viernes, 11 de diciembre de 2009

Nimey Cap 4 "Amigos y Amantes"

graxx por los comentarios...
aki el cap..
recuerden 3 cap como minimo


Capítulo Cuatro
Miley pasó el resto de la mañana pensando en lo ocurri¬do. Ella, que se creía inmune después de lo de Justin...
Justin... Llevaba mucho tiempo alejada de sus recuerdos; pero esa tarde, cuando se sentó ante la máquina de escribir, resurgieron con inesperada fuerza, al compás del monótono gol¬pear de la lluvia en las ventanas.
Hacía más de dos años... le había conocido en una reu¬nión, en la asociación de escritores. Él era arquitecto, y sona¬ba con escribir una novela algún día. Miley, que acababa de publicar su primer libro, se ofreció a echarle una mano. No consiguieron nada; a Justin le faltaba talento. Pero Miley se enamoró de él.
Se entregó a él una noche que le dejó mal sabor de boca. A la mañana siguiente, cuando aún no se había recuperado de la desagradable experiencia, él dejó caer la noticia. Justin le suplicó su perdón después de hablarle de su matrimonio y de su hijo, y de lo atrapado que se encontraba. También se disculpaba por su comportamiento aquella noche. La deseaba tanto... y no sa¬bía que era virgen.
Miley se levantó y vagó por la habitación. Aquél había sido el peor día de su vida. Le faltó muy poco para derrumbar¬se. Despidió a Justin fríamente, sin gritos ni escenas. Después, se sentó ante la máquina y trabajó horas y horas como una posesa. Cuando se hizo de noche, se tomó unas cuantas copas y salió a pasear bajo la lluvia. Cuando se quiso dar cuenta, se encontra¬ba en la carretera, en medio de un raudal de coches que pasa¬ban rozándola. Entonces apareció él, salió de su Rolls Royce blanco, furioso, y empezó a gritarle.
Así había conocido a Nick Jonas. A mitad de su furio¬sa perorata se detuvo en seco, la cogió en brazos y la metió con delicadeza en el coche. La llevó a su apartamento de la ciu¬dad y, una vez allí, le dio ropa limpia, le preparó un café bien cargado y la obligó a andar de arriba a abajo hasta que le do¬lieron las piernas. Finalmente, la acostó en la habitación de huéspedes.
Aquél fue el principio de una extraña y maravillosa amis¬tad, que no había cambiado con el tiempo. Enseguida descubrie¬ron que tenían un montón de cosas en común.
El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. Acu¬dió corriendo a cogerlo, con la vaga esperanza de que fuese Nick.
-¿Diga? -preguntó con el corazón palpitante.
-¡Hola! Hija mía, ¿quién esperabas que fuese? –dijo Kevin Jonas con una risita-. Voy a tener que decirle al primo Nick que tiene algún competidor por ahí.
-Ah, Kevin, eres tú. ¿Qué tal?
-Bien. Anoche te marchaste tan repentinamente de la fies¬ta, que no tuve tiempo de transmitirte mi invitación para cenar esta noche. ¿Aceptas? He preparado carne asada a la pimienta y postre de melocotón.
Miley echó una mirada a la ventana.
-No sé. Hace un tiempo malísimo. Y han dicho por la ra¬dio que se esperan tormentas fuertes...
-¿Y por eso no quieres venir? ¿No será más bien por miedo a la posible reacción del gran Nick si se entera de que estás ce¬nando conmigo?
-No seas tonto. A Nick no tengo por qué temerle y, ade¬más, él no sé dedica a decirme con quién tengo que salir.
-Nick tiene debilidad por ti. Y eso que no sabe apreciar como yo tu inteligencia y tu encanto, aunque creo que, en parte, es culpa mía. Si yo no hubiera pasado tanto tiempo con Ellen... Nick no es el mismo desde que ella murió. En fin, ¿qué me dices de la cena?
-¿La cena? -repitió Miley distraídamente-. Está bien, iré.
-De acuerdo. Pasaré a buscarte sobre las cinco y media.
-Bien. Hasta luego.
Miley colgó el receptor y se quedó mirándolo pensativa. A Nick no iba a hacerle ninguna gracia que se viera con su pri¬mo; pero, como él, ella llevaba su propia vida.
Cuando Kevin acudió a buscarla, el cielo estaba negro y llovía a todo llover. Iba al volante de un enorme Lincoln negro.
-Es curioso -comentó Madeline por decir algo-. Tú con tu Lincoln, y Nick con su Ferrari. Cada uno de vosotros ha ele¬gido el coche que mejor le va a su personalidad.
-Lo que pasa, nena -dijo Kevin con una risita travie¬sa-, es que Nick sólo parece conservador, y yo lo soy. Nuestros respectivos coches nos van como anillo al dedo. Verás, tú no co¬noces al primo Nick tan bien como crees.
-No estoy muy de acuerdo contigo -murmuró Miley, recordando vívidamente su beso de aquella mañana.
-Tu problema, querida, es que estás reprimida. Lo que tú necesitas es un hombre.
Miley le obsequió con una mirada asesina, que dejó a Kevin petrificado, sin ánimos de decir ninguna otra im¬pertinencia.
Un momento después, ella preguntó:
-¿Qué estás haciendo últimamente?
-Estoy preparando una exposición, como siempre. Por eso te he invitado a cenar; tú tienes muy buen gusto y podrás ayúdame a escoger los veinte mejores lienzos. He traído todo el ma¬terial que tenía en el estudio donde trabajo y lo he repartido por el salón de mi casa, para que le eches un vistazo.
-Me siento muy halagada.
-Tienes razones para ello, porque yo suelo ser muy reacio a que la gente vea mis trabajos antes de la exposición. Miley sonrió.
-No acierto a comprender por qué trabajas tantísimo pin¬tando. Tienes talento, eso ya se sabe, pero , ¿para qué quieres más dinero si ya eres inmensamente rico?
-Pues porque me gusta incordiar. Sabes lo mucho que se enfada Nick cada vez que expongo en un banco en el que él es el principal accionista.
Miley se echó a reír a su pesar. Sabía perfectamente lo mucho que sufría Nick en aquellas ocasiones en que no tenía más remedio que ser amable con su odiado primo.
-Comparadas con las vuestras, las rencillas familiares de Falcon Crest son juegos de niños.
Kevin la miró con el rabillo del ojo, con cara de niño bueno.
En aquel momento, un relámpago rasgó las nubes.
-¡Vaya! -exclamó Miley amedrentada-. Se prepara una buena tormenta eléctrica. Acuérdate, la última vez vino con tornado.
-No te preocupes, Miley. No es más que un relámpago de nada. Tranquilízate.
Después de aparcar el coche frente a la casa de Kevin, se metieron corriendo a la casa.
Después de cenar, Kevin fue mostrando a Miley sus di¬versos cuadros de paisajes. Por su técnica a base de delicados to¬nos pastel, siempre difuminados y nebulosos, evocaban cuentos de hadas y gozaban de una originalidad única. Miley tenía una pintura de Kevin en su casa y, siempre que se encontraba deprimida, la miraba hasta sentirse dentro del marco.
-Es extraño -comentó ella-. Tus pinturas respiran tran¬quilidad, cuando tú eres tan poco tranquilo...
-Todo el mundo necesita un poco de paz de vez en cuando. De pronto, un relámpago iluminó el cielo y la casa retumbó desde los cimientos al tejado. Un segundo después, la oscuridad era absoluta.
-¿Qué ha pasado? -susurró Miley muerta de miedo.
-Nada, nena. Ha debido caer un rayo por aquí cerca y se ha ido la luz. Pero, ¡no hay que alarmarse! Creo que tengo una linterna por aquí. ¡Aja! La he encontrado. Y ahora... ¡caramba! No tiene pilas.
-¿No tendrás una vela?
-Sí, hay una aquí mismo.
-¡Pues entonces enciéndela! -¿Con qué?
-¡Con una cerilla, tonto!
-¡No tengo cerillas porque no fumo!
-Pues entonces arranca dos astillas de tu caballete y fróta¬las hasta que salgan chispas. ¡Sé un poco imaginativo!
Kevin lanzó una risotada terrible, y exclamó con voz teatral:
-¡Ven aquí y bésame, y te aseguro que incendiaremos la casa con nuestro ardor!
Miley suspiró dándose por vencida. En aquel preciso mo¬mento, volvió la luz.
-¡Menos mal! -exclamó-. Odio la primavera en Hous¬ton con tanta humedad, lluvia y tormentas.
-Estoy de acuerdo contigo, Miley, pero ahora olvídate de eso y vamos a ponernos manos a la obra con los cuadros.
Pasó una semana triste y lenta, durante la cual Miley dio los primeros pasos en el trabajo de investigación para su nue¬va novela. Llamó a un amigo suyo que trabajaba en el departa¬mento de policía y quedó con él para que le proporcionase in¬formación acerca de asesinatos y tráfico de drogas.
Pero, por muy ocupada que estuviese, no podía quitarse de la cabeza el recuerdo de Nick besándola y abrazándola. ¿Qué ha¬bría ocurrido si ella, cediendo a sus impulsos, le hubiera abierto la camisa y le hubiera acariciado y besado a su vez? Miley no sabía lo que le estaba pasando; sólo notaba que, fuese lo que fuese, iba minando poco a poco su fuerza, su orgullo y su voluntad.
El viernes Miley se pasó todo el día pendiente del telé¬fono, y cada vez más enfadada porque éste no sonaba. Quizás Nick había salido de viaje. O, poniéndose en lo peor, no tenía intención de llamarla. Teniendo en cuenta que ella le había di¬cho que no quería verle nunca más, tampoco era una idea muy disparatada.
Sin poder soportar más la espera ni el silencio, Miley des¬colgó el auricular y marcó muy deprisa, odiándose a sí misma por su debilidad. Josito contestó a la llamada.
-¡Hola, señorita! -dijo sorprendido.
-Hola, Josito. ¿Está Nick por ahí?
-Sí -contestó el chico en tono vacilante.
-O sea, que no ha salido de Houston.
-No, señorita. Está aquí, en el rancho. ¿No la ha llamado a usted?
-No, no me ha llamado. ¿Dónde está ahora?
-Si se lo digo no me va a creer.
-Ah, ¿no? ¿Dónde está? Venga, Josito, si me lo dices, te diré quién va a ser la víctima de la segunda parte de La torre de los ruidos.
-¿Me lo dirá? -preguntó el muchacho entusiasmado-. Entonces se lo cuento. Nick está ayudando a sus hombres a ha¬cer las gavillas de heno.

-¿Nick? Pero si él odia ese trabajo. Además, con la máqui¬na empaquetadora sólo hacen falta un par de hombres.
-La máquina no funciona.
-¿Otra vez? Vaya. ¿Y cómo lo está haciendo? ¿En forma de pelotas?
Josito suspiró.
-No, lo está haciendo como siempre.
-Pues yo no me lo pierdo. Ahora mismo voy para haya
-Sí, señorita. Pero ahora dígame quién va a morir.
-Raggins. El viejo diablo se lo merece, ¿no crees?
-¡Oh, sí! ¡Desde luego!
-Yo también le tengo cierta manía a ese hombre. Es poco tonto. Pero creo que alegrarse de un asesinato no está muy bien que digamos, ¿no? Un mundo que se divierte con las tra¬gedias ajenas debe estar falto de juicio. ¿A ti que te parece, Josito?
-Eso déjeselo a los filósofos, señorita -dijo Josito con una risotada-. Yo no entiendo.
-Bueno, pues yo voy para allá a ver a Nick. Oye, ¿no estará de mal humor?
-Ha dado en el clavo. Está que echa chispas, señorita. Yo espero que algún día se le mejore el humor. Es horrible pasarse horas muertas preparando un maravilloso bizcocho, para que él se lo eche luego en la sopa para que se ablande «porque está muy duro».
-¡No me digas que te ha hecho eso!
-Sí. Y luego vació su taza de café en una maceta porque estaba demasiado flojo.
-¡Pobre planta!
-No, pobre planta, no. Pobre de mí. Señorita, no necesita¬rá una víctima para su próxima novela, ¿verdad? -aventuró Josito.
-No querrás que me cargue a mi mejor amigo, ¿eh, Josito?
-Con el humor que tiene, no puede ser amigo de nadie. No sé qué le pasa. Muy mal le tienen que ir los negocios para que esté así.
-Bueno, pues voy a ver si puedo alegrarle un poco. Gra¬cias Josito.
En el camino, Miley paró a comprar una caja de cerve¬zas. El sol estaba alto en el cielo, y apretaba el calor; Nick y sus hombres iban a agradecer una bebida fría.
Cuando Miley llegó a la explanada; cerca del río, había dos hombres inclinados sobre el motor de la máquina estropea¬da, sudorosos y rojos por el esfuerzo. Nick y más de la mitad de sus hombres estaban cargando las gavillas sobre dos enormes re¬molques. En el horizonte se perfilaban nubes de tormenta; la ta¬rea debía ser terminada antes de que empezara a llover.
Antes de salir del coche, Miley contó las cabezas. Sí, ha¬bía cerveza para todos. En cuanto la vio, después de un momen¬to, Nick dejó de trabajar y fue derecho hacia ella. Tenía el torso desnudo, quemado por el sol y sudoroso. Mientras avanzaba, iba quitándose los guantes. Su expresión era tan sombría como las nubes que se habían formado en el horizonte.
Sin decir nada, abrió la puerta del coche y se sentó junto a ella. La miró fijamente.
-Hola -dijo Miley, atacada por un extraño acceso de timidez.
-Hola -respondió él secamente-. ¿Qué haces aquí?
Ella le miró, recordando vívidamente la sensación de aque¬lla boca sobre la suya, y el brillo de deseo que se había encen¬dido en sus ojos al besarla.
-Pues verás, estoy investigando para mi novela. Traigo cer¬veza envenenada, porque estoy buscando un voluntario para es¬tudiar los espasmos de la muerte por intoxicación.
Nick sonrió involuntariamente y, también involuntariamente, Miley se le quedó mirando como si no le hubiera visto des¬de hacía muchos años.
-Creo que podré conseguirte un par de voluntarios mur¬muró al fin con un suspiro.
Diciendo esto, se quitó el sombrero y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.
-Puf, qué calor hace.
-¿Quieres una cerveza?
Miley le alargó una lata de cerveza, pero Nick la cogió por la muñeca y la miró a los ojos.
-No quiero cerveza -dijo con voz suave-. Todavía no. A ti no te gusta la cerveza, ¿verdad?
Miley negó con la cabeza, extrañamente turbada por su mirada insinuante.
Nick arrojó el sombrero hacia atrás y se inclinó hacia ella, los ojos fijos en sus labios.
-Voy a besarte antes -susurró-. ¡Hace días que no pue¬do pensar en otra cosa!
Miley alargó las manos y le acarició la nuca.
-Tenía miedo de que... estuvieras enfadado conmigo -su¬surró con voz trémula.
-No digas nada. Bésame.
Miley sintió aquel beso como una descarga de electrici¬dad, como una sacudida que la hizo temblar de pies a cabeza.
-Dios mío, lo estabas deseando tanto como yo, tienes que reconocerlo -dijo él en un murmullo apenas audible.
Volvió a apoderarse de su boca y de su cuerpo con fuerza posesiva, hundiéndola más en el asiento. Sus manos, grandes y ásperas, se deslizaron por su cuello y trazaron el pronunciado es¬cote de su vestido, tocando apenas sus pechos. Fuera de sí, Miley arqueó la espalda y lanzó un quejido que fue ahogado por la presión insistente de los labios de Nick.
-No puedo acariciarte así delante de mis vaqueros. ¿Es eso lo que quieres, Smiley, que meta las manos bajo tu vestido y te toque la piel desnuda?
-¡Nick!
Miley escondió la cabeza en su pecho y deslizó las ma¬nos bajo su camisa, sintiendo la fuerza de sus músculos.
Los brazos de Nick parecían devorarla. Él también lucha¬ba por mantener sus impulsos bajo control. Miley sentía un dolor agudo que le procedía del alma, un dolor que no comprendía.
-No debería haber hecho esto -le susurró Nick al oído-. Estábamos demasiado hambrientos.
Miley se echó un poco hacia atrás, y le contempló con los ojos llenos de lágrimas.
-Me siento extraña.
-Yo también. No había sentido una cosa así desde que te¬nía quince años. No te has encendido tú sola.
-Te he echado de menos -susurró ella sin dejar de mirar¬le a los ojos.
-Lo sé. Yo también te he echado de menos -dijo apartán¬dole el pelo de la cara con ternura-. Creía que te había perdi¬do para siempre, y no sabía qué hacer para remediarlo.
Miley le acarició los labios. Resultaba maravilloso poder tocarle sin miedo a ser rechazada.
-Si tú quieres, me afeito el bigote. Miley sonrió.
-No, a mí me gusta. Me gusta tanto, que estoy pensando en dejármelo yo también.
-Ni se te ocurra, Smiley. Ya sabes que ni siquiera me hace gracia que te pongas pantalones.
-Eres un asqueroso machista -dijo Miley en tono burlón.
-Tienes unas piernas increíbles -dijo él buscándoselas con la mirada.
-Tú también.

-Ah, lo sabes porque ayudaste a Josito a bañarme cuando tenía tanta fiebre, ¿verdad?
-Sí, tienes unas piernas llenas de pelos pero preciosas. La mayoría de los hombres tienen las piernas feas, llenas de pelos y blancuchas. Las tuyas son largas y morenas, muy masculinas. Nick sonrió.
-Menudo comentario -murmuró con un guiño-. Yo creía que nunca te habías dado cuenta de que yo tengo un cuerpo.
-Es difícil dejar de darse cuenta.
Nick cogió un mechón de su melena rojiza y lo retorció en¬tre sus dedos. Miley tenía los ojos muy abiertos, y los labios húmedos.
-Bésame -murmuró Nick acercándose.
Ella le echó los brazos al cuello y se besaron dulcemente, sin prisa. Cuando se separaron, Nick sonreía.
-¿Te apetece ver un ballet esta noche? Tengo dos entradas para El lago de los cisnes.
-¡Me encantaría! -contestó Miley con entusiasmo. -Pasaré a buscarte a las seis. Luego podemos cenar en mi apartamento. Le encargaré a Josito que se ponga a cocinar un poco antes para que esté lista la cena en cuanto lleguemos.
-Estás distinto, Nick.
Se miraron largamente a los ojos.
-Tú también, cariño. Eres tan dulce... Miley bajó los ojos.
-Anda, bébete la cerveza envenenada y vete a hacer gavi¬llas. Y si tienes un poco de sentido común, tira esa porquería de máquina a la chatarra y cómprate una nueva.
-No -contestó Nick-. La tiraré cuando ya no pueda dar más de sí. Yo nunca he sustituido una máquina que todavía funciona.
-¡Pero si tiene ya diez años!
-Yo tengo un caballo de diez años, y ahora corre mejor que nunca.
-Seguramente tiene miedo de que les encargues a tus ma¬ravillosos mecánicos que lo arreglen si marcha mal.
Nick se inclinó a besarla.
-Me voy. Hasta luego.
Salió con la caja de cervezas. Miley le vio alejarse y puso en marcha el coche. Se alegraba de haberlo llevado, porque le temblaban tanto las piernas que no hubiera podido andar.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

MMMEEE

Anónimo dijo...

EENNCCAANNTTAAA

Anónimo dijo...

SSIIGGUUEELLA!!!!!

Anónimo dijo...

a mi tambien oye pon maraton plisssssssss

Anónimo dijo...

siiiiiii pon maraton
atte:krytoo

andreromi dijo...

euu maraton dale esta ree buena :O sii subiii