sábado, 26 de diciembre de 2009

"Amor en Rosa" cap 8 y 9


CAPITULO 8

Después de una noche sin pegar ojo, esperando que el teléfono junto a su cama sonara o la irrup¬ción de Nick en la habitación, Miley llamó a la puerta de su jefa y entró.
-Jones dice que querías verme.
-Sí -contestó Taylor, tumbada todavía en la cama-. Es una pena lo del uniforme. No creo que le siente bien a la siguiente niñera.
-¿Cómo dices?, ¿la siguiente niñera?
-Nick estuvo hablando conmigo anoche -dijo Taylor-. ¿No te ha dicho nada?
-No -respondió ruborizada Miley.
-No puedes seguir trabajando para nosotros, corazón. Después de saber que la pequeña Ale es hija suya es nor¬mal que no quiera que andes cuidando a mis hijos -ex¬plicó Taylor.
-¿No quiere? -Miley estaba roja por la falta de dis¬creción.
-Nosotros también nos sentiríamos incómodos -conti¬nuó Taylor-. Joe y Nick tienen negocios juntos. Tú eres la madre de la hija de Nick. No puedes trabajar para nosotros.
Era evidente que la mujer ya había tomado la decisión.
-¿No quieres que siga hasta que encuentres a otra ni¬ñera al menos?
-No. Nick ya ha llamado a una agencia para que empiece este mismo fin de semana. Es un buen hombre, Miley -dijo Taylor de pronto-. No entiendo por qué te enfadas con él por querer hacer lo que debe y cuidar de ti y del bebé.
Un minuto después, Miley recorrió el pasillo y bajó las escaleras furiosa. Llegó en un instante al vestíbulo principal, donde se encontró con Nick.
-Buenos días -la saludó.
-¡Buenísimos! -espetó ella-. ¡Sobre todo después de enterarme de que has hecho que me despidan!
Nick se acercó, le agarró una mano y tiró de ella con suavidad hacia la habitación de la que acababa de salir.
-No hace falta tener esta discusión en público, cara.
-¿Ahora te importa? ¡Anoche te dio igual contarle mi mayor secreto a Taylor!
-¿Por qué va a ser Aleida un secreto? Estoy orgu¬lloso de ser su padre y no tengo intención de ocultarlo -afirmó Nick con aplomo-. Y no me digas que te parte el corazón tener que despedirte de ese ridículo uniforme.
-Era un buen trabajo -se resistió Miley-. Estaba bien pagado...
-Pero no hay niñera que aguante en esa familia. ¿Y sa¬bes por qué? -se adelantó Nick-. Por Taylor. Nor¬malmente es muy amable, pero tiene mucho genio y a ve¬ces se comporta como una auténtica tirana. ¿Todavía no la has hecho enfadar? No es muy difícil.
Miley recordó la acidez con que la mujer le había re¬prochado haber bajado las maletas cinco minutos tarde el día anterior.
-Claro que apenas llevas unas semanas con ellos -continuó Nick-. Pero te aseguro que si hubieras se¬guido más tiempo, habrías acabado conociendo lo afilada que tiene la lengua. Es famosa.
-Aun así, no tenías derecho a interferir -contestó Miley-. Puedo cuidar de mí misma.
-Pero, por desgracia, no eres la única persona impli¬cada. Quiero lo mejor para los tres -dijo Nick lanzán¬dole una mirada a los ojos con la que la conminaba a que lo escuchara-. No creo que seguir intercambiándonos re¬proches conduzca a nada bueno. La vida es demasiado corta. Yo también quiero compartir la vida de Aleida. Así que estoy dispuesto a pedirte que te cases conmigo.
Miley estaba asombrada, pero el modo en que le ha¬bía propuesto el matrimonio le hería el orgullo. ¿Cómo que estaba dispuesto a pedirle que se casara con él? Era la primera petición de mano que recibía y le llegaba cuando estaba roja de ira y con el único fin de poder controlarla. Primero le había quitado el puesto de trabajo y luego le ofrecía la seguridad de convertirse en su esposa.
-Me parece que no me he expresado bien -reconoció Nick después de unos segundos de tenso silencio-. Quiero casarme contigo.
-Nuestra relación ha sido una sucesión de catástrofes -dijo entre dientes.
-Yo no la describiría así...
-Tú mismo viniste a decirlo en casa de tía Tilly -le re¬cordó Miley-. Terminamos en el sofá porque habías be¬bido mucho y te arrepentías. No me parece que sea una base sólida para el matrimonio. Además, no quiero ca¬sarme con un hombre que se siente obligado a ponerme un anillo en el dedo.
-No es ninguna obligación -contestó exasperado Nick-. Hicimos el amor porque no podía contenerme. Me basta mirarte para que me suba la temperatura, cara... Y eso no es una catástrofe: es atracción. Si no hubieras tra¬bajado para mí, habríamos intimado mucho antes.
-No me lo creo -contestó ella, por más que le habría gustado hacerlo.
Nick le quitó el sombrero del uniforme, el mandil, luego le desabrochó los botones superiores del vestido.
-¿Qué haces?
-¿Quieres que te demuestre cuánto me excitas? -pre¬guntó Nick esbozando esa sonrisa luminosa que tanto había temido no volver a ver.
-No... -dijo Miley con voz trémula.
-¿No qué? –Nick posó los labios sobre el cuello de Miley, provocándole una descarga eléctrica de deseo.
-No me hagas esto...
Nick localizó un punto erógeno debajo de la oreja y se demoró allí. Miley tembló, se oyó gemir. Luego se agarró a la chaqueta de Nick y se abandonó al calor de ese cuerpo que tanto había luchado por olvidar. Hasta que notó sus labios sobre la boca en un beso ardiente y fugaz que la dejó con ganas de mucho más.
-¿Te crees ya que te deseo? -susurró él con la respira¬ción entrecortada.
-No... no funcionaría -Miley dio un paso atrás.
-¿Porqué?
-¿Es que no puedes aceptar un no por respuesta? -pre¬guntó desde la puerta Miley.
-Lo hice la última vez. Y me costó perderme los tres primeros meses de la vida de mi hija -replicó Nick un segundo antes de que Miley saliera de la habitación en la que se hallaban, aliviada porque no la siguiese.
Se cambió de ropa, se puso unos vaqueros y un jersey, puso a Aleida en el cochecito y salió a dar un paseo. Se le ocurrió que siempre había pensado mal de Nick y que no había hecho más que huir de él. Para empezar, se habrían ahorrado muchos malentendidos si no hubiera desaparecido después de la noche de la fiesta. Había reac¬cionado como una chiquilla con miedo a enfrentarse a la realidad. Había dado por supuesto que todo cuanto había pasado había sido culpa de ella y les había negado a am¬bos la posibilidad de explorar lo que sentían el uno por el otro.
Miley se sentó sobre un tronco caído. Luego había aceptado que Nick se había prometido a Selena Gómez y, en vez de enfrentarse a él, se había refugiado en su or¬gullo herido. Pero lo que más le pesaba era haber tomado a Nick por un mentiroso cuando siempre había sido sincero y franco con ella. Le había dejado bien claro que si llegaba a tener el bebé, estaría a su lado. Si en vez de escribirle una carta lo hubiera llamado por teléfono, ha¬bría formado parte de la vida de Aleida desde su primer día. Y cuando sus caminos habían vuelto a cruzarse, no había dudado en pedirle matrimonio...
Nick se paró a unos cincuenta metros para ver a Miley sentada sobre el tronco mientras mecía el cochecito de Aleida. No parecía contenta. La petición de mano no había tenido éxito. Y, aunque no quería pensar que había promovido el despido de Miley como niñera, lo cierto era que la idea de verla desaparecer en una de las limusinas de los Swift y no volver a verla lo había he¬cho perder los nervios. Si era totalmente sincero, debía reconocer que había sido una maniobra para colocarla en una situación más vulnerable.
Miley giró el cuello. Como siempre que lo veía, sintió que se derretía. Tragó saliva. ¿Se habría precipitado al re¬chazar su oferta?
-¿No te echarán de menos los invitados? -preguntó ella mientras Nick se agachaba para mirar a Aleida.
-Seguro que se las arreglan solos. Además, la mayoría está durmiendo. Mientras aparezca para la cena, nadie se ofenderá -dijo sin apartar la vista de la niña-. Es pre¬ciosa, ¿verdad?
Dejándose llevar por un impulso, Miley sacó a Aleida del cochechito y la puso en brazos de Nick.
-Nunca he tenido un bebé en brazos -dijo nervioso¬- ¿Y si la asusto?
-Es muy tranquila. Tú sujétale la cabeza para que se sienta segura.
Nick meció a la pequeña con sumo cuidado. Miró los grandes ojos azules de su hija y esbozó una sonrisa orgullosa, tierna, casi tímida, que humedeció los ojos de Miley
-No llora. ¿Crees que sabe quién soy?
-Puede... -dijo Miley con la voz quebrada.
-Y puede que no, pero puede enterarse -Nick la miró con seriedad-. Ojalá que Aleida no me haga nunca lo que yo le hice a mi madre. Te estoy en deuda por lo que dijiste la noche de la fiesta de que me puse del lado de mi padre cuando se divorciaron.
-¿Cómo en deuda? -Miley pestañeó.
-Fui a Italia a ver a mi madre y me di cuenta de lo idiota que he sido -admitió Nick con una sonrisa agri¬dulce-. La culpé por el divorcio y ella no quiso dañar mi relación con mi padre diciéndome que él había tenido un montón de amantes durante el matrimonio.
-Lo siento -dijo Miley, sabedora de lo cerca que se había sentido Nick de su padre toda la vida.
-No lo hagas -Nick sonrió-. Gracias a lo que di¬jiste, mi madre y yo vamos a tener la oportunidad de vol¬ver a conocernos.
-¡Qué bien! -exclamó encantada.
-Yo nunca te sería infiel -le aseguró Nick acto se¬guido-. Hasta estoy planteándome mis criterios en rela¬ción con los gráficos rosas -bromeó.
-¿Eras tú? -Miley se quedó helada-. ¿Fuiste tú quien me escribió por el correo electrónico?
-¿Quién si no? -contestó Nick al tiempo que se in¬clinaba para devolver a la niña al carrito.
Saber que había sido él quien había velado por su se¬guridad, aconsejándole que tuviera cuidado para no reci¬bir un tercer aviso, le llenó el corazón de un sentimiento desbordante. Tanto que no pudo contenerse y Miley se lanzó en brazos de Nick.
-Creo que quizá sí me apetezca casarme contigo, des¬pués de todo. ¿La oferta sigue en pie?
-Por supuesto -Nick la miró entusiasmado-. ¿Qué te parece si nos casamos la semana que viene en Italia? -añadió, temeroso de darle tiempo, no fuera a cambiar de idea otra vez.
-¿Tan... tan pronto?
-No soy partidario de los noviazgos largos -dijo él con solemnidad.
-Yo tampoco -convino Miley con idéntica convic¬ción, con el corazón trinando de alegría. Al fin y al cabo, resultaba significativo que un hombre estuviese tan an-sioso por llegar al altar.


CAPITULO 9


-Me sentiré mucho mejor cuando te sientes esta noche a cenar con mis invitados -dijo Nick satisfecho mientras regresaban al priorato.
-No puedo hacer eso -vaciló Miley-. He venido como la niñera de los Swift. ¿Qué pensará la gente si de pronto...?
-Que eres mi futura esposa y tienes más derecho que nadie a embellecer la mesa con tu presencia -atajó con orgullo Nick.
-Pero no me he traído nada elegante. Sólo tengo unos vaqueros.
-Si ese es el único problema, vamos a comprarte algo ahora mismo, cara.
Nada complacía más a Nick que resolver proble¬mas con acción y dinamismo. El pueblo más próximo, si¬tuado a unos pocos kilómetros, contaba con una boutique con muy buenos diseños. Le bastaron veinte minutos para acercarla a la tienda, hacerla entrar, elegir un vestido azul cortito y acompañarla al vestuario, sin prestar atención a las protestas de Miley.
Dentro del probador, Miley se miró al espejo, pregun¬tándose cómo habría hecho Nick para acertar con la ta¬lla y el tono exacto de azul que mejor combinaba con su pelo. Luego miró el precio y casi le dio un infarto.
-¿Miley? -la llamó desde fuera Nick.
Miley salió. Nick tenía a Aleida apoyada sobre un hombro con naturalidad, como si llevara cuidando be¬bés toda la vida. Ajeno a las miradas coquetas de la ven¬dedora, la examinó de arriba abajo hasta hacerla rubori¬zarse y desbocarle el corazón.
-Nos lo llevamos -aseguró Nick-. ¿Tienes zapa¬tos?
Sin darle ocasión de responder, estudió los modelos que había en exposición y, un par de minutos después, ya estaba probándose un par. Cuando salió con sus vaqueros, dos mujeres rodeaban a Nick y admiraban la mano que tenía con Aleida. Por lo que pudo oír, estaba como loco presumiendo de hija. De nuevo, comprobó cómo le sen¬taba el calzado y entregó la tarjeta de crédito a la depen¬dienta.
-¿Tienes idea de cuánto cuestan estas dos prendas? –susurro Miley escandalizada mientras se acomodaban de vuelta en la limusina.
-No -contestó sin inmutarse Nick y ella lo informó del precio-. No está mal.
-¡Es una fortuna! -exclamó Miley.
-Déjame que te cuente un secreto -dijo él con buen humor-. No soy pobre.
De vuelta en el priorato, se llevó una nueva sorpresa al descubrir que habían trasladado sus pertenencias a una lujosa suite de invitados situada en la primera planta.
-¿Está seguro de que debo instalarme aquí? -le pre¬guntó al mayordomo.
-Por supuesto -respondió Jenkins sin resuello. Miley lo instó a que tomara asiento para que se recuperara-. No se lo diga al señor Nick, por favor.
-Yo... –Miley pensó que el hombre era demasiado mayor para seguir trabajando de mayordomo.
Entonces Jenkins le explicó que se había jubilado cinco años atrás y, como vivía solo, echaba de menos el priorato y su profesión. Así que le había pedido a Nick que le permitiera volver para revivir lo que él denomi¬naba los buenos tiempos algún que otro fin de semana, y que disfrutaba mucho haciéndolo. Conmovida por la ex¬plicación y por la comprensión de Nick, Miley no dijo nada más.
La cena no fue tan tensa como había temido. Claro que ella siempre había disfrutado conociendo gente nueva y, desde que había entrado en el salón, nada más notar la mirada intensa y halagadora de Nick, se había sentido la mujer más segura del mundo. Más tarde, ha¬bían subido juntos a mirar cómo dormía Aleida.
-Es increíble cuánto la quiero ya -aseguró Nick sonriente.
Miley sintió una pequeña punzada de envidia. Pero, ¿cómo podía envidiar a Aleida por el hueco que se ha¬bía hecho en el corazón de su padre? Al fin y al cabo, ella era el motivo por el que se casarían. Pero no quería tortu¬rarse con esa realidad dolorosa.
-La verdad, no se me ocurre cómo vamos a poder ca¬sarnos la semana que viene -comentó Miley-. Se nece¬sita mucho tiempo hasta para la boda más íntima.
-Los preparativos ya están en buenas manos, cara -contestó él con una sonrisa que le hizo la boca agua-. El lunes por la mañana tomaremos un avión a Venecia, donde te espera una colección de vestidos de novia para que elijas el que más te guste. No tienes que preocuparte por nada. Sólo quiero que te relajes y disfrutes.
-Suena a bendición del cielo -reconoció Miley, pen¬sando en todas las decisiones y responsabilidades que ha¬bía soportado el año anterior sin nadie en quien apoyarse.
-Tengo que hacerte una pregunta -dijo entonces Nick-. ¿Cuándo me escribiste exactamente para decirme que estabas embarazada?
-¿Qué? -Miley frunció el ceño, incapaz de ver la re¬levancia de tal información después de tanto tiempo.
-Da igual -se encogió de hombros Nick.
Miley, muy susceptible al respecto, se puso roja. Es¬taba convencida de que creía que no le había mandado di¬cha carta y de que sólo lo decía para intentar aliviar su conciencia. ¿Cómo podría demostrarle lo contrario?
-Estoy cansada -murmuró.
Resuelto a averiguar qué habría sido de aquella carta, Nick arrugó el entrecejo. No sabía qué había dicho para tensar el ambiente, pero la intuición le aconsejaba no insistir. Una vez que estuviesen casados, quizá pudiera presionarla un poco más, pero no quería arriesgarse hasta después de la boda. Le dio las buenas noches como si hu¬biese despedido de su abuela y se alejó.
Desconcertada, Miley se quedó mirándolo con los ojos al borde de las lágrimas. El hombre apasionado que había jurado encontrarla irresistible ese mismo día ni siquiera la había besado. ¿Habría sido todo una estrategia para persua¬dirla para que se casara y mantener de ese modo el con¬tacto con Aleida?, ¿o sólo estaría disgustado ante la idea de que tal vez lo estuviese engañando con la carta? Y en tal caso, ¿cómo convencerlo de lo contrario?
Los nervios le impidieron descansar y al día siguiente, después de darle el pecho a Aleida, volvió a la cama y durmió hasta tarde. Cuando por fin se despertó de nuevo, bajó las escaleras y se encontró a Nick rodeado de sus invitados. Siguió una comida distendida, tras la cual em¬pezaron las despedidas de los visitantes. Entonces cayó en la cuenta de que tenía que recoger sus pertenencias de la casa de los Swift y decidió hablar con Taylor para decirle que lo más sencillo sería volver con ellos y ocu¬parse del asunto ella misma.
-Me acerco a casa de los Swift por mis cosas -in¬formó a Nick en el último momento.
-Puedo acercarte yo -ofreció este sorprendido.
-No, había pensado que sería mejor si dejaba a Aleida contigo -lo desafió ella.
Nick se sintió feliz de tener un rehén que le asegu¬raba el regreso de Miley, así como por la confianza que esta le mostraba dejando a la niña a su cuidado. De he¬cho, después de haber llamado a su secretaria a casa por un asunto que no dejaba de rondarle la cabeza, sabía exactamente lo que haría durante la ausencia de Miley.
Tres horas después, Nick corrió el mueble bar del despacho y recogió con satisfacción el sobre polvoriento que yacía sobre la moqueta. Contuvo la urgencia de abrir la carta allí mismo. Quizá de ese modo consiguiera sentir menos rencor hacia Cody Linley por aquel gesto tan ma¬licioso.
Cuando regresó a la limusina, empujando del coche¬cito de Aleida, la niña estaba casi dormida. Nick es¬taba orgulloso de sí mismo. Tenía madera de padre. La pequeña no había llorado ni una vez, ni siquiera al cam¬biarle los pañales, para lo que había necesitado el consejo del chófer, padre con experiencia en esa clase de labores. Cenaron en el Ritz, donde le dio un biberón de leche que concluyó con un pequeño eructo que nadie oyó.
-Somos un equipo -dijo Nick de vuelta a casa. En¬tonces se preguntó cómo habría pensado Miley regresar al priorato. Llamó a los Swift y descubrió que ya había salido.
Justo hasta meter las maletas en un taxi, había espe¬rado la llamada de Nick ofreciéndose a recogerla. Pero había tenido que acabar tomando el tren. Aun así, cuando lo vio esperándolo en el andén de la estación de llegada, sus labios dibujaron una sonrisa brillante de perdón.
-Perdona -se disculpó de todos modos-. No se me pasó por la cabeza que no tuvieras cómo venir.
-Espero que hayas estado cuidando a Aleida -con¬testó Miley.
-Hemos estado ocupados toda la tarde -dijo él-. Y tengo una sorpresa para ti cuando volvamos al priorato.
Lo último que esperaba era encontrarse con su carta como si fuera un regalo.
-¿De dónde ha salido? -preguntó asombrada.
-Esta mañana llamé a mi secretaria. Recordaba haber recibido tu carta el día anterior a marcharse de vacaciones el año pasado, porque se fijó en el nombre del remitente. Esa semana yo estaba en Italia reconciliándome con mi madre -explicó Nick-. Y era el último día de trabajo de Linley en Sistemas Jonas...
-¿Cody? -Miley seguía estupefacta ante la visión de la carta, la cual le habría arrebatado para volver a escon¬derla si hubiera tenido la ocasión. Por una parte, no sabía qué habría hecho Nick para recuperar una carta extra¬viada hacía un año; por otra, le daba vergüenza recordar cómo había abierto su corazón en aquellas líneas.
-Sí, Linley. Lo he llamado a su apartamento esta tarde. No imaginas la sorpresa que se ha llevado cuando me he presentado en su casa con Aleida.
-¿Te has llevado a Aleida a casa de Cody?
-No iba a dejarla habiéndote prometido que cuidaría de ella -respondió él-. Nada más mencionarle la carta y ponerme firme, Linley confesó lo que había hecho. La había escondido detrás del mueble bar y estaba ahí desde entonces.
-¡Qué rastrero! -exclamó Miley. Luego agarró el so¬bre-. Me alegra que se haya resuelto el misterio, pero el tiempo hace que la carta ya no tenga importancia.
-Aun así, quiero leerla -dijo Nick extendiendo una mano.
-No... no quiero que la leas ahora -Miley se mordió el labio inferior.
-¿Por qué? -preguntó tenso Nick-. Está bien, no la abriré, pero sigue siendo mía -añadió al ver que Miley no respondía.
Intimidada por el tono de su resolución, le devolvió el sobre.
-¿Qué le dijiste a Cody? -preguntó cambiando de tema.
-Nada que deba repetir, pero no le pegué. Lo habría estrangulado... pero no delante de Aleida -murmuró Nick-. Podía habernos robado la oportunidad de ser felices -añadió apretando los dientes.
Había tantas cosas que deseaba preguntarle sobre to¬dos esos meses que había pasado sin ella. Y el hecho de que no quisiera ser sincera sobre lo que había sentido y le impidiese leer la carta lo enfurecía.
-Tenemos que rellenar unos papeles para formalizar los trámites de la boda -continuó de todos modos-. Luego tengo que hacer un par de llamadas.
-¿Todavía estás seguro de que quieres... casarte con¬migo? -le preguntó antes de que fuera a realizar esas lla¬madas.
-Por supuesto -Nick le devolvió la carta-. Quédatela. Como tú misma has dicho, con el paso del tiempo no tiene importancia.
Miley se encerró en su suite y rompió a llorar sobre la cama. ¿Qué había pasado?, ¿a qué se debía la tensión re¬pentina que los ahogaba? Aunque, en el fondo, sabía que se había equivocado. Por más vergüenza que le diera, de¬bería haberle dejado que leyese la carta.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

hei me encanta la novela

Anónimo dijo...

sigue subiendo

Anónimo dijo...

aver si se casan pronto

Anónimo dijo...

nunca dejes de subir

Anónimo dijo...

no queremos que lo dejes nunca nunca!!

Anónimo dijo...

jajajajajajajajaja

Anónimo dijo...

bss ♥

Anónimo dijo...

apurate mujer esta muy buena tu nove