmiendo.
Minutos después, Nick salió del ascensor sin resue¬llo, con el pelo mojado de la ducha todavía, buscando a Miley con la mirada. No podía creerse que se hubiera ido sin decirle una palabra. ¡Como si fuera un rollo de una noche y no quisiera verlo al despertar! Estaba indignado. De todas las mujeres con las que se había acostado, era la primera que se evaporaba a la primera ocasión que se le presentaba.
Apenas había dormido... Se iría a casa, se acostaría y la llamaría por la tarde. Entonces se alegraría de verlo. Esperaba que pasase una mañana penosa. Se lo merecía, decidió Nick mientras salía del edificio.
Esa misma tarde, Miley estaba sentada en el tren con la vista perdida en el vacío. Mirara donde mirara, la única imagen que se le aparecía era la cara de un hombre guapo y alto.
Era increíble lo poco que había tardado en hacer el equipaje. Todas sus pertenencias cabían en dos maletas. Claro que nunca había sido de las que coleccionaban tras¬tos y apenas había tenido dinero para artículos que no fueran de necesidad. Lo mejor sería empezar de cero, se dijo desgarrada. No podía volver a Sistemas Jonas. Po¬dría haber soportado los cotilleos sobre aquella estúpida tarjeta de San Valentín, pero no se sometería a la tortura de ver a Nick de nuevo. Seguro que se sentiría aliviado cuando se enterara de que había presentado la dimisión.
Desde luego, acababa de aprender la lección de lo que pasaba cuando una mujer se lanzaba en brazos de un hombre. Porque eso era lo que había hecho, pensó con una mezcla de humillación y sentimiento de culpabilidad. Sí, la culpa era de la tarjeta.
Después de escribirle que lo amaba, Nick habría te¬nido que estar muerto para no sentir curiosidad. La mali¬cia de Cody, la amabilidad de Nick y su propia confu-sión habían conducido a una situación de intimidad física que jamás habría tenido lugar en circunstancias normales. Pero se habían quedado a solas en el despacho de Nick. Y lo había mirado con tanto descaro que cualquier hombre se habría sentido incitado. Además, aunque no tuviera mucha experiencia con los hombres, en todas las revistas decían que la naturaleza había programado a las mujeres para buscar relaciones, mientras que los hombres estaban programados para algo mucho más primario.
Mientras el tren avanzaba rumbo a la casa que la tía abuela de Miley tenía en Gales, Nick hablaba con un antiguo vecino de esta.
-No... hace semanas que no la veo -comentó un tipo resacoso, bostezándole a la cara-. Quizá está en casa y no quiere contestar. A mí me lo hacía una mujer. ¿Te importa si me vuelvo a la cama?
-En absoluto dijo entre dientes Nick.
Se encontraba en territorio totalmente desconocido para él. Tal vez Miley no quisiera saber nada más de él. Tal vez fuera verdad que estaba en el estudio, rezando para que se marchase y la dejase en paz. No era una reacción madura, pero una mujer que se había conservado virgen hasta los veintiún años podía odiarlo con todo su corazón por ha¬berse acostado con ella hallándose tan vulnerable. Si deci¬día esquivarlo, ¿tenía derecho a perseguirla?, ¿o empeoraría las cosas si la presionaba demasiado rápido? Cuando fina¬lizó con su monólogo interior, Nick seguía conteniendo las ganas de tirar abajo la maldita puerta.
Tres semanas después, Miley estaba gritando al ganso de tía Tilly, que se había escondido detrás de la puerta para atacar por sorpresa al cartero. Debía de estar acos¬tumbrado, porque el hombre llegó a su furgoneta ileso, tocó el claxon y se marchó tan campante.
Miley regresó al jardín de tía Tilly, recogió el perió¬dico y el correo. La tía abuela, una mujer bajita de rizado pelo gris, tenía setenta y muchos años, pero gozaba de buena salud.
-¿Han respondido al anuncio que pusiste? -le pre¬guntó a Miley tras sustituir el libro que estaba leyendo por el periódico.
-Parece que sí -contestó con alegría tras echar un vis¬tazo a los sobres-. Con un poco de suerte, te librarás de esta inquilina en un par de semanas.
-Sabes que me encanta que estés conmigo -la regañó Tilly.
Pero la casita de la tía abuela era ideal para una per¬sona, pequeña para dos. Además, Tilly Cyrus era una de esas extrañas personas que disfrutaba de su soledad. Tenía sus queridos libros y su pequeña rutina de activida¬des y Miley no quería abusar de su hospitalidad. A los pocos días de instalarse en la habitación de invitados de Tilly, había puesto un anuncio en una revista ofrecién¬dose para trabajar como niñera otra vez.
Aceptaría lo que fuera. Cuanto antes volviera a traba¬jar, menos tiempo tendría para estar sentada compade¬ciéndose y más feliz seria. Entró en la cocina minúscula de la tía y preparó té para las dos. Hacía días que no le apetecía tomar café. Claro que también estaba prescin¬diendo casi de comer, pensó al tiempo que recordaba los desagradables mareos que había sufrido en los últimos días. Era evidente que tener roto el corazón no sólo pro¬vocaba noches de insomnio, sino trastornos de alimenta¬ción e indigestiones. Por lo menos adelgazaría, se dijo sin lograr sonreír.
Se alegraba de haber tenido suficiente buen juicio para irse de Sistemas Jonas, pero apartarse de todo su en¬torno y la perspectiva de no volver a ver a Nick era más dolorosa de lo que había imaginado. Pero era un tratamiento de choque, justo lo que necesitaba, trató de con¬vencerse.
-Miley... -la llamó Tilly desde el salón. La sobrina se acercó a la puerta-. ¿No es este el hombre para el que tra¬bajabas? -añadió, apuntando a una fotografía que apare¬cía en el periódico.
Al principio sólo vio el rostro de Nick, pero luego, a su lado, distinguió a su amiga Selena Gómez.
-¿Qué dice el artículo? -preguntó Miley con falsa in¬diferencia.
-Parece que se ha prometido... Es una mujer atractiva. ¿Quieres leerlo? -Tilly le ofreció el periódico.
-No, gracias. Le echaré un vistazo luego -Miley re¬gresó a la cocina y supo que ya había tenido bastante con el segundo que había mirado la fotografía. Se sentía ma¬reada y lo atribuía a la impresión de la noticia. Apoyó las manos en el fregadero, cerró los ojos y respiró hondo. ¿Se había con prometido con Selena Gómez?, ¿unas semanas después de que se refiriese a ella como una simple amiga de la universidad?
Más tarde, salió a dar un largo paseo. No soportaba la tensión de intentar comportarse con normalidad cerca de Tilly. De modo que el hombre al que amaba no era per¬fecto, se dijo apesadumbrada. Pero, ¿no era mejor así? La relación con Selena arrojaba una nueva luz a lo que había ocurrido la noche que habían pasado juntos. Nick le había mentido. Sin dudarlo. Y la había utilizado para ob¬tener gratificación sexual. Era evidente que su relación con Selena Gómez excedía los límites de la amistad plató¬nica desde antes.
Tres días después, Nick llegó a Gales. Averiguar la residencia de la única pariente de Miley no había sido ta¬rea fácil. De hecho, le había costado llamar varias veces a Australia hasta hablar con la cuñada de Miley. Si en al¬gún momento se cansaba de ejercer la medicina, Karrie Bishop podría trabajar como agente de las fuerzas de se¬guridad secretas de cualquier país, pensó Nick, recor¬dando el interrogatorio al que lo había sometido.
Pero, después de muchas vueltas y perderse más de tres veces, por fin había encontrado la casa de la tía abuela de Miley. Estaba protegida por unos setos altos, de los que se ponían en los jardines de quienes odiaban recibir visitas inesperadas, se dijo con sarcasmo. Estaba tenso y había llegado el momento de pensar qué le diría a Miley. Era curioso, pero no se había parado a considerar ese punto hasta aquel preciso momento. Su objetivo ha¬bía sido encontrar a Miley. Lo que haría con ella cuando la encontrara no le costaba imaginarlo, pero decidir qué le diría sí suponía un reto. ¿Que la echaba de menos en la oficina?, ¿que no podía olvidarse de la noche que habían compartido?
Inquieto por tal falta de inspiración, pero demasiado impaciente para pensar al respecto, Nick salió del co¬che en medio de la lluvia. Cuando un par de gansos ma-niacos lo atacaron por sorpresa, le entraron ganas de es¬trangularlos, asarlos en una hoguera y tomárselos de cena. Con la ansiedad de encontrarla, no había parado a comer y estaba hambriento y agresivo.
Al oír el estrépito con que los gansos anunciaron la llegada del intruso, Miley corrió a abrir la puerta. El co¬che aparcado frente al jardín era impresionante. Pero fue Nick, tan elegante en su traje gris, quien le robó el aire de los pulmones.
Mientras se deshacía de sus plumíferos enemigos, Nick vio a Miley con el rabillo del ojo y se quedó quieto. Llevaba un jersey rosa y una falda con flores ca-paz de alegrar hasta aquel día tan triste y lluvioso. De pronto deseó agarrarla, meterla en el coche y fugarse con ella.
Tras unos primeros momentos de perplejidad, Miley alcanzó a preguntarse qué haría Nick allí, calándose bajo la lluvia. ¿Qué diablos hacía en Gales?, ¿cómo había averiguado dónde estaba? Lo miró a los ojos y supo que debía darle con la puerta en las narices. El corazón le san¬graba sólo de verlo. No quería revivir los dolorosos re¬cuerdos de aquella noche que tanto había significado para ella y tan poco para él. Durante unas horas, se había sen¬tido más feliz de lo que jamás había esperado, pero la re¬alidad no había tardado en presentarle de nuevo su cara más cruda.
-¿Vas a quitarme de encima a los gansos o es una prueba para asustar a tus pretendientes? -preguntó Nick. Miley despertó de su estado hipnótico y lo liberó de los animales-. Grazie, cara.
Le temblaron los labios. Miley recordó las sensuales palabras italianas que no había entendido en el ardor de aquella noche de intensos placeres. Desvió la mirada, avergonzada de su debilidad. Sabía que debía pedirle que se fuera, pero no podía hacerlo y quedarse con la duda de saber para qué había ido a buscarla. Al menos, Tilly es¬taba fuera y no tendría que darle explicaciones.
Lo invitó a pasar al salón y Nick agachó la cabeza para no darse con el dintel. La pieza estaba llena de mue¬bles y había tan poco espacio que optó por no moverse no fuese a tirar algo. Se giró con cuidado para mirarla y la vio separar los labios en un gesto quizá involuntario. Pero no necesitó más pistas. El lenguaje corporal no engañaba. Sin dudarlo un segundo, Nick la agarró por la espalda con una mano y atrajo su cabeza empujándosela por la nuca con la otra.
Miley gimió. Notó el contacto de su lengua por el in¬terior de la boca. El cuerpo se le derritió. Estaba en con¬tacto con la impresionante erección de Nick, que en pocos segundos había pasado de tantear la situación a te¬ner la certeza absoluta de que Miley se alegraba de verlo. Todo saldría bien. Esa misma noche volverían juntos a Londres. Misión cumplida. ¿Por qué había temido no lo¬grarlo?
Entonces, sin nada que lo anunciase, Miley puso fin al beso y se apartó. Los ojos le lloraban de rabia. Sintió un mareo y tuvo que apoyar las manos en la mesa para respirar profundo. No tenía derecho a besarlo sabiendo que estaba prometido a otra mujer. En cuanto a él, era evidente que era más despreciable de lo que había creído.
-¿Qué pasa? -preguntó molesto Nick.
Miley se dio la vuelta para dejar que las lágrimas le resbalaran por las mejillas.
-¿Qué haces en Gales? -le preguntó dándole la es¬palda.
-He tenido una reunión de trabajo en Cardiff -con¬testó con calma.
-Y supongo que mi casera te habrá dado esta direc¬ción.
Le dio rabia que no se le hubiera ocurrido aquella forma tan sencilla de localizarla, pero no le apetecía an¬darse con rodeos.
-Quería verte.
¿Sería caradura?, ¿acaso creía que seguía siendo tan inocente como antes? Y lo peor de todo era que se sentía rastrera. ¿Qué mujer se entregaba a su jefe en su despa¬cho para disfrutar de un revolcón rápido?
-Pensaba que, dadas las circunstancias, te alegrarías de haberme perdido de vista -susurró abochornada.
-¿Por qué? -preguntó sorprendido Nick.
-Si no lo sabes tú, no seré yo quien te lo recuerde -re¬plicó Miley, que se negaba a rebajarse hasta el extremo de pronunciar el nombre de Selena Gomez.
Se negaba a darle la satisfacción de comprobar que le había roto el corazón con el anuncio de su compromiso. O quizá creía que no estaba al corriente de la verdadera naturaleza de su relación con la bonita rubia.
No sabiendo en qué dirección estaba yendo la conver¬sación, Nick decidió ir al grano:
-¿Por qué me mandaste una tarjeta diciéndome que me querías? -preguntó. Si la ventana hubiese estado abierta en esos momentos, Miley habría corrido a tirarse por ella-. Me parece una pregunta razonable. Y estoy cansado de hablarte a la espalda -añadió con el tono im¬perioso que utilizaba en el trabajo.
La confusión avivó el fuego que ardía en sus mejillas, pero el orgullo acudió a su rescate. Miley dio media vuelta y se encogió de hombros:
-¡Por favor, la tarjeta no era más que una broma!
El silencio que prosiguió pareció eterno.
-¿Una broma? -repitió finalmente Nick. Era la ex¬plicación más sencilla, pero, por alguna razón, no se le había ocurrido-. ¿Qué tienes, catorce años?
-Ha sido una broma estúpida -dijo ella tratando de di¬simular el temblor de las rodillas-Pero Cody me identi¬ficó, le dio más importancia de la que tenía y al final acabó volviéndoseme en contra.
-Espero que no acabes también embarazada -mur¬muró Nick con ira contenida-. No creo que eso te lo tomaras también a broma.
Miley lo miró espantada, con la punta de la lengua clavada en el cielo de la boca. En ningún momento había pensado en las posibles consecuencias de aquella noche. No sabía por qué, pero había dado por supuesto que Nick había tomado precauciones.
-¿Quieres decir que no...?
-Me temo que no -atajó Nick. Luego exhaló un suspiro y añadió con tono de arrepentimiento-. Pero acepto que, pase lo que pase, la responsabilidad es mía.